«La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio». La frase es de Cicerón. La vida profesional de Roger Ailes es una oda a la mentira, a la manipulación, a la patraña y al periodismo ideológico. Todo aderezado y/o promocionado por un silencio cómplice y por la caricaturización del personaje. Ailes, encarnado ahora por Russel Crowe en la serie La voz más alta, fue un ideólogo conservador. Para conseguir sus objetivos no dudó nunca en inventarse noticias, sacar patrañas y desprestigiar hasta la claudicación de sus enemigos, fueran estos los promotores de un pequeño periódico en Garrison o el mismísimo Barack Obama. Inventó mentiras, medias verdades, usó las artes más sucias para conseguir audiencia y repercusión. Todo ello en dos décadas en la Fox News, el canal de noticias de la Fox que convirtió en líder de audiencia. Pero ahí no se quedó su tarea. Llevó hasta la Casa Blanca a Richard Nixon, Ronald Reagan, George Bush padre y hasta al actual presidente, Donald Trump, incluso cuando su prestigio iba decreciendo y los casos de acoso sexual iban aflorando.
Podemos decir a boca llena que estamos hablando de uno de los precursores y mayores defensores de las fake news, el hombre que prefería el espectáculo y la confrontación, a la reflexión serena, la concordia y la objetvidad. Lo define esta reflexión: “tienes dos tipos sobre un escenario. Uno de ellos anuncia una solución para los problemas de Oriente Próximo. El otro se cae en el foso de la orquesta. ¿Cuál de los dos crees que aparecerá en el telediario de la noche?”. Consideraba que los medios de comunicación, en esencia, eran una herramienta elitista e interpeló al americano medio, el que ve la televisión después de llegar del trabajo, el que tiene problemas y tiene que buscar enemigos, el que le cuesta identificar quiénes son los responsables de su paupérrima situación. No sé si les suena. Es populismo puro y duro y, por desgracia, es una táctica que gana adeptos en vez de detractores, bajo el mantra de una comunicación rápida, instantánea, fácil, llamativa y que revuelva los bajos instintos.
Roger Ailes apeló al estómago de los espectadores. Había que mantener la esencia de los Estados Unidos, y esas esencias eran conservar las fábricas que los malvados chinos se habían llevado dejando a los americanos sin trabajo, sin pararse a explicar el fenómeno de la deslocalización de empresas justamente norteamericanas en pro de ahorrar costes. La religión es un símbolo norteamericano acosado por el islamismo que traen los inmigrantes, que después se convertían, en el ideario de Ailes, en potenciales terroristas. La política de defensa de los Estados Unidos debía ser implacable contra lo que se consideraban peligros y, en ese contexto, están justificadas invasiones como las de Irak de 2003. Hay que mantener la sanidad privada, esencia del libre mercado norteamericano, el ecologismo es propio de izquierdistas peligrosos que odian los Estados Unidos y todo ello fue promocionado y alentado por Barack Hussein Obama (con segundo nombre para que sonara musulmán), un presidente negro, comunista y ateo, alentado por la mafia de los Clinton, que había que atacar y derribar.
«No estoy seguro de que Internet haya mejorado el periodismo, porque es más fácil encontrar mentiras en Internet que en una agencia como Reuters» aseguró Umberto Ecco. Sin embargo, en ocasiones los medios tradicionales son portadores de mentiras, de falacias, de informaciones interesadas. En Canarias también, no hay más que ver algunas cabeceras tanto en papel como digitales para darse cuenta. La novedad de Ailes es que su periodismo era ideológico, generalmente los intereses responden a cuestiones empresariales, hay que derribar a unos y aupar a otros para que sigan llegando los patrocinios. La posverdad nos ha dejado el periodismo como una caricatura, acosado por empresas y poderes públicos, dependiente de intereses espúreos e intoxicando a las personas que se acercan a ellos. Roger Ailes nunca fue periodista, de hecho se reía del periodismo. Su objetivo era colocar a los suyos en el poder y ganar dinero. El periodismo serio, como diría Ciceron, se corrompió tanto por la mentira como por el silencio cómplice del resto de la profesión.
La mentira es mentira, no es opinión. La intoxicación es intoxicación, no es libertad de prensa. Los medios pueden abrazar a tiranos y derribar seres justos. No lo podemos permitir. En Canarias pasa y ha pasado lo mismo. A algunos todavía les dura la pataleta de la derrota de los suyos, por intereses más que por cuestiones ideológicas. Todavía tienen espacio en tertulias, en varias además, porque el poder empresarial e institucional en ocasiones se confunde. Mucha gente los identifica, pero son una élite. El resto va asimilando ideas prostituidas e interesadas. Están agazapados, esperando el momento de colocar a uno de los suyos y luego pasar la factura. ¿Qué tenemos que hacer los periodistas ante ello? Mantener una objetividad exquisita y tener una praxis científica, adecuada a la profesión que ejercemos. Y, por qué no, enfrentar las ideas a la posverdad, a los tertulianos acomodados y a los intereses empresariales. La mentira, el espectáculo y las medias verdades calan en nuestra sociedad, es imparable, pero no solo en Internet, también en los medios tradicionales.
Destaca Vicente Jiménez Navas en el prólogo del libro En antena, el libro de estilo de la SER, que en 2016 las tres noticias más comentadas en las redes sociales eran falsas. Probablemente esas noticias procedían de medios tradicionales. Opina Jiménez que «los medios que apuestan por el buen periodismo libran una batalla cruenta». Añade que «los medios sufren una grave crisis, pero no está tan claro que el periodismo, el buen periodismo, esté agonizando». «Muchos periodistas tienen la sensación de que están perdiendo la batalla, pero es el momento de reivindicarse y soltar el lastre de malos hábitos del pasado, como esa malsana promiscuidad con el poder, con los poderes», concluye. El periodismo juega cerca del poder y es fácil caer en la tentación de pelear por sus intereses, nadie muerde la mano de quien le da de comer. Pero me niego a pensar que la relación entre periodismo y poderes, en plural, no pueda ser distante y en la que prevalezca el servicio público frente a la intoxicación barata para favorecer a los tuyos.