
En un acuerdo de alianza electoral como el alcanzado por el nacionalismo canario en las últimas semanas, con unas claves externas e internas muy particulares y un contexto especialmente complejo, es absolutamente normal que haya discrepancias y rechazos, más allá de la postura mayoritaria favorable, que es precisamente la que permite que el acuerdo se materialice. Manifestar estas discrepancias dentro del respeto a las normas de cada organización, etc. no es sino una muestra de democracia que hay que saludar y hasta celebrar. Otra cosa es que haya que darlas inmediatamente por buenas y hasta perder la perspectiva de su peso minoritario en el juego básico de mayorías y minorías que articula cualquier toma de decisiones. Y lo que es directamente inaceptable es faltar a la palabra dada al electorado.
Los resultados electorales del pasado 10 de noviembre no parecen devolver la imagen de organizaciones fracturadas y enfrentadas, que no resisten su reincorporación al discurso de la unidad nacionalista para la representación en Madrid. Evidencian, eso sí, el progresivo estrechamiento del campo nacionalista en cuanto a voto si comparamos las cifras actuales con las de 2011, última vez en que ambas organizaciones, con los mismos candidatos, concurrieron bajo una fórmula casi idéntica. Algo lógico si se tiene en cuenta la aparición del multipartidismo y el incremento de la competencia en un contexto de menor participación electoral. Una mirada exhaustiva a las cifras en cada municipio, la cual excede el propósito de estas líneas, nos permite extraer conclusiones de sumo interés, especialmente si incorporamos la convocatoria de 2008 en la que Nueva Canarias llegó a un acuerdo electoral con el Centro Canario Nacionalista. Queda para otra ocasión.
Pero volviendo al asunto de las discrepancias, conocimos en la fase pre-acuerdo las procedentes de sectores y personas vinculadas principalmente a la organización municipal Roque Aguayro, de manera señalada las de Antonio Morales, actual presidente del Cabildo de Gran Canaria y Faneque Hernández, militante de esa organización y el candidato por Nueva Canarias en las pasadas elecciones europeas. La alternativa propuesta, especialmente por el segundo de ellos, era la de llegar a algún tipo de acuerdo con Más País, la candidatura de Íñigo Errejón. Sin embargo, los resultados de dicha opción a todos los niveles (estatal, nacional, insular, municipal) no fueron precisamente espectaculares, como era previsible, y todo apunta a que de haberse optado por esa vía, a día de hoy Nueva Canarias no habría recuperado el acta de diputado, a compartir con Coalición Canaria en el tramo final de la legislatura.
Es ahora, en la fase post-acuerdo, cuando el polo de las discrepancias se desplaza hacia el ala de la derecha y casi exclusivamente a la isla de Tenerife. Son varios los dirigentes en aquella isla los que han manifestado diferencias en mayor o menor medida ante la posibilidad de que la alianza nacionalista apoye con sus dos votos la investidura de Pedro Sánchez, en el marco de un acuerdo más amplio que incluya a Unidas Podemos. En este sentido se han expresado Carlos Alonso, antiguo presidente del Cabildo de Tenerife, quien ha solicitado en varias ocasiones públicamente su relevo en la oposición y que manifiesta serias discrepancias de carácter al parecer ideológico; José Manuel Bermúdez, ex alcalde de la capital de la isla, quien ha aludido a cuestiones relacionadas con la falta de confianza en los socialistas y, por último, Francisco Linares, alcalde de La Orotava y líder insular en esa isla, quien ha mostrado su preocupación porque Nueva Canarias usurpe de alguna manera el proceso de decisión de Coalición Canaria al respecto y no descarta que ambas fuerzas voten en sentido distinto llegado el caso.
Lo cierto es que hay varios elementos que poner en la mesa para tener el cuadro completo. En primer lugar, me reitero en que la complejidad de estos procesos casi asegura estos sarpullidos y en que sería casi imposible imaginar el caso contrario. Siempre es bienvenida la democracia y la sana discrepancia. Por otra parte, frente al mutismo de A.H.I, Asamblea Majorera y resto de organizaciones insulares, no parece demasiado edificante que sea precisamente parte de la organización de Tenerife la que pueda usurpar dicho debate sobre el sentido del voto en la investidura. Habrá que oír a la pluralidad de voces que integran Coalición para hacerse una idea más exacta del sentir de esa organización. Por último, parece muy difícil de explicar al electorado el que, tras presentarse a unas elecciones y pedir el apoyo a una Agenda Canaria, que sería la base de la negociación con el Gobierno de España, ahora que se tiene una formidable oportunidad de materializar esa Agenda en logros y ventajas de todo tipo para el Archipiélago, islas, municipios, etc. haya que salirse del acuerdo por razones como mínimo discutibles.
Creo, sinceramente, que el nacionalismo en la isla de Tenerife estaría perdiendo una ocasión espléndida para recuperar algo de centralidad, frente a su derechización extrema en los últimos años, y reforzar su papel de representante de la voluntad popular de la ciudadanía canaria ante las instituciones centrales. El nacionalismo firma cada cuatro años un contrato con el electorado canario que se concreta en una serie de demandas ante Madrid y que debe ser el único norte que guíe su acción. Estamos viendo en estos días cómo otras fuerzas nacionalistas, regionalistas y hasta provincialistas (como la turolense) asumen de manera casi natural ese papel: yo te doy estabilidad a cambio de que tú compenses aquello en lo que yo salgo desfavorecido. No me gustaría estar en el pellejo del político de Coalición que tuviera que explicar que se rompe unilateralmente ese contrato por razones de confianza, Venezuela o porque no me he recuperado anímicamente de una moción de censura, mientras dejan todo el protagonismo del conseguidor nato a Pedro Quevedo.
La política es el arte de llegar a acuerdos sobre todo con quienes no piensan igual que tú. Resulta increíble que, de vez en cuando, haya que recordárselo a quienes han hecho de la misma su actividad profesional desde hace décadas, junto con aquel latiguillo que dice que “la presencia da influencia mientras que la ausencia da aislamiento”. No es de recibo presentarse ante el electorado nuevamente repitiendo el mantra de la Agenda Canaria si cuando tuviste oportunidad, no hiciste gran cosa por sacarla adelante. El respeto a la palabra dada ha sido durante mucho tiempo norma de funcionamiento entre nuestros padres y abuelos. Los cambios en la sociedad actual no pueden tirar por la borda un principio tan básico y efectivo. Guste o no guste, toca cumplir la palabra dada al electorado. Cualquier otra cosa sería inaceptable.