
Las pasadas elecciones del 10 de noviembre dejaron tras de sí unos resultados que en poco contribuyen a aclarar el panorama político estatal. Sin embargo, las cifras obtenidas por el nacionalismo merecen una atención especial si uno no quiere dejarse llevar por lecturas interesadas puestas en circulación por quienes preferirían que el nacionalismo canario -bueno, malo o regular- simplemente no existiera o se limitara a sestear en una tan plácida como inútil marginalidad.
En primer lugar, diré que me parece pertinente establecer como parámetro para la debida comparación las elecciones generales de 2011. La razón es bien sencilla: fueron las últimas elecciones en las que el nacionalismo canario concurrió en alianza tras la escisión de Nueva Canarias, acordando una fórmula similar a la actual y además con los mismos candidatos. Anteriormente, en el 2008, ya se había ensayado un modelo de cooperación entre Nueva Canarias y el CCN de Ignacio González con una candidatura que encabezara por Las Palmas el histórico dirigente Marino Alduán y que cosechó en esa provincia 38.024 votos, insuficientes para obtener el ansiado escaño. Sirva como un primer ejemplo de colaboración entre fuerzas nacionalistas y como antídoto contra la desmemoria. Establecer una comparación con las elecciones de abril, cuando ambas fuerzas concurrieron por separado, obliga a establecer como parámetro de referencia una suma ficticia de algo que nunca se dio y que, como suele suceder en política, nunca corresponde al resultado exacto de la adición de los resultados de ambas fuerzas. ¿Cómo se puede garantizar que ambas fuerzas hubieran obtenido X votos de haber concurrido juntas en abril? ¿Qué número de votos hubiera obtenido Nueva Canarias, por ejemplo, de haber ido en solitario en noviembre? ¿Y apostando por la fallida Operación Errejón? Es más riguroso comparar elementos con variables más similares.
Ahora bien, ¿qué resultados depararon para la alianza nacionalista canaria los comicios del 2011? La participación electoral fue del 63’71%, ocho puntos menos que en el total estatal y se obtuvieron 143.550 papeletas de CC-NC en el nivel nacional: 53.192 en Las Palmas y 90.358 en Santa Cruz de Tenerife. En porcentaje de votos, se alcanzó un 15’46% del voto emitido. Tanto Ana Oramas como Pedro Quevedo obtuvieron su acta.
Ocho años después, un ensayo muy similar, con idénticos candidatos obtiene 123.981 votos, un 13’12% del voto emitido, en un contexto de participación a nivel nacional del 60’46%, casi diez puntos por debajo del total estatal. Por provincias, se obtuvieron 47.959 votos en Las Palmas y 76.022 en Santa Cruz de Tenerife. Nuevamente, Oramas y Quevedo resultaron elegidos.
Como se puede comprobar, las diferencias no son escandalosas. Si acaso, más acusadas en la provincia de Santa Cruz de Tenerife, y causadas sin duda por la aparición de una fuerza filofascista que arrastra con el voto de Ciudadanos, un voto que aspiraba a captar Coalición Canaria para repetir sus formidables y seguramente exagerados resultados de la convocatoria de abril. En la provincia de Las Palmas, se observa un ligero descenso de en torno a cinco mil votos, en un marco general de menor fortaleza del nacionalismo frente a la circunscripción occidental.
No se pueden obviar algunos elementos imprescindibles para acabar de completar el cuadro. En primer lugar, el particular contexto de hastío generalizado habida cuenta de la incapacidad de las fuerzas estatales de formar gobierno y la obligación de repetir las elecciones. De ahí, el menor voto global del que sólo escaparon el Partido Popular y los fascistas. En segundo lugar, en el 2011 nada hacía presagiar la aparición del multipartidismo a izquierda y derecha actual y todos los diputados canarios pertenecían al PSOE, al PP o a las fuerzas nacionalistas. La situación ocho años después devuelve una imagen de una complejidad superior, aunque se empiezan a percibir señales de cierre del ciclo abierto en 2014: práctica desaparición de Ciudadanos y aguzamiento del declive de Unidas Podemos, que ha pasado de 71 diputados en 2016 a los 35 del pasado domingo, apuntando a los históricos 21 de la Izquierda Unida de Julio Anguita. Finalmente, la propia CC, que antes señoreaba casi sin competencia en el terreno del centro-derecha de las islas occidentales y desde el gobierno, ahora debe hacerlo contra varias fuerzas y desde su condición de fuerza casi exclusivamente de oposición, mientras que NC lo hace desde el Gobierno.
Sin embargo, en definitiva, una fórmula calcada, en dos contextos bien distintos, arroja resultados similares y, aun en su modestia, positivos dado el logro de los dos diputados representando a ambas circunscripciones. No creo descabellado concluir que estamos ante el suelo del voto nacionalista: una horquilla de entre 125.000 y 150.000 votantes, bastante leales, que en las peores elecciones posibles para el nacionalismo, con un marco de referencia estatal casi imposible de subvertir, sin apenas presencia en los debates, medios de comunicación, publicidad, etc. insisten tozudamente en votar por el nacionalismo realmente existente. Es sin duda la base sobre la que debe reconstruirse el nacionalismo transversal, popular y hegemónico, de orientación claramente progresista que se eche a la espalda la tarea de la construcción nacional y plantee abiertamente el necesario pulso al Estado por la soberanía de las Islas cuando haya capacidad política y apoyo social suficiente; que pelee en el 2023 por recuperar la centralidad del tablero desde posiciones hegemónicas a las que sólo se puede llegar con un discurso y prácticas dirigidas al bienestar de las mayorías sociales canarias. Es a ese nuevo impulso al que invita esa base electoral que no abandona el nacionalismo ni en sus horas más bajas.