En los últimos días, más de 130.000 residentes del noreste de Siria han huido por sus vidas, buscando desesperadamente un lugar seguro. Decenas de civiles han muerto a causa de los bombardeos y los asesinatos cometidos por fuerzas turcas y milicias aliadas. En medio del caos, prisioneros del Estado Islámico se han evadido de los campos de detención y en estos momentos están libres; muchos de ellos son extranjeros, incluidos algunos niños, cuyos Estados respectivos se han negado a responsabilizarse de sus nacionales.
La invasión turca recibió la luz verde de Trump (y probablemente también de Rusia) y sigue al abandono por parte de EE UU de sus aliadas, las Fuerzas Democráticas Sirias (dominadas por la milicia kurda), con las que colaboró en la lucha contra el Estado Islámico. No es la primera vez que EE UU abandona a sus aliados en Siria, y no es probable que quienes sufren sus consecuencias olviden fácilmente esta traición.
La operación militar turca persigue dos objetivos. Espera aplastar la autonomía kurda en el norte, que en gran parte se hallaba desde 2012 bajo el control del Partido de la Unión Democrática (PYD), asociado al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), al que desde hace tiempo el Estado turco considera su enemigo interno, y crear una zona de amortiguación a la que trasladar a los refugiados sirios, que se enfrentan a una creciente hostilidad y xenofobia en Turquía. Puesto que muchos de los refugiados son árabes y serían trasladados a una zona en que residen otras minorías, kurdas o no, esta medida daría lugar probablemente a un cambio demográfico, que actualmente es un aspecto fundamental de la tragedia siria. De ahí que grupos de oposición sirios aliados con Turquía luchen por implementar los planes turcos, que no guarda parecido alguno con la revolución siria por la libertad y la dignidad que comenzó hace ocho años.
Las habitantes de la región tienen buenos motivos para temer una ocupación turca. La ciudad de Afrin, de mayoría kurda, que el año pasado cayó en manos de Turquía y sus fuerzas aliadas, sienta un precedente terrible. Muchas personas fueron obligadas a abandonar sus hogares y se les impidió volver a ellos, hubo saqueos generalizados de las propiedades abandonadas, así como detenciones, violaciones y asesinatos.
Dado el temor de la población kurda de Siria a operaciones de limpieza étnica por parte de las fuerzas turcas, y puesto que ningún aliado quiere defenderla, el PYD apenas tenía otra opción que negociar el retorno del régimen sirio, poniendo fin al experimento de autonomía kurda que había comportado importantes avances para la población al implementar muchos de sus derechos, desde hacía mucho tiempo denegados por el régimen arabista. Probablemente esto no es más que una cuestión de tiempo. Cuando el régimen cedió el poder al PYD, es probable que tuvo en cuenta tres factores: que esta cesión del poder haría que los kurdos dejaran de combatir al régimen, con lo que este podía concentrar sus recursos militares en otros frentes; que fragmentaría y por tanto debilitaría a la oposición siria a Asad según divisorias sectarias; y que si el PYD acumulaba demasiado poder, Turquía intervendría para impedir su expansión, permitiendo así al régimen recuperar el control.
Se dice que el acuerdo suscrito entre el régimen y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), dominadas por el PYD, incluye una garantía de los derechos y la plena autonomía de Kurdistán. Sin embargo, es improbable que el régimen sirio acepte finalmente la autonomía kurda, como ha dejado claro repetidamente en declaraciones públicas. En otras partes de Siria, todas las promesas hechas por el régimen en los respectivos acuerdos de reconciliación no han valido ni el papel en que estaban escritas. Las activistas contrarias al régimen, tanto árabes como kurdas, corren ahora el riesgo de ser detenidas y de morir bajo tortura.
Los combatientes de las FDS tampoco están seguros. Hace apenas unos días, el viceministro de Exteriores de Siria, Faisal Maqdad, declaró que dichas fuerzas “traicionaron a su país y cometieron crímenes contra el mismo”. Mientras que muchos kurdos, abandonados por EE UU, pueden sentirse más seguros bajo Asad que bajo Turquía, algunos civiles árabes que viven en zonas controladas por las FDS, como Deir Al Zour y Raqqa, temen sobre todo la reconquista por el régimen y las milicias iraníes y se sienten más seguros bajo la protección de Turquía. La población siria cae en la desesperación y su supervivencia depende de potencias extranjeras. Periodistas extranjeros igualmente amenazados por el régimen han huido de Siria, con lo que las atrocidades pueden cometerse fuera de la vista de los medios internacionales.
Las decisiones que se adoptan hoy son fruto de las maquinaciones de potencias extranjeras, y es la población civil siria la que pagará el precio. Las actuales luchas de poder entre Estados manipulan las divisiones étnicas, dando lugar a la proliferación de los sectarismos, que asolarán a Siria en el futuro previsible. La negativa de Asad a dimitir cuando la población siria lo exigió fue lo que condujo a este baño de sangre, junto con la incapacidad reiterada de la comunidad internacional de proteger a la población siria frente a la masacre y la de los líderes de oposición kurdos y árabes de dejar de lado sus intereses particulares y promover la unidad de quienes aspiran a librarse del régimen autoritario. Un régimen que ha aplastado uno tras otro, por todo el país, la totalidad de los experimentos democráticos de autonomía comunitaria, y la comunidad internacional parece querer normalizar las relaciones con este régimen, que se ha aferrado al poder a costa de organizar masacres a escala masiva. Lo que ocurre hoy es un desastre, no solo para la población kurda, sino también para todas las personas sirias libres.
Una vez más, la situación en Siria ha puesto de manifiesto la quiebra moral de sectores de la izquierda. Muchos de los que protestan ante la invasión turca en el noreste de Siria no se movilizaron para condenar el asalto en curso de las fuerzas rusas y del régimen sobre la ciudad de Idlib, donde tres millones de civiles viven en estado de terror permanente. De hecho, no reconocen que durante años la población siria ha sido masacrada por las bombas, las armas químicas y la tortura a escala industrial a manos del régimen de Asad. Algunos de los que reclaman que se declare zona de exclusión aérea para proteger a la población civil kurda de los bombardeos aéreos difamaron en su momento a los sirios de otros lugares que reclamaban esa misma protección, tachándolos de belicistas y de agentes del imperialismo. Una vez más, la solidaridad parece depender no tanto de la indignación ante los crímenes de guerra, como de quién es el perpetrador y quién la víctima. La vida de la población siria es prescindible en la batalla en torno a las narrativas y los grandes marcos ideológicos.
La tragedia siria es una mancha en la conciencia de la humanidad.
* El artículo es Leila al Shami traducido por Viento Sur. Compartido bajo Licencia Creative Commons.