Entro al Supermercado. Son las 9:00. Llevo mi bolsa reutilizable de cartón. Mi primera pregunta es precisamente si ese es el mejor material o tendría que llevar una de rafia. Voy a por el pan, para lo que me obligan coger una bolsa de plástico. En la frutería las bolsas son, también, de plástico. Pregunto a un empleado si puedo echar la fruta y verdura en mi bolsa y luego ponerle el precio al producto. Me dice que no, «solo si es una unidad. Además son distintos precios». He comprado tres productos y tengo tres bolsas de plástico que, al llegar a mi casa, van a ir directamente a la bolsa amarilla. Voy a los productos envasados. Es lo que hay, no hay tiempo muchas veces para cocinar y hacen falta soluciones rápidas por si acaso. Bandeja y plástico por encima, toma ya. Compro un trozo de queso tierno. Plástico por dentro, plástico por fuera y bolsa de plástico. Termina la pequeña compra y tengo más cantidad de plástico que de producto he comprado. Me siento culpable.
¿Me siento culpable? Yo no he pedido llevarme todo ese plástico, todos esos envases y en mi mano, como mucho, está reciclarlo. Pero espera, mi problema está en mi modelo de consumo. Cambio mi bolsa de cartón por mi bolsa de rafia y voy al Mercado, en este caso de Telde. Voy a la frutería. Dos aguacates, tres mangas, un papayo, dos calabacines, tres zanahorias, un trozo de calabaza y plástico plástico plástico. «¿Va a querer bolsa?» No, es que yo tengo esta bolsa al hombro para pasearla, pienso. Se refería a una bolsa blanca para echarlo todo. No la quiero pero cada producto tiene una bolsa transparente. La calabaza tiene una bandeja y viene cubierta con film transparente. Otro día probaré a decirle que no me de bolsas transparentes, reflexiono. Ese día la dependienta me mira como un extraterrestre y de mala gana me echa la fruta y la verdura en la bolsa advirtiéndome que se me va a escachar. «Mi niño, a la calabaza le tengo que poner plástico, si no mancha todo lo demás». Intento contestar pero ya el plástico está en mi calabaza que voy a poner en el caldero cuarenta minutos después.
Pienso que la cosa va a mejorar. Doce huevos, llevo mi cartón y me lo rellena con cara sospechosa. Si no lo llevo me pone un cartón y plástico por encima. Pan, con bolsa. El queso blanco de Pajonales cubierto de plástico por fuera. La carne y el pescado, en bandeja con plástico por encima. «Una tienda ecológica», podríamos pensar como solución. Productos empaquetados de Soria, manzanas de Girona «porque aquí no hay muchas», peras de no sé donde… Reflexión: ¿es mejor un producto ecológico y desnudo en tiendas especializadas, que un producto del país, kilómetro 0 que lo atiborran de plástico? No tengo ni idea a nivel ecológico, pero a nivel económico el producto de aquí me cura mucho más mi conciencia. Pero no puedo evitar mi culpabilidad por el modelo de consumo.
Patricia Gosálvez relata su experiencia en El País Semanal. Habla de ecoagobio y ecoansiedad. Resulta que la periodista experimentó cómo era la vida sin plásticos. Luego volvió a su vida «normal» y vio cómo se le exigía que siguiera con su vida sin plásticos por parte de la sociedad. Ha mejorado pero no ha conseguido erradicarlos. Da con la clave: muchas veces no hay alternativa. La gran industria no te la ofrece. Y he ahí mi reflexión. Se nos exige como consumidores, como seres humanos que tenemos que comer y vivir, que hagamos un esfuerzo sobre humano por evitar plásticos y residuos, pero la gran industria sigue haciendo lo que le da la gana. Te cobra la bolsa como forma de curar su putrefacta conciencia pero te sigue llenando el carro de plástico, de envases y de porquería que tú no quieres. Lo peor es que pocos comercios son los que se plantean esta problemática, mientras vivimos rodeados de potencial basura.
Apuesto por una regulación para el gran y el pequeño comercio que vaya generando conciencia, a la vez que nosotros, de manera individual podamos reducir nuestro consumo de plástico, envases y residuos. Por ejemplo, para el pan un cartucho de papel, para la calabaza también, incluso papel para cubrir el queso aunque uno no sabe ya qué es mejor. Nosotros, a su vez, reutilizar y dar una segunda vida a esos cartuchos y ser conscientes de la necesidad de reducir residuos. Pero además lanzo el reto de pensar todo nuestro consumo: la ropa que llevamos, cómo nos movemos y el producto en sí que compramos, más allá de donde vaya envuelto. La conciencia es una glándula que solo tenemos los pobres, como decía Galeano, y ahora nos achacan que esa conciencia está cubierta de plástico.