Créanme si les digo que detesto escribir otra vez sobre el fuego. Cuando la semana pasada intentaba reflexionar sobre los medios anti incendios, además de reconocer la labor de las personas encargadas de ello, no pensé ni por asomo que esta semana tendría que volver a tocar el tema. Me gustaría abordar alguno de los temas que tenía en mente y que estaba trabajando, pero no tengo el cuerpo ni la cabeza para pensar en otra cosa, pese a las buenas noticias de las últimas horas. Lo que ha pasado en Gran Canaria en los últimos días es de una desesperación pasmosa. En una semana hemos asistido a tres incendios, en Artenara, Cazadores y el más devastador, el que comenzó en Valleseco. En total se han quemado más de 12.000 hectáreas entre los tres, más de 10.000 solo en el último. Por el camino se llevó parte de nuestro legado, nuestra memoria, asustó a más de 9.000 evacuados, quemó sus casas y sus tierras, y arrasó con el pulmón natural de la isla, el Pinar de Tamadaba.
El primer agradecimiento debe ir, nuevamente, a todo ese dispositivo encargado de controlar un fuego sin contemplaciones en plena ola de calor y con rachas de viento que le favorecían. La madrugada del domingo al lunes, con buen criterio técnico, no se quiso arriesgar vidas humanas y no entraron a apagar Tamadaba donde la vida de los medios humanos anti incendios hubiera corrido serio peligro. Sin embargo, la sensación de desesperación e impotencia era palpable entre la población. Delante de nuestra cara, y sin que pudiéramos hacer nada, se nos estaba quemando un pinar de gran interés medioambiental, con numerosas especies naturales y animales endémicas y propias de la zona. Ese pinar, que es patrimonio del pueblo canario, estaba siendo pasto de las llamas en una noche donde conciliar el sueño era difícil.
Ese dispositivo tenía como objetivo principal defender a las personas y las localidades por las que el fuego iba pasando. En ese sentido, no tenemos que lamentar víctimas humanas y eso, dadas las circunstancias, es una gran noticia. La cuestión no es baladí. En el incendio de Pedrógao Grande, en Portugal del año 2017, murieron 64 personas y hubo más de 200 heridos. También se encargaba de defender a los animales domésticos y el ganado, prestando espacios y generando una red de solidaridad para salvar todas las vidas posibles. Cuando pasa una tragedia de este tipo siempre hay quien piensa que no se hizo todo lo que se pudo y se buscan cabezas. En este caso no ha sido menos, críticas a veces infundadas y mil veces refutadas pero que calan en la era de la postverdad. Incluso algún político con pocos escrúpulos y muchas ganas de pescar en río revuelto, demostró cómo se puede ser un miserable hasta en los peores momentos. Sin embargo, pese a todo, poco se puede reprochar a los responsables políticos, Ángel Víctor Torres y Antonio Morales, que dieron en todo momento el protagonismo a los técnicos y dejaron que fuera Federico Grillo quien ilustrara con una gran pedagogía. Saben que esta columna no es dada a los aplausos gratuitos, pero en esta ocasión es de justicia.
Mientras teníamos el alma rota por lo que estaba pasando en nuestro pulmón, a los que no le duele el medio ambiente y que incluso niegan el cambio climático, se dedicaban a criticar con severidad a los responsables políticos y técnicos. Volvieron a aparecer expertos en prevención y extinción de incendios, regresaron una semana después los valedores de los hidroaviones y se anunció una manifestación para hoy. Yo lo tengo claro, yo no voy. Lo que se puede pedir en un momento como este es que se haga todo lo humanamente posible, sobre todo para evitar daños personales. En la naturaleza ya se harán las actuaciones oportunas y ante ello estaremos nuevamente vigilantes, pero el don de la oportunidad no lo tienen los responsables de esa convocatoria sin logos, pero con claros tintes políticos. Quizá no aceptaron la derrota de hace tres meses.
Es curioso cuanto menos que se esté hablando de depurar responsabilidades, como si fuera la muy española Santa Inquisición, pero que no se esté analizando por qué se han provocado tantos incendios de manera intencionada y qué intereses hay detrás. No se se está tratando si hablamos de una organización o de un individuo solitario. Tampoco qué ha sustentado ese odio a nuestro ecosistema, a nuestros endemismos, al monte y al pinar. No voy a ser como ellos, por supuesto, hay que dejar actuar a los que saben que ya tienen abierta una investigación, pero quizá no es del todo casual que se provocaran presumiblemente al menos tres incendios intencionados en las últimas semanas. Algunas fuentes hablan de entre 60 y 70 conatos en dos meses, todos atestiguados en la hemeroteca de los medios de comunicación. Además, todos en zonas estratégicas diferentes. A las autoridades competentes hay que exigirles que sean diligentes con esas responsabilidades. No es lo mismo una imprudencia que una clara intención como en estos casos.
No quiero que esta triste columna acabe con mal rollo en el cuerpo. Vamos a resurgir de las cenizas, Tamadaba también. Distintos expertos, entre ellos David Bramwell, ex director del Jardín Canario, se muestran esperanzados ante la capacidad de regeneración de nuestros ecosistemas, acostumbrados a un territorio volcánico. Ese rayito de esperanza es más fuerte que las llamas de 50 metros de altura de los últimos días, que la luz roja del sol la tarde del domingo, cuando estábamos destrozados. Esto nos debe servir como lección para, entre otras cosas, no menospreciar el cambio climático y sus efectos. La subida de la temperatura de la tierra está provocando incendios en lugares como Siberia o los bosques de Suecia, inundaciones en Filipinas o Pakistán, temperaturas de unos 30ºC en Finlandia, dos o tres grados más de media en Groenlandia o altísimas temperaturas en ciudades de la India, lo cual hace imposible la actividad humana en ciertas épocas del año. Además, como recuerda Wolfredo Wildpret de la Torre, Catedrático Emérito de Botánica de la Universidad de La Laguna, las islas son territorios muy frágiles y aquí entra otro elemento a tener en cuenta, la superpoblación de las islas. La acción del ser humano, envuelta en un odio exacerbado contra la naturaleza y llevado por vaya a saber qué intereses, tiene efectos devastadores si el calentamiento global entra en la ecuación. A pesar de todo, nos adaptaremos y pondremos en su lugar a los pirómanos de todo tipo.