
Publicado originalmente el 18 de noviembre de 2016
Vivimos en un sistema agroalimentario mundial que genera hambre y malnutrición, que provoca el abandono campesino y la pérdida de biodiversidad agrícola y que es corresponsable del cambio climático. Un modelo basado en el desarrollo de la agroindustria y la concentración oligopólica de las multinacionales de la alimentación.
Según un informe del Panel Internacional de Expertos sobre Sistemas Alimentarios Sustentables (IPES Food) de 2016, de los 7000 millones de habitantes del mundo, 795 millones sufren hambre, 1900 millones son obesos y 2000 millones sufren deficiencias nutricionales. Lo que significa que, alrededor del 60% de la población mundial pasa hambre o está mal alimentada (ETC group, 2016). Entre el 44% y 57% de todas las emisiones de gases con efecto de invernadero provienen de la agroindustria dentro del sistema alimentario global (GRAIN, 2016).
Así, IPES Food, en su informe “De la uniformidad a la diversidad: un cambio de paradigma de la agricultura industrial a los sistemas agroecológicos diversificados”, destaca que el modelo agroindustrial está “generando resultados negativos en varios frentes: la extendida degradación de la tierra, el agua y los ecosistemas, las altas emisiones de gases de efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad, la persistencia del hambre y deficiencias en la ingesta de micronutrientes junto al rápido aumento de la obesidad y las enfermedades relacionadas con la dieta, además de perturbaciones en la generación de medios de subsistencia de agricultores de todo el mundo.”
Canarias no es una excepción en este orden mundial. Contamos con un grado de autoabastecimiento alimentario que está en torno al 10%, existe un prolongado abandono de la agricultura campesina o modelos agroecológicos de producción y soportamos altos índices de enfermedades relacionadas directamente con el tipo de alimentación de la población1.
Lógicamente revertir esta situación estructural de la agricultura y la alimentación en el archipiélago, que es determinante en la economía, el deterioro ambiental, y la salud de quienes vivimos en las islas, requiere de la actuación de múltiples factores e instituciones en una labor compleja.
Pero más allá de esto, está el papel que cada una de nosotras podemos tomar a la hora de alimentarnos y la dimensión política de esta acción. Todos los días nos alimentamos, y todos los días tenemos la oportunidad de decidir, al menos en este ámbito, qué modelo agroalimentario queremos.
Ya será un acto de resistencia el preferir un bollo de centeno a una “barrita energética”, un almendrado en vez de una “oreo” o gofio de grano local a los “cornflakes». Casi un acto de desobediencia civil el buscar las papas de país, cuando los importadores inundan bajo precio el mercado con papas del Reino Unido o de Israel, o consumir la carne producida por ganaderos y ganaderas locales. Toda una manifestación, decir que queremos el vino o la miel de aquí. O casi una revolución cambiar el queso amarillo o queso plato por el queso de cabra de las islas.
Llevar a cabo una alimentación responsable requiere entre otras cosas priorizar los productos locales, de temporada, frescos, preferentemente de producción agroecológica, así como el consumo de los agrotransformados producidos en las islas, y hay múltiples formas de realizarla.
Comprar a través de circuitos cortos de comercialización. Los circuitos cortos de comercialización, son canales de comercialización vinculados a la agricultura familiar y la agroecología. Aunque es un concepto en constante construcción puede definirse como: “una forma de comercio basada en la venta directa de productos frescos o de temporada sin intermediario — o reduciendo al mínimo la intermediación — entre productores y consumidores. Los circuitos de proximidad acercan a los agricultores al consumidor, fomentan el trato humano, y sus productos, al no ser transportados a largas distancias ni envasados, generan un impacto medioambiental más bajo” (CEPA, FAO, OMS 2014).
En estos circuitos, donde también se incluye la comercialización de productos elaborados, las relaciones entre productoras y consumidoras son más directas, con una mayor capacidad de decisión de ambas y una mayor equidad en las relaciones comerciales. Entre otros, se consideran: la compra directa en finca o explotación, los mercados del agricultor, o a través de establecimientos que intermedien directamente entre producción y consumo.
Generar grupos de consumo o grupos de interés común. Un grupo de consumo lo conforman personas interesadas en una alimentación saludable y próxima, con criterios de sostenibilidad y comercio justo que establecen acuerdos y compromisos con la producción local. Tal vez es la forma más politizada del consumo de alimentos, en la que se comparten los riesgos y los beneficios de la producción, cuestionando el sistema convencional del mercado de alimentos. Se trata de un movimiento militante, que a escala global también se denomina “Agricultura sostenida por la comunidad” o “Agricultura de responsabilidad compartida” y del que en Canarias existen varias iniciativas.
Priorizar la restauración comprometida con los productos locales, o pedir a la restauración que trabaje con la producción local. Y tenerlo presente también en las parrandas y comidas compartidas.
Pero además de ser consecuentes y alimentarnos de forma responsable, podemos influir en nuestro entorno para transformar este modelo. Planteando propuestas que de forma integral contemplen la producción y la economía local, la salud y el medio ambiente, a través de Políticas municipales de soberanía alimentaria.
Y algunas de estas propuestas pueden ser: Exigir que los comedores escolares prioricen el consumo de alimentos locales y agroecológicos, a través de las AMPAS, de los Consejos escolares, o simplemente como madres y padres preocupados por la alimentación. Pedir, a través del tejido asociativo vecinal, o con la participación de grupos políticos locales que en los centros públicos con comedor se priorice el consumo local, desarrollando ordenanzas o reglamentos al respecto. O participar en el desarrollo de programas formativos o divulgativos sobre alimentación y salud.
La importancia de una alimentación responsable (o política) para la producción local no radica solo en la cantidad de productos que es capaz de consumir y en los lazos de solidaridad y compromiso que se establecen entre productoras y consumidoras. Sino también por la importante labor de concienciar y educar en un tipo de alimentación más sana, basada en criterios de comercio justo y comprometida con la sostenibilidad del territorio.
Solo el consumo responsable (militante o político) no será capaz de cambiar el modelo agroalimentario global, ni el de Canarias. Pero es un buen comienzo. Y para empezar solo depende de nosotras.
1 Canarias es la comunidad autónoma con menos años de vida saludable (59,7). Está por encima de la media estatal en sobrepeso y obesidad infantil y juvenil, por encima en colesterol e hipertensión y a la cabeza en cardiopatías isquémicas. Y tiene más del doble de la media estatal de personas menores de 45 años con diabetes y el triple de mortalidad asociada.
A partir de datos del Ministerio de Sanidad, Gobierno de Canarias y la Sociedad Canaria de Nefrología. (Concísate, 2016)
Eduardo J. Pérez Hernández/ Creando Canarias