
Publicado originalmente el 10 de noviembre de 2016
Una vez coronado Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, muchos se preguntan cómo es posible que los norteamericanos votaran mayoritariamente a semejante presidente. A la postre, de manera real o fingida, el presidente de los Estados Unidos de América incide de alguna manera en los ciudadanos de todo el planeta. Tampoco es que Hillary Clinton fuera una candidata de altura, pero no deja de ser lo que estamos acostumbrados: una candidata del sistema, leal con los mercados, más o menos belicista en las zonas más conflictivas y solícita con los que le financian la campaña. Clinton era la seguridad para los mercados, Trump la incógnita. Los que peor lo van a pasar son las minorías en Estados Unidos, en el exterior, me da la sensación de que poco va a cambiar.
Trump es un gobernante repudiado hasta por sus propios correligionarios, pero algo enganchó al norteamericano medio. El odio hacia el otro, hacia el diferente, la relación de los problemas del trabajador blanco medio con la llegada masiva de inmigrantes baratos, el patriotismo exacerbado y una chulería propia de los tiranos, han convencido a los votantes. Donald Trump representa un tipo de populismo que se está extendiendo por buena parte del mundo. Explica Zygmunt Bauman en una oportuna entrevista que publica El Mundo que «los políticos atizan el miedo al extranjero para ocultar su ineficacia ante los poderes globales. Esto es muy cómodo, porque la lucha contra el terrorismo es algo visible, algo tangible, que pueden vender en televisión. Vimos tanques en las calles de París, policías asaltando pisos de presuntos yihadistas… Eso da la sensación de que los gobiernos nacionales mantienen su poder: «¡No estamos sentados! ¡Estamos actuando!»».
Por encima de esos mismos gobernantes están los poderes económicos. Señala Bauman: «hace un tiempo, los poderes políticos justificaban su razón de ser por su capacidad para protegernos colectivamente frente a las catástrofes individuales: caer enfermo, perder tu casa… Ahora, sin embargo, el poder político de los estados-nación se ve impotente ante las decisiones de los poderes económicos globales». Como los políticos no tienen todas las soluciones, se dedican a revolver las tripas, a generar odios o como sigue exponiendo el sociólogo polaco «cuando el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, dice que «todos los terroristas son inmigrantes», lo que insinúa es que «todos los inmigrantes son terroristas». Es una mentira, claro». Las mentiras convencen más que nunca.
En definitiva, el nacimiento de estos populismos de corte fascista tiene su razón de ser en señalar los problemas de los ciudadanos entre sus semejantes, los inmigrantes, los refugiados, los mismos pobres, los que pidieron hipotecas sin poder pagarlas (recuerden aquella máxima del Partido Popular de que los ciudadanos habían vivido por encima de sus posibilidades)… Son falacias construidas en un discurso diseñado para que todo cambie y que todo siga igual. La frustación de no conseguir los objetivos propuestos, en un mundo en el que los gobiernos han permitido la ruina de sus propios trabajadores, señala a los pobres como culpables, también los diferentes, mientras en ese discurso hegemónico se escapan los poderes financieros, el consumismo salvaje o la explotación empresarial, que genera la pérdida progresiva de derechos sociales y laborales, en pro de la seguridad. Todos esos son fenómenos globales palpables y claramente identificados. El mundo está cambiando de dinámica y la vieja y rancia derecha se está adaptando a los tiempos. La izquierda sigue esperando.
En Canarias la prensa ha elegido a Clinton como la candidata que proporciona seguridad. Juan Verde, asesor de Barack Obama, se acercó a varios medios de comunicación, quizá tocando la fibra patriótica para que los canarios vieran a Clinton como la opción correcta. Ricardo Melchior, ex presidente del Cabildo de Tenerife, relató la visita de Clinton a la isla en Diario de Avisos. Indica Melchior que “Hillary nos dijo que su esposo le había explicado la importancia estratégica de Canarias con vistas a África y que esperaba venir algún día al Archipiélago, pero no sabía cuándo”. En la misma sintonía, ABC Canarias destaca a Obama como el presidente que situó a Canarias en la ruta comercial con África. Que tenga que ser un afroamericano el que nos indique los países que tenemos cerca, es grave. Nadie ha hablado en estas menciones, por supuesto, de los intereses militares de Estados Unidos en Canarias. Pese a todo, poco o nada cambiará la vida de los canarios con Trump o con Clinton, quienes lo van a pasar mal, reitero, son las minorías. Por otro lado, hablamos de otro síntoma: nuestra eterna espera de que vengan de fuera y nos indiquen el camino, sin intentarlo por nosotros mismos.
Me arriesgaría a afirmar, sin mucho riesgo, que más incidencia histórica y presente sobre la economía canaria tiene el Reino Unido. En el marco de la World Travel Market de Londres, el presidente Fernando Clavijo acudió al puerto de Southampton para festejar los 130 años de la exportación tomatera canaria a Gran Bretaña. Antes incluso de eso, los británicos bebieron el vino de malvasía canario y pujaron para que Canarias fuera una potencia azucarera. Una máxima: la dependencia exterior. Hoy en día los británicos son uno de los principales exportadores de turistas a Canarias junto a los alemanes. Ante la incertidumbre del Brexit, Clavijo se ha dedicado a destacar lo de siempre, las ventajas fiscales. Los operadores le decían, a su forma, que no, que los negocios siguen: «El Brexit no traerá sol».
Las cifras de visitantes a Canarias será de casi 15 millones de turistas, 2 millones menos que la población de Holanda y casi 4 millones más que la de Bélgica. Ante estas buenas cifras, Clavijo animó al sector a tirar del talento canario, un talento sometido a los operadores extranjeros que traen a su personal. Mientras los operadores siguen haciendo caja en Canarias, el INE (Instituto Nacional de Estadística) destaca que Canarias será un país de viejos dentro de 15 años. Si nuestros jóvenes siguen emigrando, todavía será con más motivo un país de viejos. Lo que no ha de ser es un país de viejos mentales, en el que los datos turísticos dependan del Brexit o las guerras que haga Trump en países competidores turísticos. Por este camino, parece evidente que nuestra vejez mental es inminente. En Gran Bretaña someten a debate su futuro tras el Brexit, en Estados Unidos sus conflictos raciales tras la elección de Trump. En Canarias, ¿esperamos que ellos lleguen a un consenso para aprovecharnos de las migajas o vamos a debatir nuestra propia realidad? El sábado en Agüimes, haremos un intento muy modesto en los Alegatox.