Francia acaba de aprobar una ecotasa a los billetes de avión que los encarecerá hasta en 18€ por billete. Alemania, Reino Unido, Austria, Noruega o Suecia ya cuentan con ecotasas similares desde hace pocos años, y Holanda, Bélgica, Francia y Suecia están presionando en el Consejo europeo para que la ecotasa a los billetes aéreos pase a aplicarse en toda la UE. En Suecia el número de pasajes de avión vendidos se redujo en un 5% en un año por la creciente concienciación climática y medioambiental, seguramente debido en parte a la influencia de Greta Thunberg y su compromiso de evitar el avión en favor del tren.
La preocupación por la emergencia climática avanza hasta el punto de amenazar los privilegios de la industria aérea, hasta ahora intocable. Menno Snel, Secretario de Estado de finanzas holandés: “No es sostenible volar por toda Europa para pasar un fin de semana con amigos cuando se puede viajar en tren”. Manfred Weber, candidato del PP europeo en las recientes elecciones europeas: “Los privilegios de las compañías aéreas tienen que acabar”. Frans Timmermans, vicepresidente en funciones de la Comisión europea: “¿Por qué sigue libre de impuestos el queroseno? […] ¡Es una locura!”.
No hace tanto estas declaraciones en boca de figuras de la política habrían sido totalmente imposibles; hoy son la prueba de que el tiempo de los privilegios para las aerolíneas toca a su fin. ¿Privilegios? Sí: a las sustanciosas subvenciones a la industria hay que sumar la exención del IVA a los billetes en muchos países europeos, o el hecho de que el queroseno esté libre de impuestos. Mientras tanto, si la industria aérea fuera un estado, sería el sexto mayor contaminante mundial, por delante de Alemania; Ryanair es una de las 10 empresas con más emisiones de la UE, y las 9 restantes son plantas energéticas de carbón. Las emisiones del tráfico aéreo aumentaron en Europa un 16% en los últimos 15 años. Queda claro que en estos tiempos de alerta por la emergencia climática las aerolíneas dejarán de ser una vaca sagrada más pronto que tarde.
La industria pone el grito en el cielo y alerta de que si volar se encarece, se reducirá el número de vuelos y por tanto la conectividad; alega que las críticas están injustificadas porque la eficiencia energética de los aviones ha mejorado espectacularmente. Tienen razón: los aviones actuales consumen un 24% menos que en 2005; el problema radica en que desde entonces aumentaron un 60% los km recorridos por pasajero, conque a pesar de la mejora en eficiencia, las emisiones se incrementaron un 20% en el mismo periodo. Todo apunta a que el desarrollo de la técnica no conseguirá mantener las expectativas de crecimiento de la industria y reducir sus emisiones totales, de modo que son cada vez más quienes ven una única salida posible y se atreven a mentar la bicha: la solución pasa por volar cada vez menos.
En Canarias parecemos vivir ajenos a todo este debate, hoy omnipresente. Se ve que para eso no somos Europa. En un futuro quizá no tan lejano nos podríamos ver en un escenario en el que volar no sólo sea mucho más caro, sino que esté sujeto a restricciones por motivos climáticos y medioambientales, pero en las Islas todavía no parece preocupar el impacto que todo ello tendría en la vida de la gente. O en la industria turística. Añadamos la recuperación de destinos competidores como Turquía, Túnez o Egipto, todos más cerca de Europa que Canarias. Sumemos el aumento de temperaturas en Europa (escribo esto en julio de 2019 en Bruselas, donde llevamos una semana por encima de los 30ºC, hoy con máximas de 40ºC), que con el tiempo puede restar atractivo al turismo de sol y playa. Pensemos en la creciente conciencia medioambiental y climática, no sólo en las generaciones jóvenes, que puede llevar a que cada vez más gente voluntariamente recurra menos al avión y privilegie las vacaciones en tren o vehículo privado (en Suecia ya se habla de flygskam, vergüenza por volar). Y no olvidemos que los niveles de demanda actual ya son artificialmente altos por la exención del IVA a los billetes y la no imposición del combustible.
El empresariado turístico en Canarias, totalmente contrario a introducir una ecotasa mínima, se la va a tener que tragar multiplicada en los vuelos. Si disminuyen las conexiones, si como todo apunta a largo plazo se van a ir reduciendo las llegadas a las Islas, veremos cómo agentes y turoperadores presionan para bajar precios y preservar su margen de beneficio, para después con el tiempo largarse a destinos más rentables por cercanos y sostenibles. Los hoteleros a su vez presionarán hacia abajo para precarizar todavía más a los trabajadores y exigirán más ayudas públicas, en una carrera al abismo. Mientras, se siguen construyendo más hoteles y no falta quien dice que la costa está desaprovechada; no porque el empresariado canario esté fuera de la realidad y no vea que en equis años el turismo dejará de ser el motor económico que es hoy. Lo saben. Pero de aquí a allá todavía tienen tiempo de enriquecerse más a costa de hundir(nos) el Archipiélago y dejarlo sin futuro, que a ellos y los suyos eso no les va a afectar. Los demás ya sabíamos que encadenarnos al binomio construcción-turismo sería nuestro fin, pero lo veíamos lejano. Ahora ya podemos empezar a verle las orejas al lobo.