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En el origen y en el final del filosofar convenimos que está el asombro, el misterio, el interrogante, la duda.
El acto filosófico empieza y termina con preguntas.
A mi juicio, la pregunta de las preguntas es la pregunta existencial.
De forma coloquial puedo acercarme a la pregunta existencial planteando, aquí y ahora, si cada uno de nosotros es realmente protagonista de su vida. Cuando me pregunto ¿soy protagonista de mi vida?, ¿qué es lo que quiero saber? ¿Cómo puedo saberlo? ¿Cómo debo saberlo?
Sugeriré que en términos filosóficos ese interrogante equivale a que me proponga este otro: ¿soy sujeto?
Tal vez haya quienes piensen que la pregunta y la respuesta, después de la crisis del “paradigma de la conciencia”, ya no plantean ninguna clase de problema. Sin embargo esa apariencia es engañosa.
La pregunta existencial como pregunta por la identidad del sujeto no es necesariamente una pregunta fundamentalista. Es la pregunta por la identificación de lo que en primera instancia sea (y no sea) cada uno de nosotros, como permanencia y continuidad.
Su envés es la pregunta por la diferenciación y por la diferencia respecto a lo que somos (y no somos), en tanto que mutables y discontinuos.
La pregunta existencial se constituye (en primera y última instancia), según creo, como una amplia gama de preguntas poli(é)ticas, preguntas que se refieren a la soberanía o a la subordinación, a la autonomía o a la heteronomía (auto o hetero-conciencia y auto o hetero-determinación) de los individuos en sociedad.
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En varias ocasiones, Immanuel Kant, el filósofo de Königsberg, formuló la pregunta existencial de forma más amplia, preguntando ¿qué es el hombre? —en nuestro tiempo se diría ¿qué es el ser humano?— y sintetizando en ella la composición antropológica de tres interrogantes diferentes: 1) ¿Qué puedo saber?; 2) ¿Qué debo hacer?; y 3) ¿Qué me está permitido esperar? Son preguntas incrustadas en la cruz de todo presente.
Son interrogantes nucleares, porque sus respuestas constituyen los objetos de saberes diferenciados (a juicio de nuestro filósofo, responderían a cada una de estas tres preguntas, respectivamente, la metafísica, la moral y la religión).
Más de doscientos años después ese modo de proceder puede seguir siendo válido, siempre y cuando se introduzcan algunas modificaciones en lo inquerido.
A los efectos requeridos, las tres preguntas primordiales serían las siguientes: 1) ¿Qué puedo saber?; 2) ¿Qué puedo hacer?; y 3) ¿Qué puedo esperar? Actualmente se hacen cargo de la primera tanto la ciencia como la epistemología. De la segunda, tanto la política como la técnica. Y de la tercera tanto la ética como la religión. Desde el punto de vista antropológico estos interrogantes son presentistas y se refieren básicamente al poder como capacidad realizativa del ser humano.
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A su vez, estos interrogantes tienen antecedentes y consecuentes.
Los antecedentes interrogativos aparecen claros cuando se considera que esas tres preguntas resultan de otras tres previas, sobre las pasiones y deseos más primarios organizados alrededor del querer, en tanto que capacidad volitiva del ser humano vivo, en los espacios del conocer, del actuar y del devenir.
Serían éstas: 1) ¿Qué quiero saber?; 2) ¿Qué quiero hacer?; y 3) ¿Qué quiero esperar? El análisis psicológico y sociológico se encarga de ellas. Y de ahí las problemáticas de la indagación como intención de averiguar (en el espacio del conocer), de la motivación como ánimo de obrar (en el espacio del actuar), y de la ilusión como anhelo de lograr (en el espacio del devenir).
Los consecuentes interrogativos resultan a su vez de la transformación de las cuestiones del querer y el poder en preguntas nucleadas alrededor del deber, en tanto que capacidad prescriptiva a la que me acojo como ser humano con moralidad en los mismos espacios referidos.
Serían las siguientes: 1) ¿Qué debo saber?; 2) ¿Qué debo hacer?; y 3) ¿Qué debo esperar? El análisis ético y teológico es ahora el encargado de proporcionar respuestas a esos interrogantes en cada uno de sus espacios (del conocer, el actuar y el devenir). Y de ahí las problemáticas de la verdad como búsqueda de certeza, de la justicia como ánimo de equidad y de la fe como anhelo de salvación, respectivamente.
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Sin todavía haber ensayado ninguna respuesta sobre los objetos de la pregunta existencial, tenemos ahora nueve preguntas nucleares como resultado de su des-composición analítica, preguntas todas surgidas al considerar esas capacidades en su despliegue en los citados espacios del conocer, del actuar y del devenir, espacios que son la resultante de las capacidades realizadas, conformando el saber, el hacer y el esperar:
Querer Poder Deber
Saber ¿Qué quiero saber? ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo saber?
Hacer ¿Qué quiero hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer?
Esperar ¿Qué quiero esperar? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué debo esperar?
Habría que volver en otro momento a la relación entre estos nueve interrogantes, sobre los que aún se hacen precisas nuevas consideraciones, que dejo pendientes. Porque esas preguntas resultarían inconcluyentes si quedasen así, sin más.
Los objetos (el qué) del querer, del poder y del deber aparecen antropológicamente como el resultado de capacidades engastadas de los sujetos, que forman una cadena discontinua, organizada a partir de relaciones complejas entre esos tres eslabones. En la cadena, los eslabones de lo que quiero, de lo que puedo y de lo que debo quedan efectivamente enlazados por la sensibilidad y la reflexividad en una serie múltiple de co-determinaciones.
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Pero también se hace necesario preguntar, más allá de los objetos, por los sujetos (el quién), los modos (el cómo), los fines (el para qué), y las causas (el porqué): ¿quién es el que quiere (o puede, o debe) saber (o hacer, o esperar) algo?, ¿cómo quiere…?, ¿para qué quiere…?, ¿por qué quiere…?, etcétera. Así, la batería de los nueve interrogantes posibles y necesarios se ha quintuplicado.
No obstante, el despliegue de la pregunta existencial no se detiene en la composición de las dos series de capacidades básicas mencionadas (las capacidades potenciales del querer-poder-deber con las capacidades realizadas del saber-hacer-esperar), centrándolas luego en los objetos, los sujetos, los modos, los fines y las causas. Porque de cara a la identificación/diferenciación existencial se observa que hemos restringido esas preguntas a la exclusiva dimensión presentista.
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Sin embargo, lo actual no cobra su sentido pleno sin la referencia a los tiempos pasado y futuro con los que se ensambla, es decir, sin su incardinación en la dimensión de lo fáctico y de lo posible, considerada siempre de forma abierta.
No se puede obviar que cada quiero (en el presente) se enmarca entre un quise (del pasado) y un querré (del futuro); cada puedo entre un pude y un podré; y cada debo entre un debí y un deberé. ¿Qué quise (o pude, o debí) saber (o hacer, o esperar)?, ¿qué querré…?, etcétera. Así el abanico de los nueve interrogantes para una buena conformación de la pregunta existencial, que se habían quintuplicado, ahora —a su vez— se han triplicado.
Pero es que, además, hay preguntas sobre los hechos pasados —ontológicamente clausurados, pero hermenéuticamente abiertos— que pueden haber sido formuladas y respondidas en momentos anteriores y de diversas maneras: ¿qué supe?, ¿qué hice?, ¿qué esperé? (y ¿quién…?, ¿cómo…?, etcétera). Son preguntas que se añaden a la batería de interrogantes que conforman la pregunta de preguntas, la pregunta existencial, en una composición casi inabarcable[1].
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Es más: el interés de estos interrogantes no reside —como ya dije— en las posibles respuestas que reciben de forma aislada, sino en las relaciones —mediaciones, modulaciones, tránsitos— que se establecen entre las preguntas y entre las respuestas.
Por ejemplo, ¿de qué modo, para qué fin, por qué causa es posible afectar el objeto de las preferencias de primer orden de un “quiero” en su relación con un “puedo” y un “debo”, transformándolas en preferencias de segundo orden?
¿De qué modo, para qué fin, por qué causa queda afectado por lo que “quiso” y “querrá” el sujeto que “quiere”, por ejemplo, cuando se producen esas transformaciones preferenciales a través de lo que “puede” y “debe” saber, hacer o esperar?
Regresemos ahora a la pregunta de preguntas tal como quedó formulada al inicio: ¿Soy sujeto?
[1] Renuncio a construir aquí la composición íntegra de los nueve interrogantes iniciales quintuplicados. Porque, luego, su gran número de preguntas potenciales (cuarenta y cinco, para ser exactos) se ha triplicado (hasta llegar a ciento treinta y cinco). Y resulta, además, que habría que añadirles estos últimos, de naturaleza fáctica, pero en número indeterminado. Animo al lector o lectora a que construya esa tabla de preguntas por su cuenta, como ejercicio de diseminación de su propio yo.
* El autor es Pablo Utray, heterónimo filosófico de Pablo Ródenas y Jorge Stratós, entre otros más. Este texto se publicó por primera vez en Cuadernos del Ateneo de La Laguna 4, 1998, pp. 93-96. Se publica ahora con las ligeras modificaciones hechas poco después de que viera la luz por primera vez.