El nacionalismo canario realmente existente debe atender tres tareas simultáneas si quiere ser un proyecto mínimamente seductor y útil para la sociedad canaria que se apresta a finalizar el primer cuarto del siglo XXI.
En primer lugar, debe gobernar con visión de país, esto es, con la mente puesta en nuestra población en el sentido más amplio, sin alinearse con grupos de intereses o sectores minoritarios que apoyan su bienestar en el malestar de la mayoría. Debe tener conciencia redistributiva, comunitarista si se quiere, con una permanente vocación de no dejar a nadie atrás. Entre sus objetivos tiene que estar el extender una visión de comunidad en el que no dé igual tener índices altísimos de desempleo o interminables plazos en cuanto a las listas de espera sanitarias o de atención a la dependencia. Deberá educar al empresariado para que comprenda que un país al borde permanente del estallido social jamás será un buen lugar para hacer negocios; que la clase empresarial debe ser también la primera interesada en que el bienestar sea mayoritario, que haya buenos servicios sociales, buena educación y sanidad públicas, convenios justos, niveles de sostenibilidad altos, una sociedad de plena igualdad entre mujeres y hombres, etc. Y debe hacer todo esto con altos niveles de eficacia y eficiencia, como valor añadido que, entre otras cosas, atraiga a sectores que en un principio no se identificarían con el nacionalismo. Si el nacionalismo no asume esta tarea como estrategia y seña de identidad, jamás podrá aspirar a ser más que un movimiento pegado a sectores más o menos minoritarios de la sociedad y no transversalmente representativo de todo el país.
En segundo lugar, el nacionalismo canario debe ser más firme en la defensa de los intereses canarios fuera de nuestras fronteras. Históricamente, los momentos en los que el nacionalismo ha tenido más pegada han sido episodios puntuales, muchas veces marcados por la coyuntura pero no como una seña de identidad irrenunciable del proyecto político. Demasiadas veces, el nacionalismo canario no ha tenido la iniciativa que cabría esperar de él, siguiendo una inercia que nos coloca permanentemente en el último lugar a la hora de negociar cualquier asunto ante el Gobierno de España. Se podrá decir que en una estrategia de enfrentamiento, el chico siempre lleva la de perder frente al grande, exceptuando tal vez en la lucha canaria. Sin embargo, no parece que una estrategia de eterna disposición nos haya llevado tampoco a altas cotas de logros competenciales, financieros, políticos, etc. Además, el alineamiento con o la ambigüedad frente a la deriva represiva y profundamente antidemocrática del Estado ante las demandas soberanistas de otras naciones del Estado, no ha contribuido precisamente a que el nacionalismo canario gane coherencia y autoridad moral fuera y dentro de las islas. Perder perfil reivindicativo no tiene sino como resultado final el empeoramiento de la calidad de vida de la ciudadanía canaria y eso debe ser asumido por nuestros políticos nacionalistas.
Por último, el nacionalismo canario debe ser auténticamente nacionalista y entregarse con entusiasmo y decisión a la tarea de la construcción nacional. Es precisamente esta línea de trabajo la que debe constituir la columna vertebral y la seña de identidad de todo proyecto nacionalista. Se echa dolorosamente en falta una convicción más clara y un empuje más decidido a la hora de, por ejemplo, dotarnos de estructuras culturales y comunicativas propias, que reduzcan la dependencia del exterior y nos reafirmen en nuestra personalidad propia. Es fundamental contar con medios bien dotados, independientes, de los que sentirnos orgullosos y que, sobre todo, nos devuelvan una imagen fiel de nosotros mismos, entre otras cosas, defendiendo sin tapujos ni ambigüedades nuestra variedad dialectal. Clama al cielo la incapacidad de poner en marcha un programa de contenidos canarios con una ficha financiera digna de tal nombre, que abarque todos los niveles educativos y que ponga por fin, después de casi cuarenta años de autonomía, las bases de la Escuela Canaria que necesitamos de manera inaplazable. También una Academia Canaria de la Lengua que no tenga que mendigar sus fondos, un Instituto de Etnografía Canaria, nuestro patrimonio bien conservado y al alcance de todos, ayudas transparentes a la nueva creación canaria y no empadronada para la ocasión, un Teatro Nacional, un Día de las Letras Canarias que sea una auténtica celebración de nuestra literatura y nuestro sector editorial, selecciones nacionales canarias deportivas compitiendo en tantas disciplinas como se pueda o celebrando encuentros amistosos y claramente apoyadas por nuestras instituciones, nuestros deportes autóctonos reivindicados y promovidos al más alto nivel, y un larguísimo etcétera. En fin, una política cultural al servicio del país y no la mera réplica de patrones importados o simplemente indistinguible de la política cultural que pudieran hacer los partidos sucursalistas, siempre orientada a perpetuar la dependencia.
Si el nacionalismo canario se pone a trabajar en el empeño de sacar estas tres tareas adelante, podrá aspirar a ser un proyecto seductor mayoritario en el seno de la sociedad canaria, una fuerza constitutiva y constituyente de nuestro país como ocurre en otros lugares del mundo. Por el contrario, si continúa perdiendo perfiles propios o imitando irreflexivamente proyectos ajenos, continuará con su desnorte o lento declive que hará de él o bien una fuerza o fuerzas irrelevantes, sin proyecto propio y condenadas a ser la muletilla de otros, o una opción u opciones políticas escasamente representativas, alejadas de la centralidad del tablero político por estar únicamente alineadas con determinados sectores sociales. O sea, prescindibles.