El Hierro es una isla chiquita con tonos infinitos. Una isla ondulada donde la lava se ensambla con la tierra, con giros enrevesados que arropan sabinas, rocas desnudas y piedras ahuecadas en la costa. Conozco al detalle sus matices, los veranos en El Hierro me han servido para aprender de sus esquinas rojas, de la espuma blanca en la roca oscura, de sus caminos del centro y sus lindes en forma de raya.
Una vez crucé la isla cuando tenía 19 y dormía sobre cualquier huerta. Luego hice el camino de los Reyes. Supe lo que era la Bajada al sentir las chácaras, al comer bacalao encebollado y quesadillas en el camino.
Tuve también la suerte de subir a La Dehesa para conocer la fiesta de los pastores. La primavera no evitó la mañana fría en La Frontera y tuvimos que comprarnos unas chaquetas. Llegamos a las 12 a la ermita blanca de muros sencillos, de belleza cercana. Nos situamos en el exterior volcánico de picón, un pequeño jardín de geranios acompañaba la salida de la virgen. El sol alumbraba a bailarinas y bailarines que esperaban por fuera el final de la misa. En la espera, los pitos afinaban sus toques. La virgen salió ya con todos danzando.
El baile de la virgen se zarandea como un rebaño de cabras. Hay un pastor que sostiene el grupo y el resto va avanzando y retrocediendo a ritmo del ganado, saltando sin importar que en el recorrido existan baches o piedras. Este tajaraste herreño tiene una fuerza descomunal que se va incrementando con los distintos toques, cuando llega la jullona los brincos son como los de las cabras guanilas, es el momento de sentir las vueltas.
– Jullona viene de juir, me dice una anciana en la puerta de la iglesia. Después de la aclaración continúa con un grito espontáneo ¡Que viva la virgen que viva!
– ¡Que viva! Contesta una multitud emocionada.
Caminamos hacia la cueva de los pastores donde la gente se sentó entre piedras y tablones. En lo alto, la subasta de las cabras. Yo escuchaba las ofertas mientras observaba la entrada de la caverna en la que guardaron a la Virgen de los Reyes. Seguramente los bimbaches la creyeron hija del sol al igual que a Chaxiraxi, quizás por eso se le baila con toques ancestrales.
Nos tomamos un caldo y un cachito de quesadilla viendo a la gente pasar y disfrutando del filo de la montaña que conducía la mirada al mar eterno. La virgen regresó a la ermita donde le dedicaron loas a su belleza que escuché atentamente, un lugar donde despuntan poetas de la tierra. Finalizaron las palabras con la voz entrañable de Carmen, que describió en la loa su niñez en la Dehesa, cuando no había de casi nada y aquel poquito tenía que compartirse.
“Que se vuelva a compartir el puño de higos pasados
que se respete la memoria,
que muchos pastores pidieron gofio prestado»