¿Qué es una escuela rural? ¿Qué las hace diferentes del resto de escuelas? ¿Qué papel tienen en el territorio? ¿Quiénes conforman la escuela rural?
Profundizando ligeramente en estas cuestiones nos encontramos con una responsabilidad común a la vez que con un privilegio que tenemos en Gran Canaria. La escuela rural es el centro de la vida del lugar en el que se encuentra. Vida, por el transitar de generaciones, con aprendizajes diversos asociados al medio natural y cultural, con su entorno como aula abierta de enseñanza. Vida también por la constante creación y cultivo de la misma: hablamos de la siembra y cosecha, de la ganadería, de la artesanía, de las relaciones comunitarias, del apego y conocimiento al territorio a través de la herencia de nuestras antepasadas.
Ante la visible calma que dan los paisajes rurales, donde se intercambia el silencio por la observación, este mundo, tan vital para el resto de mundos, es un constante revolotear de vidas. Y es precisamente sobre este privilegio, el contexto en el que se enmarca una escuela rural.
El CEIP Hoya de Pineda, escuela rural de Gáldar, está amenzado de cierre por no llegar, a diferencia de una alumna/o al número «mínimo» establecido por la Consejería de Educación. Pero, con estos ritmos de vida que llevamos, con la diversificación, y en muchas ocasiones, precarización del trabajo de muchas familias (ya sea en tiempo o en salario), ¿cómo promocionar la escuela rural si ninguna institución pone de su parte para ofrecer facilidades a las familias, y por ende, pone en jaque la permanencia de la escuela? Es aquí cuando entramos en quiénes componen una escuela rural: La comunidad educativa (docentes, directora, alumnado y familias), las instituciones (locales, insulares, regionales y nacionales) y el tejido comunitario (vecinas, agricultoras, ganaderas, trabajadoras del sector servicios, artesanas, colectivos, etc.) de la zona o sector en el que se encuentra. Sin embargo, indirectamente, el resto de población también tenemos una responsabilidad para con estas realidades. Dependemos y nos sustentamos (o deberíamos) de ellas, la memoria de los pueblos, tradiciones y conocimientos del territorio provienen de ahí, ¿cómo llegamos a devincularnos de estas realidades?
Este centro quiere seguir vinculado a Hoya de Pineda, a Gáldar, a Saucillo, a El Agazal, a Caideros, a la tradición del barro, a la soberanía alimentaria, al cuidado del entorno y al aprendizaje desde el mismo y con la comunidad. El CEIP Hoya de Pineda se niega a desaparecer porque sabe la importancia y la responsabilidad que acarrea su papel como escuela y como ente dinamizador de su realidad y las relaciones que acontecen en ella. Llevan resistiendo contra viento y marea, o más bien, contra las indecisiones y las escorrentías de responsabilidades de la administración pública, para poder proponer más servicios que faciliten las nuevas matriculaciones: hablamos de servicio de acogida temprana, de comedor o el servicio de guaguas (ya que hablamos de distancias largas entre los barrios rurales). Si se quiere, se puede: sabemos que hay servicio de guaguas para otros centros del municipio cercanos, hay comedor en una de las escuelas rurales con lo que se podría invertir en un vehículo isotérmico, entre otras soluciones abarcables. Si no hay voluntad política, como ha ido aconteciendo en estos años, la escuela rural desaparecerá. Si no colectivizamos esta responsabilidad desde el resto de la población aceleraremos su extinción. Este escrito pretende ser un llamado de emergencia, por un lado, a la institución local y regional, que sean conscientes de las pérdidas culturales, ambientales, educacionales y socieconómicas que la desaparición de cada una de estas escuelas supone, y, por otro lado, un llamamiento de solidaridad y responsabilidad a la población de Gran Canaria. Apoyemos esta lucha, no permitamos que Hoya de Pineda, ni ninguna otra escuela rural, desaparezca, con ello se irá la vida del lugar. Divulguemos la información, animemos a acercarnos a estos centros y promover la matriculación en los mismos, incluso, reflexionemos sobre nuestro día a día, nuestros ritmos, las prisas, los ruidos, los parques infantiles de cemento frente a lo que pueda implicar el regreso al campo y la calidad de vida que deseamos para nuestro presente y futuro.
No se trata de atesorar la ruralidad como un recuerdo bucólico o romántico en el que quede una fotografía color sepia. Esa fotografía es necesaria tenerla en cuenta, de ahí venimos, pero también hay que darle color.El mundo rural se está vaciando, advierten muchas voces, «se está envejeciendo y abandonando», sin embargo también hay un rayito de esperanza. Cada vez se van conociendo nuevas iniciativas de jóvenes que deciden proponer el campo como medio de vida en esta isla, acerquemos nuestra escucha, y desoyamos nuestros miedos, a ese nuevo relato de aire fresco del sector primario. Hagámoslo juntas: visibilicemos y prioricemos, pongamos la vida al centro.
Al CEIP Hoya de Pineda le quedan unos meses, donde unos números digitalizados en la Consejería de Educación pretenden decidir el futuro del territorio. Ayuntamientos de Gáldar, vecinas, vecinos, colectivos, familias, docentes, población de Gran Canaria: no permitamos esta herida al territorio.
* La autora es Nerea Santana Medina, Trabajadora Social y Máster de Antropología. Santana Medina tiene experiencia como Técnica de Proyectos de Desarrollo Rural. El texto fue remitido a Tamaimos.com por correo electrónico para su publicación.