Publicado originalmente el 28 de septiembre de 2017
Mediatarde de domingo en Juncalillo, en el municipio de Gáldar (Gran Canaria). En el cafetín dos o tres cazadores hablan de sitios inservibles, llenos de maleza. «Aquello no sirve pa’ nada», afirma uno de ellos. A mí me suena fuera de contexto porque no he seguido la conversación. Dos mujeres despachan al otro lado con una pachorra que en la ciudad no sería tan bienvenida, pero que a mí, tras entrar asado de calor del exterior y con el fresco del lugar, me resulta bucólica, una parsimonia llena de esencia. La cerveza fría me sabe a gloria, recuerdo que acabo de pasar por una pequeña área de casas que se llama La Gloria. «Este es el camino que lleva a La Gloria», rememoro mi broma. Con el placer de la bebida en mis ojos, miro a la derecha, hay varios carteles. Dos de ellos ofrecen información de un club de caza, precios, etc. Otro promociona un alojamiento en Fagagesto, unos kilómetros más abajo. Pero el que atrapa mi atención, es un anuncio de venta: «Se vende casa cueva con 4 dormitorios, 2 cocinas, salón, baño, terraza y terreno con árboles». En grande, destaca su localización: Juncalillo. Cerca del entrañable comercio, se observa que las terribles inmobiliarias se han instalado en la zona y comandan algunas ventas.
Se congela en mi mente un pensamiento contaminado por mi historia familiar y sobre todo, por el paisaje que acabo de disfrutar. En mi paseo por el entrañable pago, divisé casas-cueva abandonadas por herencias sin resolver, caminos destruidos por falta de tránsito, cadenas llenas de maleza, accesos atiborrados de tuneras, solares abandonados que ya nadie construye, un molino de gofio al fondo que ya no funciona… En el paseo, un hombre lleva una lechera con leche de vaca. «Ya la gente no quiere esta leche, pero esto es lo mejor que hay. Aquí detrás hay un señor que tiene algunas vacas y nos la ofrece a los vecinos», comenta. Las leches con vitaminas, exportadas por el REA, de marca blanca, acamparan nuestro mercado y nuestras despensas. Así con muchos productos. La sensación de abandono es implacable, pero a mí todo aquello me sabe a país, un vocablo tan de moda, pero que en esencia viene de paisaje.
Días atrás, mis pasos transitaron, entre otros lugares, por el Paisaje Protegido de Las Cumbres, por el lado que corresponde a Artenara (la foto que acompaña al artículo está tomada desde ese bello paraje). Caminando, y ensimismado con vistas irreales, me doy cuenta de la pequeña parte que somos entre tanta naturaleza, entre tanta belleza. Soy consciente de que mis pasos ya fueron trazados por otras personas antes, cuando la cumbre estuvo muy poblada, cuando cada persona se llevaba un poco de «monte». Si todo estuviera más limpio de combustible seco, si el pastoreo se potenciara, si la agricultura y la ganadería tradicional diera de comer a consumidores y campesinos, el riesgo de incendios sería mucho menor. No lo digo yo, lo avala el propio Cabildo de Gran Canaria. Ahora falta llevarlo a la práctica.
Pero yo voy más allá. Pensé en el yacimiento de Risco Caído. Risco Caído, en el municipio de Artenara, pero muy cerca de la zona de Barranco Hondo de Gáldar, opta a ser Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y ya es Patrimonio Astronómico de la UNESCO. Acompañan a este espacio lo que se llaman «yacimientos estrella», los lugares sagrados de la cultura insular en el espacio de la cumbre. Se trata de Risco Chapín, Mesa de Acusa y Sierra del Bentayga, todo ello según la web del proyecto Risco Caído. En la zona también destacan otros conjuntos como Cueva Caballero o la Cueva de los Candiles.
Aparejada a la posible designación de Risco Caído como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, es fácil prever que se producirá un efecto llamada. Mucha gente querrá disfrutar de esos yacimientos, estar en el contexto en el que se da esa cultura que tenía a esos espacios como sagrados, que miraba al cielo en las noches estrelladas de la cumbre para saber cuándo plantar, que rendía culto a las fuerzas de la naturaleza. Me atrevo a afirmar que sería una fase nueva en nuestra historia como destino turístico, pero también en nuestro conocimiento y afirmación como pueblo que revisa su historia. Pueden pasar dos cosas: o contamos nosotros nuestra historia, tomamos la palabra como Doramas en «La Comedia del Recebimiento» de Cairasco de Figueroa, lideramos y elegimos el desarrollo que queremos de la zona, regentamos las casas-cueva, los refugios de montaña, las casas rurales… o sin embargo somos más Dácil en «Antigüedades de las Islas Afortunadas», de Antonio de Viana, y dejamos que sean otros quienes cuenten la historia por nosotros, dejamos que los turoperados extranjeros, que las grandes fortunas y familias canarias marquen el desarrollo turístico en la zona y se llenen los bolsillos con las creencias de nuestros antiguos.
Los barrios de extrarradio están plagados de emigrantes del campo, muchos de ellos de la zona cumbrera de la isla. En los 60, 70 y 80 tuvieron que dejar su casa-cueva, su tierra y su forma de vida, para convertirse en aparceros de tomateros y luego en profesiones asociadas con el turismo, la construcción o el sector servicios. Fue un auténtico shock en sus vidas. Llegaron a barrios sin zonas verdes, pero muchos mantuvieron sus casitas, sus cadenitas. Algunos la usan de casa de fin de semana, otros vendieron y otros abandonaron espacios que les tocó en herencia, y que ahora están llenos de maleza, parras secas o cirueleros abandonados. Quizá sea el momento de mirar para la cumbre de nuevo. Retomar los terruños de la familia, no malvenderlos a especuladores que están viendo la bicoca y que no quieren esa tierra que fue de nuestros padres, de nuestros abuelos.
El regreso a la cumbre de nuestra gente, maltratada por el paro y los trabajos precarios, garantiza un desarrollo sostenible de la zona colindante a los espacios sagrados de nuestros antiguos, pero que son también lares con memoria familiar, de raíz. Además de ser una oportunidad de encontrar una forma de vida, podemos recuperar la vida natural, la agricultura tradicional, la ganadería, el pastoreo, el uso de las hierbas medicinales, la recuperación de caminos, algo que está potenciando el mismo Gobierno de Canarias gracias a la iniciativa Caminaria…
Tantas y tantas cosas cargadas de futuro, como Risco Caído, como la cumbre toda. Para ello, también es verdad, hacen falta políticas efectivas de apoyo, por ejemplo menos trabas burocráticas, menos incertidumbre en la emprendeduría, menos facilidades fiscales a los lobbys del alquiler vacacional… Me encantó el lema de este año del ESPAL, «la tierra no se vende». Si ya los caciques locales y los grandes hoteleros extranjeros nos robaron, ultrajaron y destrozaron las zonas turísticas de sol y playa, ¿vamos a permitir lo mismo con la cumbre? Encima este regreso nos permitiría, como dice Yeray Rodríguez, «retroceder al futuro».