En los primeros días de abril, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde destacó en su discurso el «precario momento global de la economía mundial». Este eufemismo que pretende desvirtuar el trasfondo de la dialéctica inherente a la crisis del capitalismo, nos pone en evidencia que lo precario es aquello que no solo carece de recursos, que es poco estable y que objetivamente no está en condiciones de sostenerse en el tiempo.
Poco a poco se hace cada más visible que los poderes fácticos del sistema mundial están cada vez más a la deriva, a medida que la crisis del capitalismo global se les va de las manos.
Las inmensas desigualdades estructurales de la economía política mundial ya no pueden ser través de mecanismos consensuales de control social. Las clases dominantes han perdido legitimidad y estamos asistiendo a una ruptura de la hegemonía del núcleo central del capitalismo a escala mundial. Es muy difícil vislumbrar una seguridad política y social, en un mundo donde millones de personas continúan atrapados en el ciclo de pobreza, de un sistema global que es discriminatorio e injusto.
Es obvio, que las elites globales esperaban -así lo manifestaban en sus conferencias, cumbres o foros- que la «Gran Depresión», que comenzó con la crisis de las hipotecas y el colapso del sistema financiero mundial en 2008, fuera una recesión cíclica, es decir estos episodios regulares en el sistema capitalista, que ocurren aproximadamente una vez por década, y por lo general no duran más de dos años.
Pero la crisis estructural a la cual nos enfrentamos es más profunda, y su resolución requiere de una reestructuración a fondo del sistema. Las crisis estructurales mundiales en las décadas pasadas se resolvieron mediante una reorganización del sistema que produjo nuevos modelos de capitalismo. Pero estos paliativos, no quiere decir que los problemas que enfrentaba la mayoría de la humanidad bajo el capitalismo se hayan resuelto, o se vayan a resolver, sino que la reorganización del sistema capitalista en cada caso fueron dirigidas a la reanudación de la acumulación de capital a escala mundial.
Las recetas del capitalismo mundial trazaron los mecanismos de la exportación de capitales y de una nueva onda de expansión imperialista o posteriormente se resolvió con variantes de la socialdemocracia, de bienestar, capitalismo populista o desarrollista que implicaba redistribución, privatizaciones y tercerizaciones en el sector público y la regulación del mercado por el Estado.
No obstante, la globalización y la crisis estructural actual se desarrolló a partir de la propia respuesta que dieron los distintos protagonistas a los episodios anteriores a las crisis, en su preámbulo en particular, a la crisis de los ‘70 de la socialdemocracia, o dicho más técnicamente, del fordismo-keynesianismo, o del capitalismo redistributivo, “con rostro humano”.
A raíz de esa crisis, el capital pasó a ser global, como una estrategia de la emergente clase transnacional y sus representantes políticos para reconstituir su poder de clase, al liberarse de las restricciones a la acumulación que imponían los Estados-nación. Las elites globalizantes se adueñaron del poder estatal en la mayoría de países del mundo y utilizaron ese poder para impulsar la globalización capitalista a través del modelo neoliberal.
La globalización y las políticas neoliberales, junto a la revolución en la tecnología de la que se apodero el gran capital, computación, robótica e informática y otros avances tecnológicos ayudaron al capital transnacional emergente a lograr grandes avances en la productividad y a reestructurar, «flexibilizar» y deshacerse de mano de obra en todo el mundo.
Esto, a su vez, debilitó el trabajo asalariado, significó la pérdida de los beneficios sociales y facilitó una libre transferencia de ingresos y salidas sin control de capital. Estimulando el crecimiento a través del consumo en su máxima expresión. Sin embargo, el modelo neoliberal se ha traducido también en una polarización social a nivel global.
Es una ruptura entre la lógica de acumulación y la de reproducción social, que ha repercutido en un crecimiento sin precedentes de la desigualdad social y ha intensificado las crisis de supervivencia de miles de millones de personas mundialmente. Los efectos de pauperización desatados por la globalización han generado conflictos sociales y crisis políticas que el sistema hoy encuentra cada vez más difícil contener.
La polarización social global agudiza el problema crónico de sobre acumulación, y la concentración de la riqueza esta cada vez en menos manos, hasta que el mercado mundial sea incapaz de absorber la producción mundial y el sistema colapse. A los capitalistas transnacionales les resulta cada vez más difícil desembarazarse de su masa ya abultada y aún creciente de excedentes: no pueden encontrar salidas donde invertir su dinero con el fin de generar nuevas ganancias, por lo que el sistema entra en una recesión o algo peor.
En los últimos años, la clase capitalista transnacional ha recurrido a la acumulación militarizada, a la especulación financiera salvaje y al allanamiento o saqueo de las finanzas públicas, bajo diferentes instrumentos de endeudamientos públicos y privados a fin de sostener su lucro.
El capital financiero transnacional y sus agentes políticos utilizaron la crisis para imponer una austeridad brutal e intentar desmantelar lo que queda de los sistemas de bienestar y los estados sociales desarrollados de Europa, América del Norte, para exprimir más plusvalía de la mano de obra, directamente a través de una explotación más intensa, e indirectamente a través de las arcas estatales. Los niveles de endeudamiento de los países desarrollados y no desarrollados han aumentado a niveles históricos.
Sin embargo, el sistema es incapaz de recuperarse, y por el contrario se hunde más en el caos. Las “elites globales” con la complicidad de sus “socios locales” no pueden manejar las contradicciones explosivas. Es imposible predecir el resultado de la crisis. Sin embargo, algunas cosas están claras en la actual coyuntura mundial.
La magnitud de los medios de violencia y control social no tiene precedentes. Las guerras informatizadas, aviones teledirigidos, bombas antibúnker, guerras de las galaxias y otros similares han cambiado el rostro de la guerra. La guerra ha sido convertida en algo «normal» y «sanitaria» para quienes no están en la mira directa de una agresión armada. También sin precedentes está la concentración en manos del capital transnacional del control de los medios de comunicación y de la producción de símbolos, imágenes y mensajes. Hemos llegado a la sociedad de video-vigilancia y al control orwelliano del pensamiento.
Paulatinamente estamos llegando a los límites de la gran expansión del capitalismo, en el sentido de que ya no hay nuevos territorios de importancia que puedan ser integrados al capitalismo mundial; la desruralización ya está muy avanzada, y se ha intensificado la mercantilización del campo y de los espacios pre-y no capitalistas, convertidos al estilo invernadero en espacios del capital, de modo que la expansión intensiva está llegando a niveles nunca antes vistos.
Emerge un gran excedente de población que habita un planeta de ciudades miseria, excluido de la economía productiva, arrojado a los márgenes, y sujeto a sofisticados sistemas de control social y de crisis de supervivencia, como también a un ciclo mortal de despojo-explotación-exclusión. Este hecho plantea de manera nueva el peligro de un fascismo del siglo XXI y de nuevos episodios de genocidio para contener la masa excedente de humanidad y su rebelión real o potencial.
Las élites mundiales han sido incapaces de plantear soluciones, se encuentran en la bancarrota política y son impotentes para dirigir el curso de los acontecimientos que se desenvuelve ante sus ojos. En el G-8, G-20, otros foros y en otros organismos internacionales, como la Organización Mundial del Comercio (OMC) priman las disputas, divisiones y una aparente parálisis, donde se muestran indispuestos a cuestionar el poder y la prerrogativa del capital financiero transnacional: esa fracción del capital que es hegemónica a escala mundial, es a la vez la fracción más rapaz y desestabilizadora.
Mientras que los aparatos estatales nacionales y transnacionales se resisten a intervenir para imponer regulaciones al capital financiero global, sí lo han hecho para imponer los costos de la crisis a la clase trabajadora. Las crisis presupuestarias y fiscales que, supuestamente, justifican los recortes en el gasto y la austeridad, en realidad son las consecuencias de las políticas financieras fallidas del capitalismo y sus agentes, y una vez más transfieren los costos de la crisis a las clases trabajadoras y populares a través de reducción de salarios, más impuestos, reformas a las jubilaciones y pensiones, flexibilidad laboral, y por ende conlleva a la precarización del empleo.
En conclusión, no habrá salida rápida del caos mundial que crece. Nos espera un periodo de grandes conflictos y trastornos profundos. En los cuales tres sectores del capital transnacional, en particular, se destacan como los más agresivos y propensos a buscar acuerdos políticos neo-fascistas (Brasil, Italia, Austria) para garantizar la acumulación continua a medida que la crisis avanza: el capital financiero especulativo, el complejo militar-industrial-seguridad y el sector extractivo-energético.
La acumulación de capital en el complejo militar-industrial-seguridad depende de interminables conflictos y guerras -incluyendo las llamadas guerras contra el terrorismo y las drogas-, así como de la militarización del control social.
Las industrias extractivas dependen de nuevas rondas de despojo violento y la degradación ambiental en todo el planeta.
Como señalaba un reciente informe de la OIT que un total de 2.000.000.000 (dos mil millones) de trabajadores tienen un empleo informal, es decir el 61% de la población mundial activa. Esto nos ilustra sobre la precariedad, peligrosidad y magnitud del capitalismo en su fase actual que alienta una recesión, estanflación, y otros impactos económicos/financieros/sociales de alcance global, la indiferencia mecánica del capitalismo como sistema se robustece con las desgracias humanas.
* El texto es de Eduardo Camín, periodista uruguayo, corresponsal de prensa de la ONU en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la), donde se publica originalmente el artículo. Tomado de Rebelión bajo Licencia Creative Commons.