En mi barrio había un niño que tenía un balón de reglamento, el del símbolo Nike de la Liga. Todos nos volvíamos locos por golpear aquel esférico que ya golpeaban en nuestros televisores Ronaldo, Raúl, Fernando Hierro, Figo o Rivaldo. El muchacho llegaba con su balón debajo del brazo y lo ponía en el centro. Comenzaba el macro partido en la calle. Si las cosas le iban bien a su equipo, el partido podía durar hasta la noche. Si su equipo perdía de tupa, cogía el balón y se iba. Se acabó el partido. Teníamos que sacar el balón de fútbol sala, pesado y difícil de golpear con triangulitos blancos y negros. Si él decía que una jugada era falta, lo era, si no se iba. Si un gol fantasma había entrado y él decía que no, no era gol. Él tenía el balón, él marcaba las reglas y los tiempos. Cuando el balón empezó a dejar de ser exclusivo, él perdió poder. Pero pronto apareció con el esférico del Mundial 98 que nosotros veíamos patear con enorme destreza a Zinedine Zidane.
¿Quién tiene el patrimonio de las víctimas? ¿Quién pone las reglas del juego, de lo que está permitido y lo que no? El dueño del balón. Todo esto viene a cuento del reciente homenaje del Gobierno de España a las víctimas del nazismo en Mauthausen. En dicho homenaje también estuvo la Generalitat de Cataluña, honrando a sus asesinados. Pero a la directora general de Memoria Demócratica de la Conselleria de Justicia de la Generalitat, Gemma Domènech, no le dio por otra cosa que recordar al anterior conseller del ramo, Raúl Romeva, actualmente en prisión preventiva. La ministra de Justicia, Dolores Delgado, abandonó en ese momento el acto. Un hecho que cuentan de una forma bien distinta El País y El Nacional.cat. Los columnistas de cabecera del españolismo, entre los que se encuentran varios progres, han criticado duramente la actitud de Domènech por ser inapropiada y fuera del ámbito del homenaje.
El nacionalismo español es el más excluyente de todos los que coexisten en el estado español. Asimila, ordena, ejecuta y tiene el poder en todas las esferas. Delgado se apresuró a indicar que Romeva estaba teniendo un juicio justo, faltaría más, pero no aceptó la crítica de la prisión preventiva. Con todos los errores y defectos del catalanismo en este proceso, eso es así. Imaginen la misma situación pero al revés por un momento. Pónganse en la situación de que un representante del Estado califica el ‘procés’ como un golpe de estado, algo que ya hacen en foros públicos, declaraciones o mítines sin pudor. Incluso asimilándolo con el terrorismo, lo antidemocrático y el adoctrinamiento desde pequeños, llegando por parte de los más ultras al boicot a los productos catalanes. Si en el momento de hablar en esos términos un represente del gobierno catalán se va, seguro que es criticado también. Ellos tienen el balón, dicen cuando hay falta o cuando entra un gol, y si no les gusta el resultado se llevan el esférico y se acaba el partido. El españolismo no discute, ordena. De izquierda a derecha. Realmente la reacción de Delgado la hubiera firmado un ministro de Vox, aunque lo increíble en ese caso sería que estuvieran en Mauthausen homenajeando a las víctimas de las minorías que ellos en su mayoría odian.
Creo que atina Comín cuando acusa a Delgado de intolerante. Seguramente en las filas del PSOE, que ha sido acusado por la derecha de connivencia con el populismo de izquierda, el separatismo catalán y los ‘batasunos’, aplaudirán su reacción porque en el fondo son un partido del régimen, y como tal abrazan el nacionalismo excluyente y falto de crítica que la opinión pública defiende y alienta. No se puede pretender que los catalanes decidan quedarse en España con el odio, el anticatalanismo y el ordeno y mando por bandera, nunca mejor dicho. Cuanto más excluyente es el nacionalismo español, más independentistas habrán. Delgado acaba de dar una lección de intolerancia. Algunos hablan que no era el marco para citar este problema político, pero no se me ocurre mejor marco. Allí, en Mauthausen hay enterradas víctimas políticas de la intolerancia y el odio, que fueron asesinadas de mil y una formas. En ese sentido, criticar un atropello, en este caso judicial, es lo mínimo que por dignidad podía hacer la Generalitat. Encima Cataluña tiene sobre de su cabeza una amenaza cierta y velada de nueva aplicación, con más dureza, del artículo 155 que cercene su actividad ejecutiva propia. Las tres derechas así lo han dejado claro, pero no descarten al 100% que el PSOE, por más que Miquel Iceta sea el nuevo presidente del Senado, se tire al monte con la medida.
Ellos tienen el balón y el patrimonio de las víctimas y del discurso. Lo vemos en Canarias. Memoria Histórica sí, pero en lo concerniente a la Guerra Civil y no a la Conquista y Colonización, «eso fue hace mucho tiempo». Mucho recuerdo a las 13 Rosas y menos a los fusilados de San Lorenzo. El nacionalismo español es un rodillo de derecha a izquierda. Su recrudecimiento lo que está consiguiendo es una subida de los nacionalismos periféricos y la preferencia de los discursos menos radicales salvo en la España interior, la que menos se juega en este sentido. A mí me gustaría ver a un representante del Gobierno canario homenajear a las víctimas canarias con un discurso propio y en el se hagan paralelismos al presente, si esos atropellos tienen lugar como es el caso catalán. Llegaron a Mauthausen con el balón, lo pusieron en el centro y se inició el partido. Cuando no les gustó una acción, cogieron el balón y se fueron. Finalmente intentaron darle la vuelta a la verdadera situación ocurrida.