El pasado 1 de marzo, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, proponía al rey de España, Felipe VI, y al Vaticano, que reflexionaran sobre lo sucedido en la conquista de América para aceptar los errores, pedir perdón y reconciliarse.
La propuesta implicaba el reconocimiento de las identidades indígenas de México, pero no entraba a valorar las relaciones de poder del Estado mexicano con respecto a las poblaciones indígenas. Básicamente porque la iniciativa gubernamental partía de un país donde se violan constantemente los derechos humanos de los pueblos indígenas, donde en estados como Guerrero o Chiapas, la situación de los indígenas es de una pobreza y marginación tan extrema, que han surgido movimientos insurgentes, hace escasas décadas, que han retomado las proclamas de la Revolución mexicana de Zapata: Tierra y libertad.
En la región de Tehuantepec se han construido en estos últimos años 25 parques eólicos sin consultar a los pueblos originarios… y muchas de las empresas que operan allí son españolas. Es decir, el gobierno mexicano sigue permitiendo el robo de tierras a comunidades indígenas y se vende a intereses extranjeros.
En un país en el que el 12% de la población es indígena, ¿es pertinente pedir disculpas a un rey y a la curia papal?; o en su lugar, ¿debería respetar el gobierno de México la autodeterminación de los pueblos indígenas? Los agravios de la conquista comenzaron hace algo más de 500 años… y se siguen perpetuando a día de hoy bajo el Estado mexicano, con la complicidad de España, entre otros países. Tal es así que algunas líderes indígenas, entre ellas Bettina Cruz, miembro del Concejo Indígena de Gobierno, afirmó como respuesta a la propuesta de López Obrador que «No queremos una disculpa por lo que pasó… sino por lo que sigue pasando. El remedio está en que reconozcan nuestros derechos en México y que no se perpetúe la violencia y el despojo de nuestras tierras»[1]. La reacción indígena ante la propuesta gubernamental llevó a López Obrador a reconducir su discurso y a sostener poco después, el 25 de marzo, que el Estado mexicano también ofrecía disculpas a las comunidades originarias por los abusos cometidos contra ellas.
En el caso de Canarias, la conquista del Archipiélago por los europeos también tuvo consecuencias drásticas, pues propició la progresiva desaparición de los asentamientos indígenas, la eliminación de elementos materiales propios de la cultura indígena, la reutilización de espacios indígenas, que fueron ocupados por los nuevos colonos y por la propia sociedad colonial resultante, y la imposición de unas formas de vida y sistemas de organización social y producción regidos por una cosmovisión, valores y mecanismos de regulación definidos, de corte occidental, y ajenos al mundo indígena canario. Es decir, la aceptación del “estado civilizado”, a la postre, significó la pérdida de la autonomía cultural (etnocidio), lo que obligó a redefinir las estructuras socio-económicas basadas en las relaciones de parentesco para aceptar otras formas de familia y sociedad.
No obstante, tal y como he argumentado y ejemplificado a partir de fuentes documentales en algunas de mis publicaciones, sobrevivir en tiempos de etnocidio fue una práctica de resistencia cultural, algo que deben tener presente quienes quieran conocer en plenitud el pasado histórico de Canarias[2].
En nuestro Archipiélago, a diferencia de lo que sucede en México, la inexistencia de comunidades indígenas ha dejado sin voz a este colectivo en el presente isleño. No existe una gestión indígena de su legado y de su memoria, pues el etnocidio, en primera instancia, y la incidencia de la arqueología imperialista, en segunda instancia, desarrollada durante los siglos XIX y buena parte del XX, han permitido perpetuar en el tiempo la lectura occidental y europea de ese pasado indígena canario.
Este vacío etnológico permite entender la escasa repercusión social que tienen, entre nuestra sociedad contemporánea, temas como la propuesta de ocultar los cuadros de Manuel González Méndez que están en el Parlamento de Canarias: La fundación de Santa Cruz de Tenerife y La rendición de los Guanartemes, encargados al artista en 1906. En el segundo de ellos, los antiguos canarios entregan al conquistador de Gran Canaria, Juan de Vera, a dos niñas, una de ellas Arminda Masequera, una joven “princesa” de unos diez años, de piel clara y cabellos rubios, portadora del linaje indígena que debe transmitir… para poder sobrevivir en el nuevo orden. Para algunos autores, el cuadro representa la “continuidad” de un pueblo, pues la pintura plasma la importancia de la mujer como legitimadora del poder en la sociedad indígena canaria. Sin embargo, también representa un acto violento: la ofrenda de dos niñas como objetos de rendición y como sumisión al conquistador. Es decir, una visión determinada, dominante y vencedora con respecto a nuestro pasado.
Esta visión está también presente en el ámbito de la Educación Primaria, en el marco de la LOMCE: la edición canaria del libro de texto de Ciencias Sociales, del 5º curso (2015, Editorial Santillana, página 125), reproduce precisamente el cuadro La rendición de los Guanartemes al hablar sobre la conquista de Canarias. Es decir, entre el alumnado canario de 11 años, las estrategias de comunicación de la didáctica abordan esta etapa histórica a partir de la sumisión y del encubrimiento del indígena canario.
En la actualidad, la idea de empatía se relaciona con la realidad humana, con la pluralidad de voces, de conciencias y de discursos, que asumen una actitud dialógica, haciendo del diálogo la esencia de la vida. El mensaje que incorpora el cuadro de Arminda se opone, en este sentido, a la noción de convivencia ideológica, cultural y social y, naturalmente, a todo tipo de enfoque humanista. El cuadro representa el encubrimiento del otro, la sumisión de la mujer indígena (dos niñas) al conquistador.
Los discursos artísticos, en este caso pictóricos, son el producto de determinados discursos sociales, cada uno con su propia perspectiva ideológica. Al incorporarse al discurso público y, en este caso, a un espacio político (Parlamento de Canarias) y a un recurso didáctico de la educación formal, muchas voces pueden manifestarse y validarse a través de las intenciones del pintor, que sólo tenían sentido en el contexto del romanticismo tardío en que concibió su obra González Méndez, allá por los inicios del pasado siglo XX.
En suma, la relación entre una determinada política de gestión del pasado y unos intereses políticos y sociales del presente, debe de partir del respeto hacia los sin voz. Sabemos que la recuperación, gestión y comprensión del legado indígena canario depende de las pautas culturales, históricas e institucionales por las que ha atravesado la arqueología, como ciencia social, a lo largo de su historia… Pero entonces, ¿por qué hay quienes se aferran, desde su posición privilegiada, por mantener vivos discursos retrógrados, en este caso a partir de una visión poco inclusiva desde el arte? Quizás, sólo quizás, porque olvidan que la arqueología ha ido ganando legitimidad al volverse pública, al cuestionar su viejo matrimonio con las historias nacionales, al abandonar la esfera académica y al encontrar lugares donde la producción histórica es significativa para una variedad de actores sociales.
[1] En: https://www.sdpnoticias.com/nacional/2019/03/27/marichuy-y-parlamento-indigena-califican-de-simulacion-y-farsa-carta-de-amlo-a-espana
[2] Puede verse al respecto, entre otras publicaciones, “Ab initio…” (Ediciones Idea, 2014).