
Contaba en la entradilla de la entrevista que le hice a Enrique Bethencourt a colación de su libro La Unión del Pueblo Canario. Luces y sombras del nacionalismo autodeterminista de los 70-80, que cuando estudiaba Historia la gesta de la UPC era para mi grupo más cercano de colegas casi legendaria. Un hito que parecía haber desaparecido porque no se analizaba en profundidad en ninguna obra completa. Un día un compañero de clase pensó en realizar su Proyecto Fin de Carrera sobre ese tema, pero desistió por un cuestión mucho más estatal, seguramente espantado por algunos de los rasgos autodeterministas de la coalición electoral. Desde luego él lo quería enfocar desde la perspectiva de una izquierda que piensa en Madrid y la obediencia canaria era un obstáculo que obligaba a explicar muchos cosas.
Buena parte del vacío historiográfico lo llena el análisis periodístico de Enrique Bethencourt que, a mi juicio, tiene dos fortalezas importantes que están interrelacionadas. Por un lado, él vivió los hechos y estuvo muy cerca de ellos, por lo que le aporta valor de cercanía y conocimiento de causa. En segundo lugar, aborda, sin embargo, dicho proceso desde una perspectiva rigurosa y desapasionada, con lo que añade un análisis con un espíritu bastante objetivo, un rasgo que no tuvo que ser sencillo para alguien que militó y vivió probablemente con tristeza su fin. Por lo tanto, sin ánimo de corporativismo por mi pertenencia al equipo de Coordinación de la Fundación Canaria Tamaimos, considero que si queremos entender aquella época debemos acudir al volumen del periodista.
La historia electoral de la UPC, subterfugio para poder presentarse a las elecciones una serie de partidos comunistas, autodeterministas y nacionalistas, comienza el 1 de marzo de 1979 en las Elecciones Generales. En ellas la Unión del Pueblo Canario obtiene 59.000 votos en toda Canarias y Fernando Sagaseta es elegido diputado por la circunscripción de Las Palmas. UPC fue la tercera fuerza más votada en dicha circunscripción con 38.304 votos a apenas tres mil votos del PSOE, partido percibido desde las esferas estatales como el que representaba la ruptura con el régimen anterior, del que la UCD suponía su continuidad.
La segunda cita se celebró tal día como ayer de hace 40 años, el 3 de abril de 1979, fecha de las primeras Elecciones Municipales. En toda Canarias consigue 80.000 sufragios y 32 concejales, además del hito de convertir a Manuel Bermejo alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, tras un pacto con PSOE y Asamblea de Vecinos, que se materializa el 21 de abril de ese año, fecha en la que se plasma la imagen de la bandera canaria ondeando en la fachada del Ayuntamiento. En la capital grancanaria la formación recibe 34.775 votos y 10 concejales. Las Palmas de Gran Canaria, dice Pablo Ródenas en el prólogo del libro de Bethencourt, condensó lo mejor y lo peor de la experiencia de la UPC.
Los cargos electos de la UPC de todas las corporaciones juran su cargo “por una Canarias Libre y Socialista”, entre ellos los de Las Palmas de Gran Canaria y el Cabildo de Tenerife. La historia del mandato de la UPC está lleno de convulsiones internas y externas. La prensa llega a titular antes de que Bermejo sea alcalde, «llega la chusma al Ayuntamiento». Finalmente, el mandato mezcla aciertos y errores, pero en cualquier caso demuestran que las utopías no eran imposibles en el tiempo nuevo que se abrió, donde seguramente las mismas estaban más proclives a darse porque todo estaba más abierto. El 6 de agosto de 1980 el PSOE, con Juan Rodríguez Doreste al frente, fuerza la dimisión de Manuel Bermejo y pacta con la UCD. Los resultados de la UPC en los siguientes comicios son mucho menores y las peleas internas desembocan en la ruptura, que el libro Memoria de la nación canaria (Le Canarien, 2017) de Jaime Bethencourt fecha el 15 de agosto de 1984. Dice esta publicación que los motivos que llevan a tal extremo son las reticencias internas a que Oswaldo Brito continuara como portavoz en el Parlamento de Canarias y a las luchas internas entre sectores nacionalistas y comunistas.
Con todo, podemos enumerar algunos logros de la UPC. En primer lugar, destaca Pablo Ródenas en el prólogo de La Unión del Pueblo Canario. Luces y sombras del nacionalismo autodeterminista de los 70-80 que fue “la mayor experiencia participativa de la historia política de Canarias”. En segundo lugar, la UPC con pocos recursos, logra grandes resultados. En tercer lugar, además de una novedosa experiencia participativa, está autocentrada en Canarias, sin tutelas de Madrid. Evidencia este hecho que se podía crear algo desde Canarias moderno, integrador y consensuado, a pesar de la deriva posterior. Por otra parte, en donde gobernó, como en Las Palmas, impulsa la municipalización del transporte público y diversas mejoras en la ciudad.
Pero igual de extenso es el apartado de errores o ingenuidades en que peca la formación. Pablo Ródenas, que vivió los hechos desde dentro, considera que no hubo autocrítica con lo que estaba sucediendo. ¿Qué estaba sucediendo? Fraccionamiento y personalismos varios, egos y orientaciones políticas que se convirtieron en irreconciliables y que acabaron con la experiencia. En otro orden de cosas, no existe capacidad para ejercer labores técnicas, lo que provocó su fracaso en Las Palmas de Gran Canaria. Muchos concejales sabían mucho de teoría política y de hacer la revolución y muy poco de las áreas a gestionar. Finalmente, la existencia es corta por un motivo que posteriormente ha reinado en la izquierda canaria: la división, la coma que siempre dispersa los proyectos.
Todavía la experiencia de la UPC levanta pasiones, enconas y ocultamientos, no en vano varios protagonistas, que podrían aportar una valiosa información, no están dispuesto a hablar de este período. En cualquier caso, en mi opinión la experiencia de la UPC merece superar las idealizaciones de nuestras épocas estudiantiles, los rechazos de frente y la indiferencia en nuestro imaginario social. Yo nací cuando la UPC ya no existía, pero merezco una revisión continua y desapasionada de aquella época, donde hay muchas aristas que no nos han explicado. Con todo, es innegable la influencia que ha tenido la UPC en la evolución, tanto en lo positivo como en lo negativo, del nacionalismo de izquierda en Canarias. Por otro lado, en ciertas materias ese nacionalismo irredento es, en buena parte, culpable del desarrollo de la Canarias autonómica, que, con sus múltiples dejaciones y defectos, también ha tenido avances sobre todo en materia de educación y sanidad. Un avance que no se había conseguido en etapas anteriores. Esa senda, como digo, para lo bueno y lo malo, tiene a la UPC, indefectiblemente como pionero, heredero junto al independentismo africanista del MPAIAC del nacionalismo de segunda ola que se inicia en los años 50 y que adquiere rasgos diferenciados.