En 2021 se cumple el V Centenario del Sitio de Tenochtitlan, en el que el Imperio español toma la actual capital mexicana, un asedio que comienza en 1519 y se concluye en 1521. Lo hizo a sangre y escapulario bajo las órdenes de Hernán Cortés. La azteca era una civilización avanzada, cuyas riquezas fueron el objeto de deseo de las tropas de Castilla. Ante ese hecho, del que se cumplen 500 años el 13 de agosto del citado 2021, el presidente mexicano Andrés López Obrador ha enviado cartas al Rey Felipe VI y al Papa Francisco para que pidan perdón por las matanzas y los excesos cometidos. “Hubieron matanzas, imposiciones, la llamada conquista se hizo con la espada y con la cruz”, alega el mexicano. AMLO pide reconciliación pero antes solicita el perdón para poder continuar. Pero la crítica también es autocrítica porque igualmente pedirá perdón por la masacre de indígenas durante algunos gobiernos mexicanos como el de Porfirio Díaz a finales del XIX y principios del XX.
La respuesta del Rey y el Gobierno español ha sido negativa. Dicen desde Moncloa que no se pueden juzgar hechos pasados con perspectiva contemporánea. Ni gobierno progresista ni rancio imperialismo de derechas. El conquistador es el conquistador, el gestor del Imperio es gestor del Imperio y no va a pedir perdón. Sin embargo, el mismo gobierno sí ofreció disculpas por la expulsión de los judíos sefarditas en 1492, a quien además ofreció la nacionalidad. De la misma forma, Canadá pidió perdón también a los judíos por hechos sucedidos en 1939, Francia a Argelia por las matanzas indiscriminadas y torturas durante la guerra de descolonización de Argelia y Alemania a Israel por el holocausto nazi. Pero España, que sí puede pedir perdón a los judíos, niega el mismo a México como ya lo negó a Venezuela a instancias de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
España, el Imperio donde nunca se ponía el sol, es objeto a defender de izquierda a derecha. No hay revisión histórica, probablemente en parte porque los sectores más reaccionarios ganaron la batalla en la Transición y la izquierda solo se amolda. La prueba más fehaciente es la dificultad para la misma reconciliación con las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. España, de Filipinas a América, pasando por Canarias, no ha de pedir perdón porque, según Moncloa, son hechos pasados mirados con ojos contemporáneos. En Canarias, la esclavitud, las masacres, los atropellos, las apropiaciones, la aculturación o el aislamiento a las poblaciones indígenas no asimiladas, fueron una constante. No hace falta refrendarlo, pero New York Times lo resalta en un artículo reciente y lo califica de «abuso brutal».
España no pide perdón a América porque en el fondo se siente orgulloso de su pasado imperialista. Lo sienten de izquierda a derecha con la mentalidad del colonizador y sin caer en que si Francia pudo pedir perdón a Argelia, Gran Bretaña a Kenya o Italia a Libia, España necesita pedir perdón a América y Canarias para seguir adelante. Sin embargo la soberbia ibérica se virará, en vez de autocrítica, en crítica a López Obrador, un aprendiz de Maduro y los gobiernos populistas, dicen. Ser digno, para el conquistador, es ser populista. Yo aspiro a que un representante público de Canarias solicite formalmente que España pida perdón a Canarias por el etnocidio de la Conquista, por la aculturación, por la acumulación de tierras, por la esclavitud y por borrar nuestras huellas. Atropellos que han continuado contra nuestro pueblo tras dicha guerra, una herida que no se ha cerrado. Dice Calle 13 en la canción Latinoamerica que América Latina es «un pueblo sin piernas pero que camina». Canarias es un pueblo sin piernas y con las manos amputadas, lamentablemente, y ese extremo hoy por hoy es una quimera.