En la lucha canaria, tanto o más que la técnica individual, cuenta la estrategia. No sólo la que cada luchador desarrolle contra su oponente sino la estrategia colectiva, la que va dictando a cada momento el mandador. A él le corresponde decidir quién sale a luchar en cada momento, gestionar los ritmos para que, por ejemplo, la media aguante suficientemente, de tal forma que los puntales lleguen frescos a la arena, a las pegas que seguramente serán decisivas. La lucha es, también, un deporte de equipo, que exige de gentes que tengan visión de conjunto, manejo de los tiempos y gestión de recursos y también de luchadores con capacidad de sacrificio por un bien común superior al éxito personal: la victoria del equipo.
Ayer domingo, 17 de marzo, el ex presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, firmaba un artículo en su blog personal titulado “Una fórmula que CC y NC deben explorar”. En dicho artículo, Rivero defiende, ante la aparente imposibilidad de llegar a un acuerdo electoral, “explorar la posibilidad de presentarse en solitario en la circunscripción donde cada uno de ellos tiene más presencia y apoyarse mutuamente”. Hace esta petición no sólo con la autoridad moral que le da, en mi opinión, el haber sido el presidente más nacionalista que hemos tenido nunca, sino también desde el convencimiento de la existencia de obstáculos “insuperables política y personalmente”.
En líneas generales, soy favorable a las tesis expuestas en el artículo, por más que me parezca desafortunada su fórmula de arranque: “dejando a un lado la ideología política”. No creo que se deba estar o pensar en política sin ideología ni valores; al contrario, creo que hay que buscar un punto óptimo entre ambos. Ya el pasado 8 de diciembre publiqué un texto titulado “Para frenar a la ultraderecha en Canarias”. Fue escrito al calor de los resultados electorales en Andalucía, que eran impensables hasta que ocurrieron. Allí defendía un acuerdo electoral entre CC y NC que, sobre todo, sirviera para frenar cualquier posibilidad de los hermanos Hernández y Fernández del (neo)fascismo español.
Sea esta última óptica la que uno adopte o la que defiende Rivero, cuesta encontrarle ventajas a la situación actual: listas separadas, en competencia «no virtuosa» y abierta en casi todas las circunscripciones, mientras la ola estatal, ayudada por el monopolio mediático crece y crece… Cuando otros nacionalismos -cada uno en su respectivo contexto y problemática- no tienen reparos en llegar a acuerdos instrumentales de todo tipo, interpretando adecuadamente las distintas realidades y momentos, (PNV-Bildu, PdCat-ERC,…) los nacionalismos canarios escenifican diferencias insalvables, distancias ideológicas abismales, discursos irreconciliables,… con tal de llegar al maravilloso y muy probable escenario de que el 28 de abril nos encontremos con la peor representación institucional del nacionalismo canario en Madrid de toda su historia. Ínfima o inexistente.
¡Qué gran logro! El sucursalismo, centralismo o nacionalismo español puede estar muy satisfecho. ¡Qué grandes ventajas esperan a la sociedad canaria siendo representada exclusivamente por diputados y senadores de PSOE, PP, etc. durante cuatro largos años en el Congreso y el Senado! Queda claro que justo esto era lo que necesitábamos para que se empezara a cumplir el R.E.F., que mejorara nuestra financiación, se respetaran nuestras singularidades,… No digamos para que Canarias esté mínimamente presente en el ineludible debate y reformulación de la cuestión territorial. ¿De verdad que algún votante en su sano juicio puede preferir este escenario?
A los canarios nos ha acabado por pasar algo que Paulino Rivero señala muy acertadamente en su artículo: “Casi vemos con normalidad que haya representantes de fuerzas nacionalistas canarias en Madrid. Podría parecer que es un derecho ganado. Pero no es así”. Efectivamente, en la sociedad canaria hemos estado “mal acostumbrados” a tener diputados y senadores a quienes podemos tirar de las orejas, porque sabemos que su puesto depende sobre todo del voto en Canarias y no tanto de sus discutibles méritos ante la dirección de turno en Madrid, que es quien los pone y los quita, como vemos ahora que puede suceder con Victoria Rosell y Podemos-Canarias. Hemos visto que los representantes nacionalistas se dedican casi exclusivamente, con mayor o menor acierto, a concretar y batallar por una agenda canaria, a la que desde la sociedad civil podemos contribuir o combatir y hemos pensado que eso siempre va a ser así. Pues no. Si alguien no lo remedia, a partir del 28 de abril no habrá agenda canaria ni nada remotamente parecido, sino el olvido, incomprensión y displicencia histórica con que ha sido tratada Canarias más o menos desde el siglo XV.
Toca que los mandadores y mandadoras den la cara. Si de verdad se creen lo de “Canarias, lo primero” y que “la política, sirve, debe servir para mejorar la vida de la gente” y no es postureo de campaña electoral, no pueden hacer como que no sabían, no se dieron cuenta, no lo vieron venir,… Que jamás pensaron que podía ocurrir que Canarias no estuviera directamente representada en las Cortes, porque, insisto, es un escenario bastante probable. Deben poner por encima de sus legítimos intereses partidarios, los intereses generales de la sociedad canaria. Sin excusas. Queda poco tiempo pero no es imposible. La luchada no está perdida. Todo cabe menos la pasividad en la brega. Hay que llegar a un pacto de no agresión, a una entente cordiale, de forma que el voto nacionalista no se disperse para lo que ahora verdaderamente importa. En Canarias, se puede competir limpia y justamente pero a Madrid hay que ir razonablemente unidos, con conciencia de pueblo, de país y manejando inteligentemente los luchadores, tiempos y ritmos. Aquí no hay desafíos de rasquera. Cuatro años son demasiados para desaparecer de la escena política estatal. Sean humildes y sensatos. Hablen entre ustedes y si el orgullo les puede, mejor que hablen sólo las candidatas y otras mujeres de las organizaciones, que seguro que lo arreglan rápidamente.