De nuevo la historia se repite, la tristeza lo invade todo y vuelven las lágrimas, la congoja y la incertidumbre. De nuevo en un aeropuerto poniendo rumbo fuera de la tierra que te vio nacer, de tu familia, de tus amigos y de todo lo que te perderás estando fuera, alejarte de tu gente porque convirtieron el paraíso en una tierra con pocas o nulas oportunidades, vendida a la servidumbre y al silencio amordazado.
Y aún con todo eso te das cuenta lo afortunado que eres de poder volver aunque sean unos días, unas semanas o unos meses, da igual. Piensas la suerte que tienes de poder volver aunque sea por un limitado tiempo. Y piensas en todos los compatriotas, canarios y canarias a lo largo de los siglos que se exiliaron para no volver. El dolor y la tristeza de dejar la tierra atrás te invade como un sentimiento colectivo propio de derrota y desgarro.
Siglos y siglos y seguimos igual, ahora lo disfrazan de aventurero, de novelero, de viajero, como si alejarse de la tierra por falta de oportunidades fuese algo divertido, como si fuese una especie de aventura que una vez finalizada te concede el privilegio de volver a trabajar y vivir dignamente en Canarias.
Pero no, seguimos igual, canarios y canarias exiliados, levantando raíces en otros sitios, demostrando nuestros talentos y virtudes en otras tierras de acogida y preguntándonos si alguna vez diremos basta a esta situación colonial, si alguna vez juntos cambiaremos el rumbo de nuestra tierra en mano de caciques, para no tener que despedirnos entre lágrimas en aeropuertos, para no tener que dar ese último abrazo en el que te invade la tristeza, para no tener que dejar Canarias nunca más atrás.