
«Sin reposo ni tranquilidad. Con la incesante tortura del remordimiento». Charles Dickens firmó en 1843 la novela titulada Cuento de Navidad, de la cual está extraída esta frase. Ebenezer Scrooge es un hombre ávaro, egoísta y desagradable que cambia de actitud ante una serie de hechos sucedidos durante la Nochebuena. La sociedad victoriana necesitaba una justificación social de la Navidad y Dickens se la dio con esta novela corta. Como la presunta democracia española, que necesitaba, primero, ser llamada democracia, y luego una justificación, un cuento de hadas que llegó antes de la Navidad de 1978 en forma de Constitución. Un cuento antes de Navidad que dejó víctimas entre la población. Mariano Sánchez Soler en su libro La transición sangrienta ofrece algunas cifras. Entre 1975 y 1983 hablamos de 591 muertos, 188 son asesinados por el propio aparato estatal. Si contamos los heridos, las víctimas por violencia política son casi 3.000. Unas cifras que no han generado el más mínimo remordimiento en las filas constitucionalistas, que todavía 40 años se pasean triunfantes y hablan de la concordia de la Transición. Con menos conciencia que Scrooge.
Un año antes de la triunfante Constitución, un pibe de 22 años, estudiante de 2º de Biología, era asesinado en las escaleras de la Universidad de La Laguna. No fue el único de esa coyuntura. Antonio González Ramos, empleado de Philips Morris, fue asesinado por el inspector Matute, usando técnicas de defensa personal en 1975, cuentan que las mismas que sufrió el que fuera luego senador del PSOE, entre otros cargos políticos, Arcadio Díaz Tejera. Antonio Padilla corrió la misma suerte en octubre 1975. Bartolomé García Lorenzo “Tanausú” muere a causa de los disparos de la Policía el 24 de septiembre de 1976 en Somosierra, dicen las fuerzas policiales que por haberlo confundido con Ángel Cabrera el Rubio. Santiago Marrero fallece por disparos de las fuerzas de la marina en marzo de 1977, aunque varios autores descartan su pertenencia a ninguna corriente política y diversas fuentes afirman que estaba cometiendo un delito de robo. Belén María Sánchez Ojeda muere atropellada por un coche durante una manifestación portuario en julio de 1980. El historiador Sergio Millares afirma que “la violencia política tiene una gran incidencia en la transición política en Canarias”. José A. Alemán, por su parte, señala en su libro Canarias hoy que la verdadera crisis de la Transición política en Canarias es la ruptura violenta con la forma de vida anterior, que no es sustituida por otra forma de vida, sino que automáticamente se cambian las actividades económicas, con el único objetivo de explotar a los trabajadores de la isla.
Pero el caso que quería tratar en este texto es el de Javier Fernández Quesada. En medio de una huelga de los sectores del transporte y el tabaco, la Policía entra en la Universidad y realiza más de 200 disparos. Uno de ellos hiere mortalmente al joven estudiante que perece en el acto. Dos personas, un joven de 18 años, Fernando Jaesuría, y un niño de 13 años que estaba en una azotea cercana, resultan heridas. La versión oficial, avalada por el Gobernador Civil, Luis Mardones Sevilla, habla de «pistoleros descontrolados» y justifica el fuego real porque se acabaron las pelotas de goma. La teoría de los pistoleros descontrolados la contradicen más de treinta testigos presenciales. Las escuetas investigaciones señalan que el disparo se produce desde un plano inferior a la víctima, que presenta restos de pólvora en su cuerpo, por lo que se deduce que el disparo fue a pocos metros.
Las últimas informaciones obtenidas por Rosa Burgos, autora de los libros El sumario Fernández Quesada, ¿una transición modélica? y La bala que cayó del cielo. Crimen de Estado: el caso Fernández Quesada, apuntan que hubo una voluntad de entorpecer la investigación en vez de aclarar los hechos acaecidos. Las comisiones parlamentarias, según Burgos, buscan encubrir a los culpables del asesinato de Fernandez Quesada. Se basa en lo escueta que fue la autopsia y que los casquillos no se adjuntan a la causa judicial sino que se guardan en una caja aparte en el Congreso de los Diputados. Los documentos fueron solicitados por Burgos gracias a su experiencia como Secretaria Judicial y se encontraban en una caja que ponía «Muerte ocurrida en la Universidad el 12 de diciembre de 1977». Los más de 600 folios se pueden consultar en la web de la revista El Observador. En investigaciones anteriores, Burgos alerta sobre la presencia de somatenes. Un somatén es un civil que está autorizado a llevar armas y a mantener el orden. Algún testigo dice haber visto alguno que portaba una cruz gamada. Por otro lado las órdenes del día anterior sobre la actuación en la huelga es de ser “duros” con los manifestantes, por lo que hay cierta actuación premeditada.
El Gobernador Civil de la época, Luis Mardones Sevilla, murió el pasado 16 de diciembre tras haber sufrido una caída el miércoles 12, justo el día que se cumplían 41 años del asesinato de Fernández Quesada. Según cuenta su hijo a EFE había experimentado un gran deterioro desde que falleciera su hijo mayor hace un año. Mardones, de tradición falangista y posteriormente diputado de Coalición Canaria, se estancó en su versión de los hechos, una explicación que habla de «pistoleros descontrolados», teoría que no avala ningún testigo. Las comisiones parlamentarias no ayudaron a esclarecer el caso. Mardones, en la votación de la Ley de Memoria Histórica, treinta años después, se ausentó del Hemiciclo por «motivos de conciencia», a la vez que sugirió que no se revisara la historia «para seguir adelante». El presidente de entonces, José Luis Rodríguez Zapatero, valedor de la Ley de Memoria Histórica, despide a Luis Mardones de su actividad como parlamentario, con estas palabras: «Puede irse tranquilo, ya tiene un sitio en la mejor historia de la democracia y del Congreso de España. Muchas gracias por todo lo que ha hecho y deseo que disfrute de la vida».
Ahora que se habla de «recuperar el espíritu de concordia de la Transición», cuando se cumplen 40 años de la puesta en marcha de la Constitución, es imprescindible tratar las historias de las víctimas de esa democracia. Una democracia que fue un cuento de Navidad adelantado, surgida un 6 de diciembre y como marco inamovible cuatro décadas después. El cuento de Navidad que le contaron a la familia de Javier Fernández Quesada debe doler 41 años después. En medio de tanto triunfalismo, hubieron personas que perecieron en un marco con una clara violencia política de la que las fuerzas del Estado no estuvieron exentas. Pero el cuento no ha de parar y se justifica continuamente. «Haré honor a la Navidad en mi corazón y procuraré mantener su espíritu a lo largo de todo el año. Viviré en el Pasado, el Presente y el Futuro; los espíritus de los tres me darán fuerza interior y no olvidaré sus enseñanzas. ¡Ay! ¡Dime que podré borrar la inscripción de esta losa!».