“Yo hice una vez un viaje
pedante, idiota. La mar me separaba
del continente y yo crucé la mar, confiado
en la salud aparatosa de mi alma”
Fragmento de “Poema truncado a Madrid”, de Alonso Quesada.
Cree el canario descentrado, desubicado, que organizar unas campanadas de Fin de Año en Madrid es el colmo del buen gusto, la originalidad y hasta que, aunque sólo sea por unos minutos, juega en la primera división de las cosas absolutamente intrascendentes. Como si trasladar el espíritu de campanario a la Puerta del Sol la noche del 31 de diciembre equivaliera a adquirir una pátina de cosmopolitismo, aquel “viaje pedante” que evocara Alonso Quesada. Se embarca así en el derroche de los dineros públicos porque ya unas campanadas desde algún lugar de Canarias le parece poco. Hay que adornar la ocurrencia -nacida seguramente tras una sobremesa que duró demasiado-, además de con una campaña promocional previa tan “brillante” como la ocurrencia en sí, con los clásicos oropeles y purpurinas que tradicionalmente adornan el asunto: la alegría impostada y casi obligada, la copia de la copia de la copia (smoking, escotazo, buenos deseos, damos paso a la publicidad,…), alcemos nuestra copa de ¿cava?, etc.
Recuerdan a Michael Caine en Shiner, una gran película con ecos shakesperianos, que pasó desapercibida en Canarias. El inglés interpreta a un promotor de combates de boxeo de tres al cuarto que se embarca en una alocada aventura, organizando una pelea a su propio hijo contra un rival de muy superior categoría. Es todo un despropósito y da mucha pena ver al tipo intentando ser aceptado por un Martin Landau que lo desprecia todo el rato. En una escena, Caine rompe a llorar viendo el traje que se había comprado para el combate de vuelta en Nueva York y nunca lucirá. En su mediocridad, piensa que ir a Nueva York, aunque sea a perder, es tocar el cielo.
La cosa sale mal al igual que saldrán mal las campanadas del Gobierno de Canarias en Madrid. No porque los profesionales no lo hagan bien ni porque la Televisión Canaria no pueda afrontar envites parecidos, sino porque nada ni nadie nos quitará el regusto de paletismo cultural que supone trasladar la celebración de Fin de Año a Madrid: esa necesidad de que todo lo que hagamos sea validado por la meseta, por la madrastra caprichosa. Es la consagración de Paco Martínez Soria y las escenas iniciales de La ciudad no es para mí como referente ideológico y estético; los boricuas partiendo el año desde Times Square. Lo hemos visto tantas veces con exposiciones, libros, conciertos y otras expresiones artísticas: se presentan en una isla pero se “ponen de largo” en Madrid, la mayoría de las veces antes de presentarse en el resto de las islas. Es más importante lograr la aprobación externa que nuestra propia aprobación. Es el “viaje pedante, idiota” al que la colonialidad nos aboca sin que los que llevan el timón parezcan querer poner remedio, tal vez porque ni ellos mismos sepan a dónde van.