La situación que ha conllevado diversas y, en parte violentas, reacciones de los diferentes sectores de la izquierda frente a la consigna reivindicativa, escuchada durante la manifestación antirracista del 11N, “nativa o extranjera no es la misma clase obrera” nos puede ayudar a visibilizar algunas dimensiones que aún permanecen opacadas por una conciencia de clase blanca.
El racismo que señalamos hoy tiene su base en la emergencia de la acumulación del capital y los procesos de formación racial. La construcción de la jerarquización racial produjo una categoría social de raza como principio ordenador del capitalismo, que en consecuencia condujo al despojo total de la autodeterminación de poblaciones racializadas como inferiores dentro del sistema que hoy habitamos. Señalar y exponer la cuestión racial blanca es fundamental, ya que es una construcción que sirvió a consolidar el capitalismo. El ADN del capitalismo es racista porque a través del racismo se desarrollaron los patrones del capitalismo. Desde sus inicios hasta hoy, el capitalismo se beneficia de la jerarquización y violencia racial.
La opresión de raza y clase son inseparables. El racismo del estado español lo ha demostrado, históricamente, con su población gitana y lo demuestra hoy con la población racializada e inmigrante. A nuestras comunidades se las quiere como mano de obra barata, ya sea a través del sistema de cupo racista instaurado por el estado, o de verse obligadas a subsistir bajo la irregularización institucional. Sucede con el trabajo doméstico y de cuidados, el trabajo ambulante, en el sector agrícola, en la construcción, en la hostelería, entre otros. Estas situaciones también tienen otras consecuencias vinculadas al capital a través de todo el aparato y las disposiciones de control, criminalización, detención y expulsión de personas inmigradas.
Evidentemente existe también una clase popular blanca española/europea que se encuentra en una relación desigual en las relaciones de producción frente a la clase dominante. Sin embargo, el racismo estructural se basa también en la protección que el estado hace de su proletariado blanco dándole acceso a ciertos beneficios, lo que conduce a que una parte de ese proletariado defienda sus privilegios sociales y el estatus de ciudadanía blanca frente a los del proletariado no blanco o aquel surgido de la inmigración.
La consigna ha tocado el nervio, crónicamente enfermo, de una izquierda ciega o desinteresada frente a la opresión de raza. Esto ha sido visible por el número de reacciones neuróticas, reproches y sobre todo, ataques racistas. Hemos presenciado una vez más la incapacidad de grandes sectores de una izquierda, atrapada en su blancura, de reconocer las realidades de la población migrante y lo que es más grave, reconocer que el racismo atraviesa sus espacios. La persistencia del prejuicio racial en los grupos proletarios sigue vigente, aún cuando este se manifiesta en distintas formas.
Estas reacciones no nos sorprenden. Cada vez que intentamos desvelar las diferencias entre las formas de opresión en torno al carácter racial y colonial, las lógicas y los limites de una izquierda anticapitalista eurocéntrica invisibilizan la opresión de raza y menosprecian nuestro antirracismo, colocándolo en el borde de lo superficial como lucha subsidaria a la lucha de clase. El privilegio blanco se materializa a través de su carácter normativo, por eso no se le nombra, ni se nos permite hacerlo.
El grito de “nativa o extranjera, no es la misma clase obrera” es un grito legítimo emergente de la agencia política del colectivo inmigrante
El grito de “nativa o extranjera, no es la misma clase obrera” es justamente una expresión de hastío frente a esa invisibilización, es un grito legítimo emergente de la agencia política del colectivo inmigrante que se quiere hacer cargo de sus propias cuestiones. Esta consigna no es nueva sino que surge de forma lógica como conclusión propia de la explotación capitalista y dominación racial dentro de algunos espacios de la lucha de la migración. No es la primera vez que las comunidades que viven la jerarquización racial han reaccionado frente a la pretensión universalista del lema ‘proletarios del mundo, unánse’.
No negamos la opresión de la clase obrera blanca, pero no podemos ignorar el hecho que la gran mayoría de hombres y mujeres blancas, a través de todas las clases sociales, perpetúan la superioridad blanca, la islamofobia, el antigitanismo, el antisemitismo, la expansión del régimen fronterizo y sus dispositivos, la violencia y la criminalización racial de la policía, etc. El antirracismo político no quiere esconder la precariedad, ni la subalternidad de clase. Nuestras comunidades y nuestras familias conocen bien lo que significa vivir en esa condición, subsistiendo con dignidad, limpiando sus casas, sus espacios laborales, explotadas en sus campos, recogiendo sus olivas y fresas; conocen la realidad aún más cruda de nuestros lugares de origen, expoliados hasta el día de hoy por países como el suyo.
Lo que si nos sorprende son las reacciones de un sector de la izquierda que creíamos más sensible y consideramos como futura aliada, esa que ha interpretado lo que se quería decir, la que no ha dudado en señalar que la consigna es contraproducente, y nos ha dicho cómo hemos de hacerlo mejor. Sentimos su poca falta de honestidad política. Preferiríamos que intenten tener más dignidad aceptando que no les preocupa realmente un antirracismo político, antes de reducirlo a una actitud que se ha de superar para unir a los sujetos de la clase obrera, o de limitarlo a su uso frente al surgimiento de un neofascismo europeo, intentando salvar un pan que en la puerta del horno se les quema.
Hemos de advertirles que no haremos concesiones. No deseamos exhibiciones paternalistas en nuestra defensa, ni aceptamos premisas de alianzas que pretendan sumar mientras esconden lógicas integracionistas. La condescendencia no los ayuda. No, señoras y señores, no permitiremos que hablen por nosotros, ni que nos digan cómo hemos de llevar nuestras luchas. Si la voluntad es comprender verdaderamente la dimensión de la consigna, podrían preguntarse ¿para quién es contraproducente?, ¿y para quién es favorable? Si acaso son conscientes que sus organizaciones obreras están atravesadas por el racismo ¿por qué se señala a colectivos de inmigrantes y antirracistas y se busca en ellos a los culpables de su propia incapacidad frente al racismo? Y ¿por qué señalan la consigna como contraproducente y no se atreven a decir que es la clase obrera blanca, la que le ha hecho el juego a la extrema derecha todos estos años al perpetuar las lógicas racistas en prejuicio de sus ‘compañerxs’ racializadxs y migrantes obrerxs?
El internacionalismo de la lucha de la clase obrera puede ser una potencialidad, pero no es real. La población surgida de la inmigración poscolonial en Europa no ha llegado a ser parte de una “misma clase obrera” hasta el día de hoy. Es evidente que en los procesos de politización, la conciencia de clase sin la inclusión de la opresión racial no es suficiente para las comunidades racializadas. Así como nunca lo fue para las comunidades racializadas que lucharon por una liberación revolucionaria.
* El texto es de Natali Jesús publicado originalmente en El Salto. Compartido bajo Licencia Creative Commons.