Lejos de aquí, de este tiempo también (…), hay razones, lazos, redes, cosas invisibles que operan entre nosotros y de las que no sabemos nada”, confiesa un personaje de Hombres, la novela con la que Laurent Mauvignier retrata el tormento de soldados franceses que participaron en la guerra de liberación argelina. Una pregunta recorre la narración: ¿acaso nos acordamos?
Podríamos preguntarnos lo mismo con respecto al pasado colonial español en Guinea Ecuatorial. El acaso sería desafiante, revulsivo, culpable. Cómo sostenemos que el estado, y su sociedad, no es racista: ¿acaso hay una memoria reparadora de lo que significó la colonización franquista en África y en concreto en Guinea?, ¿acasohemos reflexionado sobre la herencia identitaria colonial?, ¿acasosabemos lo que significó y lo que significa ser blanco/a en el heterogéneo estado español?
Existe un silencio con respecto a determinados aspectos de la colonización de Guinea Ecuatorial, una “memoria amnésica”, por utilizar un oxímoron transitado exitosamente por el movimiento argentino por la memoria y la justicia. Una estrategia de olvido directamente proporcional a la matriz colonial de una identidad cuya sanación parece ir mucho más allá de declararse en contra de la idea de España como nación-estado o de pregonar un humanismo, a la sazón, falso.
¿Por qué no sabemos nada de la resistencia anticolonial en Guinea Ecuatorial? ¿Acaso negamos la razón de su lucha? Desde los años cincuenta en los archivos policiales de la Guinea española existen multitud de diligencias contra “actividades antiespañolas” [sic], que no eran más que declaraciones anticoloniales. Hubo multas, persecuciones y asesinatos para evitar la independencia. Enrique Nvó desapareció en la frontera con Camerún cuando iba a reunirse con miembros de la ONU. Sabemos que en la llamada “Guinea española” hubo una segregación socio-racial permanente: en el cine, en la escuela, en el hospital, en la calle. “Si ves a un blanco, te bajas de la acera” era una enseñanza tristemente extendida entre las niñas guineanas.
La explotación colonial solo se pudo llevar a cabo con el trabajo de nigerianos en “régimen de semiesclavitud” —por usar el término aceptado por los estudiosos del tema—, esencial para que las marcas españolas crecieran exponencialmente: Cola-Cao, Elgorriaga, Cacaolat. Por cierto, los grandes grupos de capital peninsular se beneficiaron de los aranceles y precios políticos en las importaciones entre colonia y península a través de las firmas coloniales: Banco Central (Alena); Banca March (Socogui); Banco de Vizcaya (Izaguirre); los Carceller (Compañía Vasco-Africana). El vínculo entre franquismo, capitalismo y colonialismo fue fructífero. ¿Por qué no sabemos todavía las implicaciones de las empresas españolas en el saqueo colonial? ¿Acaso existe una continuidad?
La polémica no es gratuita. Recordar, mucho más allá de la generosidad o el sentido del deber o de la justicia histórica (¿acasohay una jerarquía de urgencias con respecto a la “memoria histórica”?), sería necesario no por ellos y ellas, sino por nosotras, las personas blanco-españolas (toca ubicarse aquí en el Nosotros y los otros de Todorov). Por atender ese ego colonial al que alude Dussel y que acaso persiste: en el relato histórico que promociona el estado, en los barrios en los que la diáspora vive invisible, en los museos que justifican la esclavitud, en las detenciones por perfil racial, en las películas anestesiantes de pasados, en las prioridades de los activismos, en la formación ignorante, en el racismo institucional y en multitud de esferas personales y colectivas. La identidad colonial es, finalmente, naturalizar la legitimidad del acto y del estado de colonizar. Sólo así se puede esgrimir ante la colonización de Guinea Ecuatorial que no fue tan mala, hubo otras peores, que por lo menos les enseñamos el castellano, que si la leyenda negra, que si el ser humano. Sólo así se puede llegar a enunciar la recurrente paradoja de que “se independizaron gracias a España”.
Lejos de aquí hay razones que no sabemos, pero operan activamente entre nosotras y nosotros. A veces, cuando salen a la luz, reaccionamos negativamente: acaso por frustración, ignorancia o culpa. Pero se puede transformar todo eso en responsabilidad. Para vigilar el “África invade España” quizás debemos volver a mirar al “Guinea es España”. Termino esta arenga, en consecuencia, con unos versos de la poeta guineoecuatoriana Raquel Ilombé: “Cuando pasen los años/ cuando no quede nadie (…)/ algún día vendrá alguien/ a reconstruir la historia/ (…) cuando no quede nadie/ seguirá echando hojas/ el árbol que han visto/ mis ojos tantas tardes”.
* La autora es Mayca de Castro Rodríguez y está originalmente publicado en El Salto. Compartido bajo Licencia Creative Commons.