Publicada originalmente el 9 de junio de 2016
Pero desde finales de los años 70, y especialmente en las décadas de los 80 y 90, el desarrollo turístico del Sur de Tenerife, que implicó la importación masiva de especies exóticas ornamentales para los establecimientos turísticos, abrió las puertas a la llegada de plagas de insectos de distinto tipo, por falta de un control fitosanitario efectivo, tanto en origen como en destino.
Por nuestros puertos entraron todo tipo de semillas de plantas, hongos, insectos y reptiles procedentes del Caribe, de Centroamérica y de Sudamérica: la polilla guatemalteca, el escarabajo picudo, el minador de los cítricos o la mosca blanca, encontraron en nuestra Isla el ambiente adecuado para proliferar, con unos inviernos con temperaturas suaves, escasas precipitaciones y ausencia total de depredadores.
La moda de utilizar ejemplares de palmeras y otras especies arbustivas y arbóreas exóticas como ornamento en las nuevas zonas a urbanizar en el Sur, despreciando las variedades autóctonas, se ha traducido, especialmente a partir de la década de los años 90, en la proliferación de plagas de carácter grave, que afectan no sólo a plantas ornamentales, sino también a cultivos.
Aunque todos conocemos la proliferación descontrolada de especies vegetales invasoras, como la hierba conocida como “rabo de gato” (Pennisetum setaceum), quiero referirme a otra de las plagas, no menos conocida: la denominada “mosca blanca”, (dos variedades: Aleurodicus dispersus y Lecanoideus floccissimus), un insecto que si bien apareció en algunas plataneras en los años 70, se convirtió en plaga de carácter grave a inicios de los años 90, procedente de países como Colombia o Ecuador, y de la cual el ICIA ha llegado a indicar que “no hay remedio” para su total erradicación.
Favorecida por las temperaturas suaves del invierno canario, atacó en primer lugar las ornamentales de urbanizaciones costeras, pasando luego a cultivos de plátanos, mangos, guayabos, etc. para finalmente, llegar a Santa Cruz, donde ha anidado con fuerza en palmeras exóticas, laureles de indias y jacarandas, hasta el punto de que en algunas zonas de la capital la casi totalidad de los árboles presentan un aspecto característico blanquecino, al quedar sus hojas cubiertas por una película pegajosa blanca que segregan los insectos, y bajo la cual se esconden sus larvas.
Desde mediados de los años 80, el ICIA y la ULL han estado ensayando con diversas técnicas para combatir la plaga, ya que la poda o el lavado con jabones potásicos, si bien suelen limpiar el ejemplar afectado cuando se trata de cultivos o árboles de bajo porte, no es factible de realizar en la totalidad de ejemplares de la ciudad, donde la altura y extensión del follaje lo hacen más difícil; debido a ello, al quedar vivos algunos ejemplares, vuelven a reproducirse masivamente en el siguiente período estival.
Si grave fue el error del Gobierno de Canarias y Autoridad Portuaria al no tomar las medidas suficientes en los años del boom turístico para controlar lo que se importaba, también lo fue el hecho de que en un principio no fuera considerada como una plaga peligrosa y por tanto las campañas de tratamiento no fueran lo suficientemente enérgicas. Seguramente por esta causa, actualmente la plaga afecta ya a otras islas del Archipiélago.
Los ensayos realizados por el Servicio Técnico de Agricultura del Cabildo de Tenerife, han confirmado que los posibles enemigos naturales de este insecto presentes en Tenerife, no sirven para controlar a la plaga (diversos parásitos que se comen a la mosca blanca), importando incluso algunos parásitos exóticos desde Taiwan o Sudamérica pero que igualmente, no han dado el resultado esperado en el caso de la mosca blanca.
Aunque en los años 80 se calificó de “alarmistas” a algunos investigadores de la ULL que advirtieron sobre la falta de control fitosanitario de las especies exóticas que llegaban a nuestros puertos y aeropuertos. El hecho de que actualmente se siga investigando en laboratorio con especies de insectos depredadores o parásitos de la mosca blanca, para su adaptación a nuestras condiciones climáticas, su multiplicación y su especificidad en el ataque al insecto que conforma la plaga, les ha dado la razón a dichos investigadores.
Hasta que no se encuentre una solución biológica a esta plaga, el error del pasado se traduce ahora en costosas inversiones, ya que los tratamientos con productos químicos permitidos por la normativa vigente implican la repetición de la aplicación cada 5 o 6 semanas, a veces supone la poda de numerosas ramas de los árboles y el lavado continuo con sustancias jabonosas del resto.
En definitiva, el error cometido en los años 70, se paga 20 o 30 años después, con un serio problema estético y económico, que no sólo afecta al ámbito hortofrutícola, sino que afea nuestras calles y ramblas, obliga a veces incluso a la tala de ejemplares, como ha sucedido en el caso de algunas jacarandas que llevaban décadas en Santa Cruz, y genera molestias a las personas que transitan bajo la copa de los árboles, a los comerciantes de establecimientos cercanos a los ejemplares afectados, o a quienes estacionan el coche en una vía pública.
Cuando hablamos de los beneficios del turismo en nuestras Islas, a veces olvidamos los enormes problemas asociados a esta actividad, que aparte de consumir territorio y recursos, ha supuesto la llegada de este tipo de plagas, sin duda por la pasividad o permisividad de las Autoridades responsables del control sanitario, y por la existencia de una cultura introducida en la mentalidad de muchos empresarios, en la que la actividad turística parece poder justificar cualquier tipo de actuación.
Rafael González / Creando Canarias