En la pantalla se difuminan los hombros de una chica. Un par de escenas después también se hace borrosa la imagen de un escote. Sin embargo, pueden verse los antebrazos de otra actriz. Es una película horrible pero es entretenido observar qué partes del cuerpo femenino le resultan más escandalosas al tipo que en ese momento está a los mandos de la censura.
En realidad, tampoco hay mucho que hacer, es un vuelo de ocho horas y la mayoría del pasaje intenta matar el tiempo viendo la televisión. Un poco más atrás hay una sala de oración, que ocupa el espacio de cuatro o cinco filas de asientos, pero no ha entrado nadie a rezar desde que despegamos. Vuelvo la mirada a la pantalla: la protagonista se sienta en el sofá y se le ven las rodillas. O se le ha escapado al censor o ya se ha cansado de borrar imágenes.
Al llegar al aeropuerto se forman tres colas. A izquierda y derecha, separados, hombres y mujeres con el pasaporte del país. En el centro, los extranjeros, la mayoría procedentes del sureste asiático. Las filas de los costados avanzan rápido en grupos de cuatro o cinco personas. Les cuñan el pasaporte y avanzan otras cuatro o cinco personas. A veces más.
La fila del medio apenas se mueve y, cuando alguien se atreve a protestar, lo envían castigado a un rincón sin darle más explicaciones. Es muy difícil viajar hasta aquí si no es para hacer negocios o peregrinar a los lugares sagrados, y casi imposible conseguir un visado de periodista, así que en nuestra cola solo hay personas migrantes que parecen acostumbradas a esperar su turno con resignación. Son ciudadanos de segunda clase. Así funcionan las cosas por aquí.
Bienvenidos a Riad
Venimos a cubrir la cuarta cumbre América del Sur-Países Árabes, un foro de diálogo para intensificar la cooperación económica y el acercamiento político, pero que en casi 15 años de funcionamiento no ha dado resultados concretos. Delegaciones de treinta y cuatro países se alojan en un hotel de cinco estrellas, uno de los más lujosos de la capital: The Ritz-Carlton-Riyahd.
La familia real saudí sabe agasajar a sus invitados. Las suites reales miden 422 metros cuadrados y tienen cuatro cuartos de baño, dos habitaciones y una mesa para catorce comensales. La gente de prensa de un presidente latinoamericano nos enseña fotos de uno de los baños. Los grifos, jaboneras y toalleros parecen de oro. También la papelera y el marco de un espejo. Y la nevera, nos cuentan, está llena de alcohol. Aquí no parece funcionar el principio wahabí de “promoción de la virtud y prohibición del vicio” que, desde su fundación como Estado moderno en 1932, se convirtió en la columna vertebral de este régimen teocrático.
“Una bomba de relojería”
Arabia Saudí es uno de los países más cerrados y menos conocidos del mundo. Poco se sabe de este reino, más allá de ciertos lugares comunes que se repiten con frecuencia: es el principal exportador de petróleo del mundo, el país árabe más rico, socio estratégico de los Estados Unidos en la región, y patrocina el islam wahabí, que se ha convertido en el sustento ideológico de diferentes grupos yihadistas suníes alrededor del mundo.
Sin embargo, se han publicado numerosos estudios sobre esta monarquía absoluta que parece intentar un triple salto mortal: modernizarse sin garantizar los derechos civiles. En enero de 2017, la Fundación Alternativas publicó un documento de trabajo muy exhaustivo, firmado por Itxaso Domínguez de Olazábal: Arabia Saudí: un gigante con pies de petróleo. La autora disecciona la evolución del régimen tanto en el terreno doméstico como en su proyección internacional.
La tesis principal de Itxaxo Domínguez es la siguiente: las reservas de petróleo se agotarán antes de 20 años y ello obliga a la diversificación económica en pleno proceso de sucesión en el trono, con las dificultades derivadas de un régimen hereditario y con graves problemas sociales, demográficos y sectarios que convierten el país en “una bomba de relojería”. La Casa de los Saud se adivina sitiada y, como respuesta, ha multiplicado la represión interna y ha puesto en marcha una estrategia de influencia creciente en el exterior. Itxaso Domínguez avanza algunos cambios confirmados meses después.
Una mazmorra de cinco estrellas
El 21 de junio de 2017 el rey Salmán nombró heredero a su hijo, el príncipe Mohamed Bin Salmán, conocido como MbS por diplomáticos y periodistas. MbS desplazó a su primo, Mohamed Bin Nayef, después de acumular más poder que ningún otro miembro de la familia real en solo dos años. Entonces fue presentado como “el gran modernizador” en artículos hagiográficos –”el futuro está en sus manos”– que solo se explican por las aportaciones saudíes a relevantes medios de comunicación internacionales. Convertido en el hombre fuerte del régimen, prometió cambiar el modelo productivo del país, promover cambios sociales y acabar con la corrupción.
Para entender las repercusiones de todo esto tenemos que regresar un momento al hotel Ritz-Carlton. Varios participantes en la cumbre América del Sur-Países Árabes nos explican, pasmados, que han visto a un chico bajar del coche con un puma atado con una cadena dorada. Parece que entre los jóvenes saudíes más ricos se ha puesto de moda tener animales salvajes como mascotas.
En este mismo hotel donde se alojan los cachorros del régimen con sus felinos y numerosos dirigentes extranjeros, fueron encerrados durante semanas 381 personajes muy relevantes del país. Entre ellos, el jefe de la Guardia Nacional, 11 príncipes, cuatro ministros y decenas de funcionarios y empresarios. Todos, detenidos por orden de Mohamed Bin Nayef, y acusados de corrupción.
El hotel no volvió a abrir sus puertas hasta el 28 de febrero siguiente y, mientras tanto, los detenidos no fueron precisamente agasajados. Una investigación realizada por The New York Times desveló que al menos 17 de ellos tuvieron que ser hospitalizados después de sufrir torturas. El general Ali al Qahtani falleció bajo custodia en la mazmorra más lujosa del planeta.
Ahora las mujeres pueden conducir y asistir a eventos deportivos, pero el gobierno ha intensificado la represión sobre cualquier atisbo de disidencia, según el último informe de Amnistía Internacional (2017/2018). La activista de derechos humanos Israa al Ghomgham, detenida por participar en una protesta pacífica, puede convertirse en la primera mujer decapitada en la historia del país. Al menos 33 chiíes se encuentran también en el corredor de la muerte y, el 8 de agosto, un presunto criminal fue crucificado.
En prisión languidecen Raif Badawi, creador del blog Free Saudi Liberals, y el poeta palestino Ashraf Fayadh. Ambos fueron condenados a una decena de años de prisión y cientos de latigazos por el delito de apostasía. Samar Badawi, hermana de Raif y activista por los derechos de las mujeres, también fue detenida en agosto. Esto motivó una protesta del gobierno de Canadá, donde está refugiada su familia, y Riad respondió rompiendo las relaciones diplomáticas.
Crímenes de guerra
El creciente intervencionismo exterior de Arabia Saudí es el resultado de la pugna con Irán, su archienemigo, por el liderazgo regional. Las potencias que acogen a las dos ramas principales del Islam mantienen una especie de guerra fría, que está desestabilizando Oriente Medio desde hace años, y que en estos momentos se libra fundamentalmente en Yemen.
La coalición liderada por Arabia Saudí ha intensificado la Operación Tormenta Decisiva para desalojar del poder a los rebeldes huthies, de orientación chiíta y supuestamente armados por Irán, aunque Teherán lo niega. En el transcurso de la ofensiva, Arabia Saudí ha bombardeado zonas residenciales, clínicas, mezquitas, mercados, centrales eléctricas y otras infraestructuras civiles. Al menos 10.000 personas han muerto y 22 millones necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir.
En agosto, un bombardeo de la coalición provocó la muerte de 29 niños, y el ataque despertó protestas más airadas de lo habitual. Las imágenes de los supervivientes –unos críos– recibiendo asistencia médica, todavía con las mochilas escolares a la espalda, eran difíciles de digerir. Otro presunto crimen de guerra, según Naciones Unidas, una acción legítima para los saudíes.
Una relación estratégica
Este es el país “serio”, según la ministra de Defensa, Margarita Robles, con el que España mantiene una relación estratégica que va mucho más allá de la venta de armas. Es el primer país de la región con el que entablamos relaciones diplomáticas, uno de nuestros principales suministradores de petróleo, el país árabe que más ha invertido en nuestra economía. A todo ello hay que añadir la estrecha amistad, nunca disimulada, entre las familias reales de ambos países.
En el vuelo de regreso a Madrid escuchamos hablar en español a un grupo de pasajeros. Son trabajadores cualificados del AVE a La Meca, un proyecto de 5.400 millones de euros, el más grande logrado nunca por empresas españolas en el extranjero. Los saudíes son ricos y hacemos negocios con ellos. Esa es la cuestión. Por eso preferimos mirar a otro lado cuando matan a inocentes con nuestras bombas, decapitan a defensores de los derechos humanos, o se dedican a propagar por el mundo una versión aberrante del Islam. En la pantalla de televisión se difuminan, esta vez, los brazos de una chica.
*El autor es Vicente Montagud. El artículo fue publicado originalmente en La Marea y está compartido bajo Licencia Creative Commons.