Publicado originalmente el 24 de octubre de 2015
Todavía se ven en las calles aquellas banderas. Hay una que se puede observar desde la autopista del sur, a la altura de la entrada de Las Caletillas. Cuando pases por allí, mira hacia arriba, hacia la carretera general y verás sus colores desgastados en las piedras. Blanco, azul y amarillo, con siete estrellas verdes.
– Mira Véntor, ¿ves esa bandera? La pintó tu abuelo.
– Mi abuelo es muy fuerte.
– Sí, muy fuerte.
A él le encantaba contarnos esas historias de cuando llenaron la isla de banderas de las siete estrellas. Se colgaban con arnés por carreteras y puentes, haciendo visible lo que antes era invisible e ilegal. Recuerda aquella campaña de la UPC como ilusionante y contagiosa, la bandera tricolor era el símbolo de que todo iba a cambiar.
– Al día siguiente todo se fue pal carajo. Contaba mi madre con decepción.
Pero la bandera más bonita era la que teníamos colgada en la cueva. Era una cueva natural de unos 100 metros cuadrados donde nos reuníamos para hacer tenderetes. Desde la cueva veíamos el barranco rico, lleno de tabaibas y cardones. Me encantaría estar allí ahora, oliendo el puchero hecho a leña, a fuego lento.
– Esta es la primera bandera tricolor, la hicieron a mano unas señoras, las estrellas son preciosas ¿Verdad? Nos contaba papi cuando la miraba.
Estaba situada en el fondo de la cueva, de lado a lado, medía como unos 6 metros de largo y su azul celeste era igualito que el del cielo claro, el de un día de verano.
Un día, a mi padre lo paró la guardia civil en el cruce de la carretera de Barranco Hondo.
– Su documentación por favor, dijo el del bigote pronunciando en exceso la C.
– Mi documentación, umm… la tengo en casa, vivo aquí al lado en la Finca la Pasada ¿la conocen? Si quieren me acompañan y se echan un vinito, tengo uno estupendo en la bodega.
– De acuerdo, le acompañaremos.
Mi padre salió delante en su Land Rover Ligero naranja, estaba pensando en como salir del lío. Él siempre se declaró un anárquico y odiaba eso del carnet de identidad. Consideraba que era un documento franquista y represivo, decía que con su pasaporte internacional era suficiente. Tampoco le gustaba renovar el carnet de conducir, cuanto menos banderas españolas en su cartera mejor, pensaba.
Mientras los guardias civiles aparcaban, él ya estaba abriendo la puerta de casa y dándole instrucciones a mi hermano Ruyman.
-Baja rápido a la cueva y quita la bandera que viene la guardia civil, corre.
Mi padre los invitó al vino en la cueva de la independencia, en el territorio liberado, en el lugar de los sueños de siete estrellas. Tomaron vino y hablaron de no sé que. Ellos se fueron contentos de allí con la boca con sabor a queso y pan, y sin los documentos de papi.
Todos reímos juntos después, cuando colocamos de nuevo la bandera en su sitio.