Si el estremecimiento que sentí al ver Canto al Trabajo me cogió totalmente desprevenido, mis expectativas, cuando acudí a la llamada de Ángaro, se vieron total y magníficamente superadas, hasta el punto de sentirme sobrecogido.
Y es que quedarse desarmado ante un espectáculo musical y visual es un regalo inmenso siempre, pero que este desarme venga de la mano de la recreación de lo más ancestral de la Identidad musical del pueblo al que uno pertenece, hace llegar al paroxismo.
Cuando creía que poco más podía hacerse en este sentido tras descubrir Canto al Trabajo, Ángaro supone una nueva vuelta de tuerca, situando la raíz más ancestral, casi siempre opacada, como elemento vehicular de un espectáculo tan inmenso como cuidado al milímetro.
Caracola, silbo, chácaras, castañetas, lapas, endecha en lengua de los bimbapes (indígenas herreños) y, sobre todo, tambores gomeros y herreños, configuran la columna vertebral de una propuesta a la que se suman otros muchos elementos percutivos, cuerdas (violín, bajo, timple, etc), vientos (trompa), piano, etc…, pero dando la impresión, casi siempre, que esos elementos y sonoridades se presentaban supeditados a los géneros y elementos ancestrales. Casi podía entenderse que, cuando algunos de estos instrumentos y sonoridades tomaban protagonismo era porque se lo permitían, volviendo a ocupar respetuosamente su segundo plano al siguiente número.
Fusión no es tratar de mezclar o unir elementos sin más, sin criterio, a ver qué sale, ya que en estos casos lo que sale es, la mayoría de las veces, un churro, un recortable que se despega a poco que le de el calor.
Para hacer lo que hace Pieles hay que conocer en profundidad la tradición primera (la mejor y casi única forma real de respetarla) y tener un criterio claro, una búsqueda definida: es la única manera de moldear y dar nueva forma a lo que realmente es, creando algo nuevo pero perfectamente reconocible. De alguna forma, se saca a lo primigenio y ancestral de las vitrinas donde suele estar recluído a modo de objeto inerte, y se le da vida y formas nuevas sin robarle la esencia.
La percusión, la antigua, la recreada y la contemporánea, toda una, marca la pauta desde dentro, sintiéndola el espectador-oyente, casi desde las entrañas. Se trata de una percusión sencilla, sin adornos, impoluta, perfectamente ejecutada.
Cuidadísima y milimétrica puesta en escena, donde el vestuario de los músicos trata de pasar desapercibido la mayor parte del tiempo, mientras el de las mujeres (las dos solistas y la violinista) son maravillosas recreaciones que nuevamente toman la tradición como referencia para recrearla, pareciendo querer traer hasta hoy el papel protagónico de la feminidad de la Canarias más ancestral.
El timple, con una presencia recuperada y reivindicada justamente en los últimos lustros, aparece una sola vez, eso sí, de manera central, para patentizar su presencia, pero volviendo a dejar el protagonismo tras su aparición, a la percusión y a las sonoridades vertebrales.
Hubo tiempo también para la reivindicación, serena pero firme, de la identidad, del ser, a través de la palabra, en las magníficas voces, voces puras, con una presencia inmensa pero sin alardes ni barroquismos innecesarios.
El folclore de cuerdas, con recuperaciones y recreaciones más o menos acertadas, pasa por un momento que invita al optimismo en Canarias. Algo similar pasa con la felicísima recuperación de la décima, romancero y demás verso improvisado, que goza de una vitalidad impensable hace pocos años. Sin embargo, casi nadie parecía preocuparse por el rescate y puesta en valor de las sonoridades más antiguas, las de la percusión. Hasta que llegó Pieles, claro.
Decía Elio Revé Matos, músico cubano que revolucionó y reinventó el Changüí (género precursor del Son Cubano, originario de las montañas de Guantánamo) que él no había creado el Changüí, que sólo lo había sacado del campo, lo había vestido de limpio y lo había llevado a la ciudad. Lo que hace Pieles, primero con Canto al Trabajo y ahora con Ángaro es, con respecto a las sonoridades de la raíz primigenia, mucho más que eso, puesto que nos devuelve el latido vivo de nuestro ser más ancestral, aquel que en Canarias se tiende a mirar como un fósil inerte.
* Texto firmado por Antonio J. Rodríguez. El artículo fue remitido a la revista por correo electrónico para su publicación.