En esta columna nos anima el propósito formativo de contribuir al desarrollo de la capacidad para el pensamiento crítico en torno a asuntos político-educativos. He dedicado toda mi vida adulta, personal ciudadana y profesional, a fomentar la idea de que educación y política forman el binomio indispensable para la transformación social, que solo es posible si se educa la conciencia crítica de los pueblos. La educación es la forma más sublime de hacer política y esta la manera más efectiva de educar para la transformación. En este sentido, es una desgracia para los pueblos cuando sus educadores son ingenuos políticamente o sus políticos no educan su conciencia crítica. Hacer de la educación una tarea política y de la política una tarea educativa ha sido mi empeño en la militancia tanto pedagógica como política. El concepto central en esta empresa ha sido el “pensamiento crítico”.
Más de 2,000 años atrás, el ser humano reconoció, no solo que pensaba, sino que su relación con su entorno estaba mediada por su pensamiento –que es inseparable del lenguaje– y que esa mediación podía ser controlada en favor o en contra de la verdad, la justicia y el bien. A partir de ese momento, el ser humano (aquellos que mejor lo representan) dejó de ser ingenuo; se percató de que su relación con la realidad es interpretación, resultado del proceso de pensamiento. Comenzó a ser crítico cuando se dio a la tarea de perfeccionar este órgano del pensamiento, de modo que pudiera proporcionarle una interpretación más acorde con la realidad misma y, en consecuencia, una mejor toma de decisiones sobre lo que es cierto, bueno o justo en sus relaciones con la naturaleza, con los otros y consigo mismo. Este esfuerzo por perfeccionar el pensamiento para que sea más efectivo en su función de plantearnos problemas, construir conocimiento y tomar decisiones, es lo que llamamos pensamiento crítico.
El pensamiento crítico es una forma de autoconciencia, del pensamiento examinarse a sí mismo. En armonía con esta idea, desde 1986 propuse, como parte del trabajo de reforma educativa que llevamos a cabo en el Departamento de Educación, un modelo alternativo a lo que en los EE. UU. llamaban pensamiento crítico y que era meramente pensamiento sistemático o destrezas de pensamiento. En aquel entonces argumentaba que una persona puede tener, por ejemplo, buenas destrezas de pensamiento, incluso científico, y no ser necesariamente crítica; como queda ilustrado por el propio desarrollo histórico de la ciencia que transcurre dentro de paradigmas muchas veces no cuestionados. Esta distinción también explica por qué ciertos grupos con determinados intereses políticos o económicos pueden favorecer el desarrollo del pensamiento meramente sistemático o científico, pero no el crítico.
Para construir nuestro modelo de pensamiento crítico, estudiamos la historia del pensamiento examinándose a sí mismo (tarea propia de la filosofía y la psicología), y pudimos reconocer cinco momentos. Estos representan dimensiones desde las cuales este examen crítico del pensamiento, propio o el de otros, se lleva cabo:
1. Dimensión lógica. ¿Cuan claro y lógico es el pensamiento o la interpretación que hemos elaborado en torno a cualquier aspecto de la realidad? Aquí buscamos, por un lado, asegurarnos de que las ideas y conceptos con los que interpretamos la realidad sean apropiados a la misma y que estén claros en su significación. Por otro, ser coherentes en el uso de los conceptos y asumir las consecuencias teóricas y prácticas que se pueden deducir de los mismos.
2. Dimensión sustantiva. ¿Qué fundamento racional (lógico) y empírico tiene el pensamiento o la interpretación que hemos construido? Aquí se trata de que lo que afirmamos o negamos acerca de algún aspecto de la realidad pueda ser apoyado o defendido a partir de evidencia y mediante procesos “científicos” o deducido lógicamente de ciertos conceptos aceptados “universalmente”.
3. Dimensión contextual. ¿Cómo condicionan el contexto histórico y cultural el proceso y productos del pensamiento? El pensamiento es siempre el de un ser humano, situado en una comunidad social, histórica y cultural, que condiciona, tanto positiva como negativamente, los conceptos y procesos desde los cuales piensa. De aquí la necesidad de examinar cómo ciertas ideas, conceptos y pre-juicios, en los que nos hemos formado en nuestro proceso de aculturación, pueden cerrarnos a la posibilidad de elaborar interpretaciones correctas de la realidad.
4. Dimensión pragmática. ¿Cómo condicionan las emociones, intereses y valores de la persona el proceso y productos del pensamiento? El pensamiento aspira a la racionalidad, pero es inseparable de elementos no racionales, como lo son los volitivos y afectivos, que responden a necesidades, intereses y valores, expresión del origen, desarrollo y condición social de las personas. Por ello resulta necesario examinar en qué medida un proceso o producto del pensamiento, está sesgado, distorsiona u oculta algún aspecto de la realidad para satisfacer determinados intereses personales, de clase, o grupo social.
5. Dimensión dialógica. ¿Qué hay de valor y qué puede aprender una persona del pensamiento de otras, incluso opuesto al suyo, para reconocer limitaciones y enriquecer el propio?
Es desde la perspectiva de estas cinco dimensiones, que me propongo examinar diversos asuntos que afectan nuestra vida de pueblo y humanidad, en torno a los cuales resulta necesario educarnos y pronunciarnos políticamente. Una perspectiva que nos permita entenderlos adecuadamente y asumir una postura efectivamente transformativa frente a los mismos. Al respecto, en mi próxima columna abordaré la siguiente pregunta: “¿Vivimos actualmente el fin de la partidocracia?”
* Artículo de Ángel R. Villarini Jusino, originalmente publicado en 80 grados. Compartido bajo Licencia Creative Commons.