Publicado el 20 de abril de 2017
Pocas películas merecen un segundo visionado. Sin embargo, el otro día volví a ver «Dallas Buyers Club», un film que, sin ser nada del otro mundo, contiene una interesante historia con la que es fácil generar cierta empatía. La historia de Ron Woodroof, el electricista tejano que cae enfermo de sida, se centra en la lucha enconada por el derecho a medicarse de la forma que el enfermo crea que está experimentando una mayor mejoría. En los tiempos de Woodroof, finales de los 80, todavía hay muchas preguntas sin responder sobre la dichosa enfermedad. En el imaginario social se percibe como un mal que padecen homosexuales y drogadictos, hasta el punto que el presidente norteamericano, Ronald Reagan, la definió como «un castigo divino». La industria farmacéutica comienza a introducir el AZT como antídoto para alargar unos meses a la vida de los enfermos. Sin embargo, las altas dosis administradas desvelan unos efectos secundarios terribles, entre los que se incluían cardiopatías, anemias o daños en el hígado.
Woodroof decide romper con ese sistema y se va a México. Allí, asesorado por un médico fuera del sistema, empieza a tomar medicamentos como el DDC o el Alfa Interferón, estimulando su sistema inmunológico. El protagonista de esta historia real establece una red de ayuda a enfermos que recuperan parte de la esperanza. Finalmente, pese a las imposiciones y la rigidez de la FDA (institución encargada de legislar sobre los medicamentos que se administran en la sanidad oficial), gana en los Tribunales el derecho a curar su enfermedad como quiera. Ron Woodroof vive 8 años con VIH, cuando le habían dado 30 días de vida. Sin embargo, se demostró que algunos de los compuestos que utilizaba eran tanto o más dañinos que el AZT, pero el cambio real surgió en la actitud y el modo de vida del electricista. Su efecto placebo le permitió vivir casi una década todo lo dignamente que pudo. Y sobre todo, él decidió la forma de afrontar su enfermedad.
Si hablamos de decidir, en Canarias solemos tener problemas para hacerlo. No porque seamos menos que nadie, tampoco porque seamos, al menos una parte de nosotros, de los que menos protestamos, sino porque la tendencia es esa. El ejemplo del petróleo nos sirve para ilustrar que se debatió mucho, se protestó bastante, pero nuestra capacidad de decisión no fue respetada, aunque los resultados fueran de un gran dolor de muelas. El debate sobre nuestro derecho a decidir, de nuestra capacidad soberana, no está en la agenda canaria, en los debates mediáticos, en la mayoría de las columnas periodísticas. A veces el mismo nacionalismo adolece de poner en el centro del tablero este tema. Así son las cosas cuando el REF y las exenciones fiscales caminan de por medio.
Presumo un escenario similar con el hallazgo de telurio cerca de las aguas canarias. El telurio es un semimetal, cuyo símbolo químico es Te y su número atómico es 52. Es un metal raro, incluso más que el oro y comparable al platino. En el monte submarino Tropic, al sur de El Hierro, una expedición británica ha informado de la presencia de 2.600 toneladas, entre otros compuestos. Hablamos del mayor yacimiento de este metal en el mundo, sin haber explorado aún el resto de montes submarinos cercanos. Actualmente se consumen unas 80 toneladas al año. Se usa en la fabricación de placas solares y en productos tecnológicos, por lo que estamos ante un elemento muy cotizado. El precio actual del kilo es de en torno a 11 euros. Si en Canarias hay 2.600 toneladas por ahora, tenemos en nuestros mares 28.600.000 euros. Se espera que se revalorice con los años. Otra cuestión es precisamente la de las aguas, dado que Echo, The Paps, Drago y Tropic, los montes submmarinos ceca de Canarias, están fuera de las aguas canarias.
En 2011 una expedición española obvió la presencia de este metal, justamente en pleno debate petrolero. En 2015 sin embargo eleva una instancia en la ONU para solicitar la ampliación de la plataforma marítima canaria en unos 296.000 kilómetros cuadrados, justamente la zona donde se encuentran los montes submarinos. ¿De quién es entonces el telurio? Alemania, Rusia, presuntamente a través de un barco espía, China, Corea del Sur, India o Francia, que ha solicitado una expedición, además de Reino Unido y España, ya se han interesado de una forma u otra por este yacimiento. Pese a ello, todavía no existe la tecnología adecuada para una extracción de este tipo que, además, conllevaría algunos riesgos. Por lo tanto, estamos ante un peligro ecológico más, no comparable con el petróleo, pero que sí podría tener un impacto negativo sobre el medio marino y las montañas abuelas de las Islas Canarias, cuya edad geológica se presume muy antigua.
La Canción del Telégrafo, un poema ewe de Togo incluido en «Cancionero General Africano» de Antonio García Ysábal, dice: «La mano europea busca en la jaula cuando el cable canta, cuando el cable canta. La mano del Europeo busca en el libro cuando el telégrafo le llama, cuando el telégrafo le llama». Y el cable cantó riqueza, otra vez, cerca de Canarias, una riqueza que quieren todos. Ya dan por hecho que ahí nosotros no tenemos nada qué hacer, si decidir si se extrae o no, evaluando los riesgos, o si se usa para generar riqueza en Canarias. Sí, otra vez el mismo debate del petróleo, aunque éste parece que va a tardar unos años en arribar. Canarias es como un enfermo social, con graves indicadores de pobreza, con altos niveles de paro, con necesidad de diversificar la economía… Pero eso a ellos no les importa a la hora de esquilmar lo que otros padecen en su territorio, sí, otra vez. Es la ley básica del saqueo colonial. Mientras, otros se conforman con prebendas fiscales. Si es nuestro placebo, que seamos nosotros los que decidamos si lo administramos o no. Que nadie imponga el medicamento.