Españolismo: El término “españolismo” es otro significante vacío y flotante de imprescindible explicitación, como ocurre con “canarismo” y términos parecidos, como catalanismo, etcétera. En tanto que doctrina ideológica y movimiento político, el españolismo se centra en la defensa de lo español. Y lo hace en la forma discursiva de macrorrelato generalista, en el que prevalece un microrrelato concreto de raigambre “ultra”. Entre todos los españolismos existentes, el ultraespañolismo es el microrrelato menos democrático y pluralista, el más simplista y excluyente. Y lo es porque defiende y ha impuesto a toda costa un unionismo homogeneizador y asimilacionista que instrumentaliza y se funde con la historia misma del Estado español (como expresan el lema fascista “España, antes roja que rota” y el franquista “España, una, grande y libre”).
De cara al análisis de la realidad política, hay que distinguir el españolismo de Estado del españolismo de nación, pues cada uno se refiere a realidades diferentes pero imbricadas, intencionadamente fundidas y confundidas. Y siempre tener en cuenta que el Estado español ha sido monopolizado, de forma difícilmente remediable, por el nacionalismo españolista a lo largo de toda la historia moderna y contemporánea y, en particular desde la misma Constitución del 78.
Cabe, no obstante, en la teoría y en la práctica —y es de la máxima importancia lograrlo para la convivencia pacífica, democrática y plurinacional—, un relato españolista democrático, que está aún por desarrollar y divulgar (a causa de la dimisión en la tarea de las izquierdas y derechas estatalistas y nacionalistas tradicionales). Se trata de un relato que defienda a la nación española y sus regiones sin por ello avasallar ni asimilar a las restantes naciones del Estado, esto es, un relato que acepte de forma democrática clara los derechos nacionales soberanos de todas ellas (empezando por el derecho democrático a la autodeterminación) y que renuncie al monopolio del Estado plurinacional (empezando por cambiar al respecto la Constitución del Estado) (véase ‘Relato’, ‘Canarismo’, ‘Nación’ y ‘Autodeterminación’).
Estado: Ver ‘Nación’, ‘Régimen del 78’ y ‘Españolismo’.
Estado asociado: Ver ‘Separacionismo’.
Estrategia: Toda poli(é)tica, entendida como buena política, ha de tener como elemento central no solo una estrategia, sino una buena estrategia. Una buena estrategia vincula de forma congruente y razonable la posibilidad real y la realidad posible, la teoría emancipatoria y la práctica disensual, los principios democráticos y la táctica de cambio social. Toda política sin estrategia cae de forma inevitable en el “tacticismo”, es decir, se abandona a un minimalismo ciego y pendular, cortoplacista y sin orientación hacia el cambio fundamentado, lo que se inscribe en un realismo disminuido y la mayoría de las veces claudicante. Una política sin táctica cae de forma ineludible en el “estrategismo”, esto es, se apunta a un maximalismo vacío y dogmático, largoplacista y sin compromiso en la unidad de acción concreta, lo que se asienta en un irrealismo soñador y extraviado.
Toda poli(é)tica debe diseñar y recorrer un camino democrático con un rumbo congruente hacia un destino justo. Así, las estrategia poli(é)ticas se componen de meta, dirección y vía, esto es, para el caso de la estrategia poli(é)tica del canarismo soberano que propongo: un destino o meta, como ideal anticipado de una sociedad democrática y equitativa, de una sociedad soberana basada en la búsqueda de mayor libertad, igualdad y bienestar; un rumbo o dirección, como propósito autodeterminista democrático orientado hacia ese destino o meta; y un camino o vía, como ruta emancipadora transitada con ese propósito hacia ese ideal. Todo ello desde la realidad situada en cada presente histórico (véase ‘Poli(é)tica’, ‘Democracia’, ‘Nación’ y ‘Autodeterminación’).
Federalismo, confederalismo: Ver ‘Unionismo’.
Independencia: Ver ‘Dependencia’ y ‘Nodependencia’.
Independentismo: Ver ‘Separacionismo’.
Insularismo: Se usa por parte de algunos sectores progresistas tradicionales como seudoexplicación de casi todos los males de Canarias. Se trata de una excusa perezosa. Se evita así, primero, profundizar y denunciar como se debe los malos-pleitos entre las castas oligárquicas de poder insular, que ocultan sus pugnas por intereses minoritarios y privilegios bajo el pretexto de que defienden los intereses mayoritarios y derechos de la población de cada una de las Islas; y segundo, se usa para no plantear(se) el problema nacional canario, conflicto sistémico generado sobre todo por la secular dependencia y subordinación opresiva de Canarias al Estado español y la Unión Europea.
Así, el actual autonomismo se ha convertido en el denominador común y en la ideología compartida de progresistas tradicionales “antiinsularistas” y conservadores “insularistas” canarios, sin que les salgan los colores de la vergüenza, mientras se niegan a reconocer en comandita que el hecho nacional canario es inseparable de la insularidad (que es algo distinto a la etiqueta encubridora insularista) y la insularidad canaria inseparable del hecho nacional (que es algo diferente a la receta falseadora regionalista). El mejor ejemplo político al respecto es el desenfocado y estancado debate sobre el sistema electoral canario, en cuyas injustas bases actuales coinciden de facto —seudorreformas al margen— todos los partidos del arco parlamentario (véase ‘Canarismo’, ‘Autonomismo’, ‘Nación’ y ‘Problema nacional canario’).
Legalidad: Ver ‘Legitimidad’.
Legitimación: Ver ‘Legitimidad’. (Continuará)
Esta entrada forma parte, con las adaptaciones y actualizaciones pertinentes, forma parte del volumen Libertad de actuar. Argumentos poli(é)ticos para el disenso, de Pablo Utray, publicado en noviembre de 2018 por las Ediciones Tamaimos.