Un taller es un lugar donde se arman cosas, un espacio en el que se amasa barro, se hornean bizcochones o se colocan lentejuelas en vestidos. Se trata de áreas de apoyo a la vida, emplazamientos donde se recomponen las diferentes partes de cada casa.
Estuvieron muy acertados Pedro Guerra, Andrés Molina y Rogelio Botanz al llamar su proyecto Taller Canario de Canción, porque Canarias precisaba reparar sus sonidos, buscar las piezas necesarias para componer sobre lo viejo, encontrando un nuevo sonido que se adaptara a nuestros hogares. Era necesario hablar con las personas mayores que sabían tanto sobre los cantos.
– El tambor gomero, para que suene bien, hay que cogerlo ligero, tiene que volar en la mano para que se escuche lo metálico del calacimbre, para que vibre.
– El tajaraste del Amparo tiene su jeito, al bailarlo hay que respetar sus silencios.
– Las chácaras herreñas son alegres y repican en alto como los pájaros.
Anotaciones como estas fueron entrando en la sala de ensayos del Taller, que se convirtió en un baúl de sonidos adornado como la cueva pintada de Gáldar. Además de la tradición oral que nombramos, estos tres artistas se inspiraron en escritos de cronistas, en los restos de la historia perdida, en nombres propios como el de Cathaysa la niña guanche. Hablar de aquel ayer era hablar de hoy y de mañana, cambiar nuestro imaginario cultural.
Necesitábamos que nos narraran historias como la de «esos abuelos que nos vieron crecer, que nos dieron a beber su vida».
Necesitábamos que resonaran poemas como el de Lezcano «no queremos más maletas en la historia de la insular miseria».
Cuando se fracturó taller sentimos el vacío que produce una pala rompiendo piedras, una sierra cortando un tronco o un spray tapando un grabado antiguo.
Por eso, la ilusión de tanta gente que vibró el pasado 1 de septiembre en Teror, buscando la identidad perdida en Andrés y Rogelio. Los disfrutamos en el escenario con grandes músicos como Julio Tejera, José Carlos Machado, Gonzalo de Aaraoz, Alfredo Llanos o Alberto Méndez acompañados por el equipo percutero conformado por Rubi, Esther, Aarón, Alejandro, Tania, Claudia, Yurena, Dulce, Roge Chiki e Ico, unidos para volver a decir las cosas en voz alta, para tratar de que no se borren nuestros rostros. El mensaje después de tantos años sigue vigente y nos llega gracias a que Andrés Molina posee la voz más conmovedora y brutal del archipiélago y Rogelio Botanz continúa ejerciendo como el mayor transmisor de sentimientos que he visto nunca.
La plaza brillaba junto a las banderas de siete estrellas fuera de las mochilas prácticamente desde el principio. Taller Canario consiguió de nuevo hacer de ese espacio, la plaza de Sintes, una casa grande llena de música tarareada por todos, un territorio lleno de estribillos que continuarán acompañándonos durante toda nuestra vida.