Precisamente cuando escribo estas líneas -veintidós de agosto- se cumplen 69 años de la fundación de la Unión Deportiva Las Palmas, un equipo que nació para representar al fútbol canario -un estilo propio y definido- en las categorías profesionales españolas y europeas. Es bien sabido que las etapas de gloria deportiva de la UDLP han sido precisamente aquellas en las que más fiel se ha sido a este ideal y seña de identidad. Cuando éstos han sido traicionados, la mediocridad se ha adueñado del equipo, alejando del Estadio a una afición acostumbrada a ver buen fútbol, el fútbol del país, sin comprender tantas idas y venidas de jugadores foráneos. A día de hoy, parece que el equipo conformado en la actualidad responde más al trasiego de futbolistas de canteras ajenas que a la defensa a ultranza de la cantera propia. Veremos qué depara esto al final de la temporada.
Sin embargo, si la Unión Deportiva es más que un club y el fútbol es más que un deporte, no puede uno ceñirse a los asuntos estrictamente deportivos en este humilde texto. Es forzoso hablar de aspectos que, sin ser centrales, sí juegan un papel en este fenómeno sociocultural que es el fútbol y el deporte profesional en la inmensa mayoría de sociedades contemporáneas. El equipo amarillo representó con ejemplaridad, en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, el ideal de que el pueblo canario era capaz de alcanzar grandes metas, sin negar el concurso de fantásticos jugadores foráneos pero con una base autóctona. Fue algo que tuvo, es indudable, un efecto muy positivo en la autoestima colectiva de un pueblo acostumbrado al sometimiento y a la infravaloración, propia y ajena. Encarnó entonces un proyecto de unión y transversalidad como pocos, en un pueblo siempre falto de referentes colectivos, por encima de cualquier otro planteamiento. Bajo la batuta de Quique Setién, tuvimos un revival de aquellas gloriosas épocas que no hacía sino incidir en la idea de que cuando mejor nos sale el fútbol es cuando lo hacemos nosotros y a nuestra manera. Pero también hay desnorte y ocurrencias fuera del campo. De eso va sobre todo este artículo. En mi opinión, el actual presidente de la entidad, Miguel Ángel Ramírez, lleva demasiado tiempo apartándose de la idea de unidad que dio nacimiento a la Unión Deportiva y sin la cual, mejor haría la entidad en cambiarse el nombre, antes que seguir traicionando su legado.
Insisto. No hablaré ahora del asombroso viraje de un equipo que con mayoría de jugadores canarios era la envidia y comidilla de la Liga española y comentaristas deportivos de toda Europa, para su reconversión en un equipo de “mercenarios” (el calificativo no es mío, es bien sabido) que literalmente daba pena mientras se arrastraba por los campos de fútbol. Y todo esto en un tiempo récord. Todavía estamos esperando la autocrítica correspondiente por parte de la directiva, que parece despejar balones a ver si los resultados hacen que nos olvidemos del resurgir del fútbol canario que vimos de la mano de Quique Setién. A los que no tuvimos la suerte de ver a Germán, Tonono y Guedes, nos pareció que la Historia nos daba una segunda oportunidad, pero eso hoy no toca. Hablaré mejor de la progresiva e indisimulada identificación entre las opiniones personales de Miguel Ángel Ramírez y un equipo que, no me canso de insistir, nació para representarnos a todos por encima de cualquier diferencia.
Comencemos por el bochornoso espectáculo de ver a la Unión Deportiva Las Palmas saltar al Camp Nou el 1 de octubre de 2017 con una banderita española bordada en la camisa, una provocación en toda regla, completamente fuera de lugar, en un día donde tanta sensibilidad andaba a flor de piel en la sociedad catalana, algo que se materializó en numerosos incidentes y violencia contra los ciudadanos que, pacíficamente, querían votar sobre un asunto de especial relevancia en aquella sociedad. Ilustra este artículo uno de los numerosos memes de protesta que circularon aquel día ante la decisión del Presidente de la UDLP. No correspondía en absoluto a nuestro equipo, el equipo de todos, defender idea política alguna, piense lo que piense el Sr. Ramírez al respecto. En la afición de la UDLP, en la sociedad canaria, hay muchísimas opiniones diferentes en torno a lo que se ha dado en llamar el conflicto catalán o la cuestión territorial española -¡y la canaria!- lo cual debería haber sido manejado con exquisita prudencia y lealtad histórica por parte del Presidente del club amarillo. Alinearse con elementos como Roncero, fanáticos y radicales, no hizo ningún favor ni al Presidente ni a la Unión Deportiva y sólo puede ser calificado de auténtica irresponsabilidad.
Sigamos por la astracanada de elegir un segundo equipaje en ¿homenaje? a la Legión Española y al Ejército. Y todo ello para infundir no sé qué espíritu belicoso en los jugadores, que mejor harían en repasar los vídeos de cuando Setién era entrenador. Así aprenderían que el espíritu belicoso sin cabeza, sin corazón y sin toque sólo lleva a vergonzosas retiradas como la del Sáhara. Nuevamente, las particularísimas ideas de Miguel Ángel Ramírez, Caballero Legionario de Honor, sobre determinados cuerpos militares acaban siendo exportadas sin anestesia al club que nos debiera representar a todos. Pero, ¿y si Miguel Ángel Ramírez fuera un gran aficionado al ballet, vestirían nuestros jugadores con tutú? ¿Qué clase de charlotada es ésta? ¿Se presentará la Unión Deportiva Las Palmas en Fuerteventura, una isla donde la Legión perpetró tantas barbaridades y causó tanto dolor, a jugar un amistoso con su uniforme legionario? Curiosamente, fue en el bloque del socialismo realmente existente donde más se dio esta identificación entre equipos deportivos y fuerzas armadas, teniendo en el CSKA de Moscú el máximo ejemplo. Era un mundo distinto, otros tiempos. Si en algún contexto pudo tener sentido, que no lo sé, importar esa “tradición” no parece venir demasiado a cuento en la Canarias del siglo XXI, un pueblo con sobrada y demostrada en las urnas vocación de paz.
Por último, ¿desde cuándo es la Unión Deportiva un club católico? ¿Qué justifica la presencia de una talla de la Virgen del Pino en el vestuario amarillo? En la afición y los abonados del equipo grancanario, es fácil suponer una inmensidad de opiniones y sensibilidades ante el hecho religioso. Hay que ser respetuoso con todas ellas. Sin excepciones. Habrá muchos abonados católicos pero también los habrá agnósticos, ateos, y de cualquier otra confesión. Pienso, por ejemplo, en la numerosa colonia hindú de Las Palmas. ¿Tendremos un gesto de reconocimiento hacia ellos como aficionados amarillos y pondremos también en el vestuario a la Diosa Shiva? ¿Y hacia los numerosísimos musulmanes, canarios o no, que viven entre nosotros y que también son amarillos de corazón? ¿O es que acaso queremos ligar identidad deportiva e identidad religiosa como el católico Liverpool o el protestante Everton? ¿Tendrá que nacer un equipo de fútbol grancanario laico frente a la católica UDLP? En un club moderno, integrador, como debe ser la UDLP, sólo la laicidad, la estricta neutralidad con respecto a todas las confesiones religiosas debe ser su manera de proceder en estos delicados asuntos. No debe haber símbolos religiosos de ningún tipo en las instalaciones de nuestro club.
El Presidente Ramírez hizo un servicio impagable a la Unión Deportiva cuando la rescató del concurso de acreedores en uno de los momentos más críticos de su historia. Sólo por eso merece ser su labor reconocida, aunque no falte quien diga que lo hizo por su propio interés y ya ha sido más que pagado por ello. Ahora bien, se equivoca totalmente pretendiendo convertir al equipo de todos en un reflejo de sus personalísimas opiniones sobre la cuestión territorial, el papel del Ejército o la religión y las que vinieren en el futuro. Debe aprender claramente la diferencia entre ser el accionista mayoritario de una empresa privada y ser el presidente de toda una entidad deportiva, que es mucho más que una empresa privada, que no se gestiona «así, porque yo lo digo y esto es mío», sino con altura de miras y afán integrador. Sólo este cambio de mirada y proceder nos llevará nuevamente a sentir a la UDLP como “orgullo del pueblo canario”, de todos, y no a verla cada vez más como un delirio personalista, abocado irremediablemente a la desafección y al fracaso.