Publicado originalmente el 6 de noviembre de 2008
Pienso firmemente que en Canarias debe haber gente de derechas y de izquierda; conservadora y progresista; liberal y socialista; religiosa y atea; hetero y homosexual. En suma, que se deben dar todas las tendencias politícas, religiosas, sociales, etc. de una sociedad contemporánea en el mundo occidental: el mundo en donde Canarias se ha encuadrado históricamente.
Y pienso que esto deber ser así, no como una fatalidad, sino como una fuente de diversidad, de debate incesante, de fuerza y de riqueza.
Así pues se cae de maduro que no pretendo -ni quiero- que todo el mundo esté de acuerdo conmigo cuando hablo, cuando expreso mis opiniones, mi punto de vista, mi cosmovisión.
Ahora bien, algo que digiero con dificultad es la cerrazón y el descentramiento. Dos fenómenos que, en mi opinión a menudo van de la mano y que están fuertemente enraizados en los cuarenta largos años de oscurantismo franquista en que el régimen anterior sumergió a Canarias.
Así, me cuesta entender como alguien te puede responder a la pregunta (que tú haces desde Europa): «¿Cómo está el tiempo por ahí?» de este modo: «Buff, ¡está cayendo una nevada en Bilbao!». Y lo alucinante del caso es que la persona que te lo dice no parece caer en lo ilógico e insensato de su respuesta. ¡Alguien desde el noroeste de África te habla del clima del Mar Cantábrico como si fuera el suyo!
Esto en lo que se refiere al descentramiento.
¿Pero qué decir de la negativa sistemática a intentar siquiera ponerse en el lugar de los demás, a intentar entender el por qué alguien defiende algo diferente a lo que yo defiendo, a intentar sentirme por un segundo la otra persona, a meterme en su piel? Esto es algo muy arraigado en ciertos sectores de nuestra población, independientemente de sus ideas políticas, de sus convicciones religiosas o de su orientación sexual. Es el sello de la escuela nacionalcatólica: o piensas como yo o estás equivocado. Es la verdad, estúpido.
Sí, como decía digiero mal esta cerrazón y este descentramiento que tienen su origen más inmediato en la experiencia franquista de nuestros padres y abuelos (¡una experiencia, en algunos casos, de 40 años, no lo olvidemos!).
Pero, por difícil que me resultara digerir todo esto, hasta hace unos días, yo pensaba que las generaciones más jóvenes, las que no habían vivido el franquismo, estarían en condiciones de mostrar más empatía por quienes no piensan o son como ellos.
Hasta que Iván Suomi publicó una estupenda entrada y pude leer lo que alguien escribía sobre «colonias» y «pelotas» a pie de texto. Y entonces se me encendió la bombilla: un sector de la juventud isleña está coqueteando con el fascismo (si no practicándolo ya abiertamente) y ha decidido añadir a su cerrazón un nuevo descentramiento: ahora ya no somos españoles de La Mancha y olé, no, qué va; ahora somos aborígenes alzados contra la sangre europea colonizadora.
Conmigo, desde luego, que no cuenten, ni los españolísimos feriabrilistas, ni los tecnoguanches. Ambos están sordos a lo que no sean sus propias ideas y demasiado alejados de su realidad como para ver más allá de sus narices.
Pero, ¿y de Canarias? ¿Quién va a ocuparse de Canarias?