Un día típico de diciembre –de pocas horas de luz y sol– minutos antes de llegar a clase, una alumna me escribía un correo electrónico en el que me decía: “profesora, a mi abuela la han arrestado en la fábrica donde trabaja y se la han llevado a un centro de detención de inmigrantes en algún lugar de New Jersey, nadie sabe. Estoy en el tren de camino a clase, ella es lo único que tengo, no puedo parar de llorar”. Mi alumna, había cruzado la frontera entre México y los Estados Unidos junto a su abuela y su hermano cuando tenía 5 años. Su abuela, ya vieja y cansada de trabajar en condiciones precarias en los Estados Unidos, ya cansada de ser despreciada y vilipendiada, prefirió aceptar con resignación la humillación de la deportación a México a seguir defendiendo su derecho de vivir legalmente y con todas la garantías civiles que merece todo ser humano. Un derecho que –mejor ella que nadie– sabía nunca le reconocerían.
Inmigrantes vilipendiados, derechos arrebatados, vidas despreciadas, familias separadas: sin duda una dolorosa constelación de acciones y eventos en la Historia que se repiten. Para seguir adentrándonos en lo que la Historia puede develarnos, en agosto de 1936, la militante anarquista española Amparo Barayón, y esposa del escritor Ramón Sender, fue arrestada mientras protestaba por el asesinato de republicanos a manos de fuerzas militares falangistas. Dos meses después, en la prisión de Zamora, un guardia le arrebató a su hijo de los brazos mientras le decía: “los rojos no tienen derecho a tener hijos”. Esa era una clara señal de las pocas horas de vida que le quedaban, ya que lo mismo le había sucedido a otras mujeres y familias republicanas que habían perdido a sus hijos de manera similar.
Arrebatarle los hijos a las familias republicanas o separarlos de éstas, era una práctica acorde con los conceptos de “purificación” y “depuración” de la sociedad que fueron fundamentales en la España de Francisco Franco, como lo fueron en prácticamente todos los episodios de índole ética y política en la oscura Europa de hasta mediados del siglo XX. En España, entre las víctimas de esta cosmovisión estaban los llamados “niños perdidos del franquismo”. Se trataba de niños que eran separados de sus madres, prisioneras del régimen. Miles de niños de clase trabajadora fueron enviados a instituciones estatales porque sus propias familias republicanas se consideraban por el régimen franquista como no aptas para criarlos. También hubo casos de niños refugiados de la guerra civil que fueron secuestrados y llevados a Francia por el servicio de repatriación externa del régimen.
En el caso de los Estados Unidos, no es la primera vez que la práctica de separar familias se lleva a cabo, la cual se remonta al periodo de la masiva migración irlandesa. Asimismo, a partir de finales del siglo diecinueve miles de niños nativo americanos fueron sacados de sus reservas y llevados a los llamados “Indian Boarding Schools,” con el objetivo de eliminar sus creencias, formas de vida, tradiciones y cultura e inculcarles las de los blancos americanos.
Si bien es cierto que en el mundo actual, el darstellung (práctica o promulgación) del poder ha cambiado en comparación con las formas en que se promulgó en la España de Franco o en los Estados Unidos del siglo diecinueve, la autoridad represiva y la deshumanización regresan y se repiten en el presente a través de otras formas de poder. Dicha autoridad represiva y la deshumanización de las formas del poder que corresponden al neoliberalismo político, les ha robado la infancia, la sociedad y el transcurrir de la vida a las familias y a los niños que han sido separados –mediante el uso de la fuerza– en la frontera entre Estados Unidos y México.
Las familias que han cruzado la frontera (o el muro imaginario y tan deseado) que separa los Estados Unidos de México, son castigadas por haberse atrevido a socavar espacialmente el orden político del país norteamericano. Una práctica de la que se sirve de manera cruel el actual presidente Donald Trump en su campaña de vigilancia en la frontera conocida como el “Border Crack Down”. El filósofo marxista francés Ettiene Balibar nos ha enseñado que las fronteras o las murallas crean la ambigüedad de la distinción entre el extranjero y el enemigo. Inmigrantes, extranjeros, enemigos, han cruzado la frontera que divide y protege Estados Unidos. El castigo, de quienes se han convertido en vidas residuales o precarias, es el brutal acto de separación de las familias ya que los inmigrantes siguen siendo considerados por un enorme sector reaccionario y racista de los Estados Unidos como aquellos que llegan a destruir la identidad de los estadounidenses, a robarles sus empleos, sus escuelas e instituciones.[1]
Recordemos que la visión neoliberal es que dentro de la frontera o muralla hay bienes que los “otros” (los extranjeros, los inmigrantes, los refugiados) robarán y destruirán. Estos bienes, además, no sólo son materiales, sino también construcciones abstractas e ideológicas del bienestar y la seguridad nacional.
Asimismo, una de las formas de poder que corresponden al neoliberalismo político es el dominio mediante un uso de la fuerza que deshumaniza al ser humano. La fuerza, entendida como actos que se usan para violar y destruir, según teorizó al respecto la filósofa francesa Simone Weil, transforma a los seres humanos en cosas. La fuerza convierte en “cosa” a quien se somete a ella. El poder de la fuerza para cosificar a los seres humanos es doble y opera en dos frentes: petrifica las almas de quienes la sufren y de quienes la ejercen. La fuerza, domina el alma como un hambre excesiva, ya que comprende un poder interminable de vida y muerte, es un reino tan frío y duro como si estuviera gobernado por materia inerte, enfatizaba Weil.
En efecto, materia inerte por el uso de la fuerza, por la cruel distancia y por la falta de vulnerabilidad ante las tragedias del ser humano es lo que emana y deriva del vil acto de separación de familias de inmigrantes por el gobierno de los Estados Unidos. “Ojos de madera,” en palabras del historiador italiano Carlo Ginzburg, tiene el neoliberalismo político de los Estados Unidos. Son ojos de madera que están ciegos ante el reconocimiento del destino de otros seres humanos en contextos sociales de escasez, de violencia y pobreza. [2] La distancia ante el sufrimiento del ser humano –una vez fusionada con la indiferencia– tiene inmensos efectos perniciosos en nuestra comprensión de la relación entre el pasado y el presente. Separar familias, arrebatarle los hijos a las madres nos muestra una herida abierta en el cuerpo social a través del cual fluye y confluye la Historia. Aquélla que nos obliga a mirar de cerca –para no tener ojos de madera– los procesos sociales y políticos que conducen a la deshumanización e incluso a la de-subjetivación de los seres humanos, y a las formas en que su humanidad es degradada. Los versos del poeta andaluz Daniel Rodríguez Moya, conjuran en nítidas imágenes parte de ese dolor y degradación:
atrás quedan los niños y su interrogación,
las manos destrozadas de las maquiladoras
que en un gesto invisible
dicen adiós,
espérenme,
es posible que un día me encarame a un vagón.
queda atrás Guatemala,
Honduras, Nicaragua, El Salvador,
un corazón de tierra que late acelerado.
[…]
es tan lenta la noche mexicana…
bajo la luna inquieta
una herida de hierro y de listones
traza un perfil oscuro,
un reguero de sangre que seguir.
el olor de la lluvia sobre la tierra seca
se corrompe mezclado con sudor y gasóleo.
es agua que no limpia, que no calma la sed,
que sucia se derrama
entre las grietas de la vieja máquina,
una oscura metáfora del animal dormido.
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[1] “they could be murderers or thieves or so much else,” expresó Trump. Ver, New York Times, 19 de junio de 2018.
[2] “Parents who entered illegally are by definition criminals,” “no more get out of jail free cards,” sentenció la secretaria de seguridad nacional Kirstjen Nielsen. Ver, New York Times, 19 de junio de 2018.
* La autora es Jennifer Duprey, catedrática asociada de literatura peninsular (específicamente las tradiciones catalanas, galleas y vascas), estudios transatlánticos y estudios culturales en el Departamento de Spanish and Portuguese Studies en Rutgers University, Newark. Completó su bachillerato en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico (1997). Su maestría es de New York University en Madrid (2000) y su doctorado del Departamento de Romance Studies en Cornell University (2007). Es autora de The Aesthethics of the Emphemeral: Memory Theaters in Contemporary Barcelona (SUNY 2014, nominado para el premio de la North American Catalan Society en 2015). Es editora de Whose Voice is This: Iberian and Latin American Antigones Hispanic Issues-On Line Series (2013). Sus artículos están publicados en diversas revistas académicas en Estados Unidos, Puerto Rico y España. El texto fue publicado originalmente en 80 grados. Compartido bajo Licencia Creative Commons.