Colonias atlánticas. Hace unos años, todo viaje a América empezaba, o al menos pasaba, por las Islas Canarias. Es más, el primer viaje al Nuevo Mundo, también empezó en las Islas Afortunadas, cuando Colón hizo escala en ellas durante 28 días, para aprovisionarse y reparar el timón de La Pinta, aparte de visitar a la señora de La Gomera con quien tenía un romance. Recién el día que la expedición leva el ancla en La Gomera para adentrarse a la “Mar Océana tenebrosa”, dice su hijo Fernando, escritor de la biografía, “puede contarse por el primero de esta empresa”.
Durante esa primera escala colombina apenas se habían conquistado cinco de las siete islas. Mientras el genovés navegaba por aguas tropicales y descubría un nuevo continente para los europeos, en las islas de La Palma y Tenerife las tropas del conquistador Alonso Fernández de Lugo estaban en lucha con los aborígenes, en las que la geografía escarpada dificultaba el avance de los invasores. De nada les servía a los castellanos llevar entre sus tropas a aborígenes de las otras islas ni ir montados a caballo; sin conocimiento de los barrancos por los que los nativos se movían con la misma agilidad que las cabras que pastoreaban, eran sorprendidos en emboscadas que les causaban muchas bajas. No fue hasta después del tercer viaje de Colón cuando los castellanos consiguieron conquistar Tenerife, momento en el que se dio por terminada la conquista del Archipiélago, aunque algunos grupos de guanches se refugiaran en las cumbres y sus descendientes dicen que, hasta el día de hoy, nunca se han rendido a la Corona.
Casi al mismo tiempo que Colón hendía el asta de la bandera en la arena de una playa caribeña, reclamando las nuevas tierras para los Monarcas Hispánicos, se firmaba el tratado de paz con los líderes aborígenes al otro lado del Atlántico. Así nacieron Canarias y América, casi al mismo tiempo, como colonias españolas.
La nueva sociedad isleña. Concluida la conquista del Archipiélago, empezaría el mestizaje entre aborígenes y europeos. Algunos aborígenes se suicidaban desriscándose para no vivir sometidos a los castellanos. Muchos otros murieron en la guerra o en la epidemia de modorra que afectó a los guanches, y varios miles de ellos fueron capturados y vendidos como esclavos en los mercados de Sevilla y Valencia. Los que sobrevivieron fueron incorporados a la Corona de Castilla, con los mismos derechos y deberes que el resto de súbditos gracias a la Carta de Calatayud. No eran pocos; según un informe de la Inquisición de principios del siglo XVI había unas 1.200 familias de origen indígena. Aunque libres, no siempre salieron favorecidos en el reparto de las tierras y de las aguas que se hizo entre los conquistadores, y a excepción de la nobleza aborigen, tuvieron que ver cómo sus islas pasaban a manos de hombres recién llegados de mar allá. Castellanos, andaluces, portugueses y moriscos se asentaron en las nuevas tierras. Tampoco faltaron negros africanos que fueron traídos como esclavos para las plantaciones de azúcar, además de un pequeño grupo de comerciantes flamencos, genoveses y catalanes que vinieron alentados por las oportunidades económicas. Poco a poco, fue fraguándose la nueva sociedad isleña en la mezcla. Los aborígenes fueron bautizados con nombres cristianos, y a lo largo de las generaciones se fue difuminando su rastro y cultura. Sólo los miembros de la nobleza indígena fueron bautizados con un apellido isleño, de los que hoy quedan en Canarias y en América como son Baute, Bencomo, Chinea, Guanche, Oramas, Tacoronte y Tarife.
Puente entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Cuando los barcos a vela eran la única manera de cruzar el Atlántico, había que navegar con los vientos y corrientes para llegar a la otra orilla. Los portugueses, en el siglo XV, fueron los primeros en entender que los mares funcionan como un gigantesco mecanismo, movido por unos engranajes que son los giros oceánicos, una especie de remolinos gigantescos que mueven las aguas en círculos que van de lado a lado del océano. Los usaron en sus rutas comerciales a la India antes ya de que los españoles se aventuraran a la Mar Océana, y llamaron volta do mar a la navegación que tenían que hacer para volver de las costas ecuatoriales africanas a Portugal, ya que tenían que dar una gran vuelta, adentrándose en el océano, para rodear el Atlántico Central y subir por las Islas Azores. Lo que en un primer momento podía parecer contra intuitivo porque navegaban alejándose de su destino, era la única manera de volver a Europa, puesto que no podían vencer la corriente que bajaba por la costa africana, y sabían que esa corriente en algún momento tenía que girar y permitirles voltar.
Así descubrieron el giro oceánico del Atlántico Norte, cuyas aguas frías bajan por Galicia, pasan por Canarias, viran al oeste en Cabo Verde y, después de abrazar las Antillas, sus aguas calentadas por el sol caribeño, suben por Florida hacia las Azores y vuelven a Europa. Fue ese giro oceánico, y la corriente que pasa por Canarias, como un gran río que fluye hacia el otro lado del Océano, acompañada por los vientos alisios, lo que hizo de las Islas el puente entre el Viejo y el Nuevo Mundo, puesto que la única otra ruta para llegar a vela a América era la que siguieron los vikingos por el Círculo Polar Ártico. El Archipiélago estaba situado en un punto estratégico, en plena ruta de Europa al Caribe, y era el último punto de avituallamiento antes de emprender la travesía oceánica (por lo que Felipe IV llegó a decir de las Canarias “que es lo más importante que yo tengo, por no aver otra parte adonde mis armadas, flotas y galeones arriben y se acojan, por ser paso y camino derecho para las Indias”). Desde aquí, los barcos eran llevados como en una gran cinta transportadora hacia el nuevo continente. No había más que izar las velas y dejarse llevar por viento y corriente durante un mes. Tanto es así que se dieron casos, durante los siglos de navegación, de barcos que en viajes interinsulares, eran cogidos desprevenidos por un temporal y, arrastrados océano adentro, incapaces de remontar la corriente, acababan en las costas del Caribe. Bien pudiera haber sido así como unos supuestos pescadores madeirenses habrían descubierto América antes que el genovés, quien además anota en su diario, antes de zarpar, que hombres honrados de La Gomera y El Hierro le aseguran, bajo juramento, que “cada año vían tierra al Oueste”.
Canarios en América. Así nació la vocación americana de Canarias, y los mestizos, conquistados, colonizados del Archipiélago navegaron mar allá a seguir mestizándose, conquistar y colonizar. Es bastante probable que la migración canaria a América empezara ya en el primer viaje de Colón, puesto que el viaje de descubrimiento partió de las Islas con veinte o treinta personas más que a la salida de la Península. Constancia de esa emigración canaria, sin embargo, se tiene a partir del segundo viaje de Colón, con el suceso del Canario corredor. Los cronistas cuentan que al pasar por la isla de Guadalupe, la expedición colombina capturó a varias mujeres. Una de ellas «era la señora del pueblo, y, por ventura, de toda la isla, que cuando la tomó un canario que el Almirante allí llevaba, corría tanto que no parecía sino un gamo». El canario le consiguió dar alcance y apresarla, lo que casi le cuesta la vida: “viendo que la alcanzaba, vuelve a él como un perro rabiando y abrázalo y da con él en el suelo, y si no acudieran cristianos casi lo ahogara”. Debía ser un indígena de La Gomera o Gran Canaria, puesto que solían ser a los que se referían los cronistas cuando hablaban de canarios, y, aunque él casi no lo cuenta, nos lo cuenta el cronista Bartolomé de las Casas.
Igual que con los viajes de Colón, rara era la expedición que pasara por las Islas y no reclutase canarios. Se sabe que las escuadras de los conquistadores Nicolás de Ovando, Alonso Quintero, Pedrarias, Juan Díaz de Solís y Lope de Sosa recibieron apoyo en las Islas e incorporaron a muchos isleños en sus filas. Lo mismo hizo Pedro de Mendoza, fundador de la ciudad de Buenos Aires, quien montó en las islas tres compañías de soldados y también Pedro de Lugo, que conquistó Santa Marta y fundó Santa Fe de Bogotá, sacó de Canarias ochocientos “vecinos nobles”.
Aparte de esos soldados y marineros, la gran mayoría de canarios que fueron para América debieron ser agricultores y artesanos de los que se sabe bien poco. La masa anónima que cruzó las vastas praderas acuáticas del Atlántico no solía ser el sujeto de estudio de historiadores y cronistas. Ni siquiera figuran en los Archivos de Indias, que recogen un número irrisorio de pasajeros provenientes de las Islas para América. Al ser Canarias escala en el viaje, los isleños que huían de la pobreza crónica de las Islas no iban a deshacer camino, mar arriba, hasta Sevilla para legalizar la documentación y obtener un permiso oficial; en la mayoría de casos se embarcaban sin registrar sus nombres en la Casa de Contratación, como lo demuestran la documentación de la época que habla de la llegada de polizones canarios a Santo Domingo, y las Reales Cédulas dirigidas a las autoridades de La Gomera para poner fin al tráfico de personas sin registro. No sólo tenían la ventaja de ser escala de las naves que partían de Andalucía; Canarias también tuvo desde los primeros tiempos una licencia para comerciar con las Indias, con lo que quedaba exenta del monopolio que ejercía Sevilla. Los barcos zarpaban desde las Islas despachados directamente por jueces de Indias residentes en el Archipiélago, que a veces ni enviaban los informes a Sevilla.
El vínculo que se establece desde los primeros tiempos entre el Caribe y el Archipiélago queda constatado en una carta de la Audiencia de Santo Domingo al Consejo de Indias en 1545 que dice que “de España ya apenas vienen navíos sino de año en año […] y peor fuera si no por los socorros de Canarias, a cuyos maestres aquí halagamos y en Sevilla maltratan”. El tráfico es tan intenso que se produce un éxodo canario hacia el Caribe, amenazando con despoblar el Archipiélago. La magnitud del problema haría que el rey tomara medidas en el asunto en varias ocasiones, como la real cédula de 1560, que exige al gobernador de La Gomera poner fin al descontrol migratorio, o la real cédula de 1635, que ordena al Juez de Registro de Tenerife impedir la salida de gente, porque había más canarios viviendo en las Indias que en las Islas. Sin embargo, en otros momentos, sería la Corona la que impulsaría la emigración de canarios al Nuevo Mundo. Con el avance de los franceses en el oeste de la isla de Santo Domingo, los ingleses en Jamaica y la ocupación de las Guayanas, sale a la luz la Real Cédula de 1678 según la cual por cada cien toneladas de productos isleños que sean embarcados con destino a América irían cinco familias pobladoras. Así fue como partieron las familias canarias que fueron a poblar Luisiana, Florida y Texas, donde aún queda alguna comunidad isleña aislada entre población de habla inglesa, que ha conservado las costumbres y el castellano del siglo XVIII.
Si bien la migración canaria, ya sea por iniciativa propia o impulsada por la corona, durante la colonia se dirige principalmente al Caribe y los países que lo rodean, también el Cono Sur recibió una importante trasfusión de sangre canaria para contener el avance portugués. En 1724 cincuenta familias isleñas, junto con indios guaraníes y algunos africanos, fundaron la ciudad de Montevideo (más adelante, la mayoría de ellas se trasladarían al campo, por lo que hasta el día de hoy en Uruguay se llama canario a la persona que vive fuera de la capital), y durante el siglo XIX se produce una intensa emigración de Fuerteventura y Lanzarote hacia Uruguay gracias a las expediciones que fleta el comerciante tinerfeño Francisco Aguilar.
Sin olvidar a Cuba, donde el 40% de los cubanos con ascendencia de cualquier parte del Estado español tienen sangre canaria, la que se convertiría en Octava Isla fue Venezuela, donde la emigración canaria fue tan abundante que, cuando Simón Bolívar proclama el Decreto de Guerra a Muerte se dirige a los canarios como un grupo aparte de los españoles (aunque les depare la misma suerte): “Españoles y canarios contad con la muerte aunque seáis indiferentes, si no obráis por la liberación de América”. De hecho, el principal protagonista de la emancipación venezolana frente al Imperio Español era descendiente de canarios y un estudio genealógico reciente ha confirmado que tiene antepasados indígenas. También Francisco de Miranda, otro de los protagonistas de la Independencia de Venezuela, descendía de canarios, quienes en Venezuela solían conformar el grueso de lo que se llamaron blancos de orilla. Y una vez conseguida la independencia de muchos países latinoamericanos, tampoco se olvidaron de Canarias cuando en el Congreso de Panamá de 1826, uno de los aspectos a debatir, después de discutir sobre las posibles emancipaciones de Cuba y Puerto Rico, era “resolver si las mismas medidas deberían adoptarse respecto de las otras Colonias de España: las islas Canarias y las Filipinas”.
* El autor es Christian Linder, licenciado en Humanidades por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Al acabar la carrera navegó en un velero de Canarias a América, donde vivió varios años. Después también ha vivido otros dos años en Gran Canaria. El autor envió el artículo para su publicación en Tamaimos.com.