
Cuatro puertas y cuatro elementos tiene la expresión de la vida en el tiempo, pero sólo el silencio fecunda la semilla del secreto, las respuestas del vacío. Quieta la mente, la emoción y el deseo, la voz del Espíritu guía la consciencia. Escucha.
Las niñas jugaban con la brisa. Hacían volar un pequeño pájaro que Timuma1, la paciente nodriza de ojos gratos, les había confeccionado con una rama de tabaiba2. Quería semejarse a un joven cernícalo que frecuentaba la balsa formada frente a las cuevas de la escuela, aunque todo dependía de la historia que idearan vivir cada día. Y, en cuanto remontaba un par de veces los arbustos, no tardaba en oírse, como si anhelara una ternura prístina, el grito agudo del ave que anunciaba su jovial estampa bermeja.
Se trataban con una placentera familiaridad, pues Mazunfuyt3, que así acordaron llamar a su grácil amigo de los cielos, se dejaba acariciar y hasta salpicar cuando surcaban en alegre y frondoso torrente lo que orgullosamente ellas tenían por su Charca del Paraíso, escenario de audaces ensoñaciones y divertidos recreos.
Por el poniente, el barranco contiguo marcaba casi de soslayo una vena levísima en la suave pendiente del valle, pero bastaba para que las niñas reconocieran allí la frontera con el mundo de los muertos.
—Si atraviesas el río durante la primera luna del invierno y te adentras en el llano con dirección a las montañas, llegarás al país de las tribulaciones, donde hay una tiniebla rojiza, espesa y helada, que se traga la luz del corazón y te convierte en una tabezzan4 –le musitó la joven, rasgando la voz cuanto pudo para darse un aire siniestro.
Ya casi nadie lo intentaba, pero de vez en cuando alguna de las chicas más rebeldes todavía se empeñaba en discurrir algún ardid, algún susto que le arrancara una exclamación o un gesto de asombro, porque un comentario, un reproche o algo que no fuera un suspiro jamás había cruzado sus labios. Durante los cuatro años de su corta inocencia, sólo se supo que pronunciara una palabra, «tatut»5, de ahí en adelante convertida en su nombre.
Ocurrió durante una sorpresiva sequía que asoló la isla dos inviernos antes. La vida casi desapareció del valle. Los animales, que habían caído en un mutismo extraviado y lacerante, morían desfigurados por una angustia insondable. Las plantas, y hasta la tierra, en opinión de muchos, parecían exhalar también una pestilencia mórbida, obligando a que toda la comunidad cubriera su rostro con paños empapados en agua salobre, traída a diario desde la costa cercana con terribles sacrificios, pues la debilidad ya ganaba incluso la resistencia de los cuerpos más fuertes. Ningún agüero daba razón del mal, pero se tenía la certidumbre de que la muerte apuraba alguna venganza.
Una noche, comenzado el ritual de las hogueras que iniciaba el día, la chiquilla abandonó el refugio de las baifas6 donde le gustaba dormir y, con paso infantil aunque resuelto, salvó el espacio que mediaba hasta la fogata principal. Las mujeres fueron cesando cantos y plegarias a medida que la niña se aproximaba. Cuando estuvo junto a ellas, dibujó con las manos una breve caricia a las llamas y luego clavó la vista en las cumbres que, a lo lejos, erguían la cuenca hacia el cielo del norte. Tras un instante absorta, echó a andar para bordear el fuego camino de la Cueva del Aliento. Sólo Massusem7, la Maestra del Silencio, abandonó la pira y guardó su marcha a cierta distancia.
La pequeña se adentró en la obscuridad de la gruta y recostó su cuerpo sobre una roca veteada, enorme y pulida, semejante a uno de esos morteros cóncavos y alargados que usaba Timuma para triturar los granos. Su respiración se fue haciendo más profunda y rítmica. Massusem tomó asiento entonces cerca de ella, sacó una piedra afilada de su pitá8 y empezó a rayar la pared para descorrer el velo de los mundos. Sin embargo, advirtió de inmediato que debía limitarse a vigilar el umbral. Nada, ningún ceremonial de los prescritos para estas ocasiones se hacía necesario, pues el mismo Hálito de la Vida infundía ahora su cadencia a toda la estancia. Un tenue susurro mecía algunos mechones castaños de la niña, que, reclinada aún sobre la inmensa barca de piedra, irradiaba la más bella expresión de felicidad. Fugaz, un ligero temblor de sus labios delataba que mantenía una apacible conversación con el aire. Hasta que exhaló un tibio suspiro intacto y volvió al soplo materno, donde escuchó con atención las armonías que el destino pulsaba en el silencio.
Horas más tarde, desde la embocadura de la caverna, plantada en la sofocante negrura de aquel tormento, su voz resonó cristalina, salva, pura como el trino creador del Sol que preña de vida la semilla: «Tatut» –invocó sin ademán, sin apartar la mirada de aquello que estuviera ante sus ojos en cualquier realidad…
Y la ausente caricia fresca de la noche regresó. Poco a poco, se hizo más intensa y húmeda, mientras todo el valle se iba inundando de gozosos llantos agradecidos.
A partir de ahí, aquella niña de ojos celestes y enigmáticos sólo demostró algún sentimiento cuando trepaba hasta los brazos de Tilar9 y escondía una sonrisa tierna en el pecho del guerrero nacido en el presagio, el hombre que le daría muerte en los días finales.
Notas:
1.Timuma es el diminutivo cariñoso del nombre femenino amaziq Timumənen, formado sobre el concepto ‘miel’ y equivalente, pues, al castellano Dulce.
2.Nombre genérico de varias plantas pertenecientes a la familia de las Euforbiáceas ( Euphorbia balsamifera, obtusifolia, E. regis-jubae, E. bravoana, E. atropurpurea, E. mellifera).
3.Mazunfuyt o «Mensajero del Sol» es nombre creado para esta obra a partir de las voces amazighes amazun ‘enviado, mensajero, profeta’ y la variante fuyt de tafukt ‘sol’.
4.Tabezzan es la forma singular del término tibizzena, concepto documentado en Canarias para designar a las entidades malignas que, según la tradición, se aparecían en forma de perros grandes y de pelo espeso.
5.Diminutivo de aḍu (‘viento’), la voz taḍut se refiere al ‘viento fresco de la noche’.
6.Wayfăḍ (‘cabrito, cría de la cabra’).
7.Massa-əsusəm (‘señora del silencio’) es nombre creado para esta obra.
8.La bătta, voz de origen hausa, es una pequeña bolsa de cuero confeccionada por los artesanos tuaregs.
9.Tălal es un vocablo amaziq que hace referencia tanto al ‘hecho de estar bien desarrollado’ como de ‘llegar (a un destino) o sobrevenir (una desgracia)’.
* Shet Atri: Las hijas de la estrella se presenta el próximo viernes 15 de junio a las 20:00 en la Asociación de Vecinos Schambenito (C/ Dr. Jiménez Neyra, 46) de Schamann, en Las Palmas de Gran Canaria. Este capítulo en exclusiva ha sido cedido por el autor, Ignacio Reyes, al Consejo de Redacción de Tamaimos.com.