En Le Ventre des femmes (https://www.albin-michel.fr/ouvrages/le-ventre-des-femmes-9782226395252), Françoise Vergès, célebre politóloga e historiadora del hecho colonial, analiza el escándalo de los miles de abortos y de esterilizaciones sin consentimiento en la isla de La Reunión, departamento francés de ultramar, hecho público en junio de 1970. Primero denunciado por la prensa local reunionesa, en particular Témoignages, periódico del Partido Comunista Reunionés (PCR), el escándalo fue objeto de varios artículos en la prensa nacional, antes de ser rápidamente olvidado.
Hija de militantes comunistas anticolonialistas y feministas, Françoise Vergès, por su parte, tiene la memoria larga. La autora parte de este dramático acontecimiento para rastrear la continuidad colonial republicana bastante después de las independencias nacionales y en particular la ceguera de un feminismo blanco hacia la condición real de las mujeres racializadas. Middle East Eye (MEE) ha entrevistado a quien se define como una feminista antirracista sobre las problemáticas ligadas a este feminismo blanco republicano de geometría variable.
MMM.- Vd. subraya en su libro el doble discurso de la República francesa sobre la cuestión del aborto según se dirija a las mujeres de la metrópoli o a las de La Reunión. ¿Puede explicarnos más?
Françoise Vergès.- El aborto seguía siendo un crimen en la legislación francesa hasta 1975 y era severamente castigado. Sin embargo, en La Reunión, desde los años 1960, el gobierno impulsa el control de natalidad: se distribuyen ampliamente pastillas, inyecciones antifertilidad, DIUs, y se practican abortos sin el consentimiento de las mujeres.
Todos los días, radios y periódicos hacen publicidad a favor del control de natalidad. Los centros de planificación familiar, los centros de protección maternal e infantil, asistentas sociales, médicos, envían conscientemente a las mujeres de las clases populares a abortar a la clínica [clínica ortopédica de Saint-Benoît] autorizada por el Estado y cuyo director es una figura importante de la derecha colonial, racista y anticomunista.
Así pues de trata de un escándalo que revela una doble política: hay mujeres a las que se anima a hacer niños y niñas -las mujeres blancas francesas- y mujeres que no deben parir: las mujeres racializadas de las antiguas colonias. Es una decisión política, lo que no es una paradoja. Por supuesto, ningún decreto dice “abortad, mujeres pobres y racializadas de La Reunión”, pero lo que fomenta estas prácticas es todo un conjunto de discursos, de representaciones que mezclan desprecio, racismo y paternalismo colonial.
Otro escándalo se refiere al desvío masivo de dinero público: la salud de la población era muy mala, pero la gente también era muy pobre y no podía pagar la atención medica. La Asistencia Médica Gratuita (AMG) se creó bajo la presión de las fuerzas progresistas, si bien la medida fue rápidamente desviada por médicos y farmacéuticos.
La persona paciente aportaba un bono de AMG, el médico escribía en él su nota y le enviaba a la Seguridad Social, luego le daba una receta para la farmacia. Al estar prohibido el aborto, los médicos, todos blancos y varones, declaraban la realización de una operación quirúrgica distinta que, frecuentemente, sobrefacturaban. Así se hicieron millonarios. Bajo la presión de las autoridades postcoloniales, este desvío de varios millones jamás fue juzgado, porque habría significado poner en cuestión a franceses y representantes de la derecha local.
Quiero recordar que estamos en 1970, es importante. Había acabado la guerra de Argelia, la sociedad francesa pensaba haberse liberado del colonialismo. Antes de esa fecha, en 1968, la sociedad cambia profundamente pero las prácticas discriminatorias y racistas persisten, aunque con la ilusión de que el Imperio colonial ya ha desaparecido y que la sociedad se ha modernizado. Ahora bien, hay una continuidad del colonialismo y del racismo, llamada neocolonialismo o postcolonialismo.
Yo prefiero hablar de colonialidad republicana para describir esas reconfiguraciones discursivas y prácticas que tienen por objetivo tanto preservar los intereses capitalistas e imperialistas franceses, como pacificar y aplastar las luchas vía la oferta de una ideología republicana de la igualdad.
Hoy, en una parte de la izquierda francesa, el “altísimo grado de natalidad” en el seno de poblaciones de origen africano, o cultura musulmana, se percibe como una forma de opresión de la mujer guetizada en la condición de madre. Para la derecha, se trataría de beneficiarse de las ayudas sociales. En tanto que feminista y antirracista, ¿cuál es su opinión al respecto?
El discurso sobre la sobrepoblación en lo que se llamaba entonces el Tercer Mundo data de después de la Segunda Guerra Mundial. El contexto: un nuevo orden mundial regido por Estados Unidos, la guerra fría, nuevas formas de capitalismo, una condena universal (en la retórica) del racismo, y luchas de liberación nacional. Occidente acusa a las mujeres del Tercer Mundo de parir demasiados niños y niñas y, por tanto, de ser responsables de la miseria y del subdesarrollo.
En los Congresos sobre población mundial organizados por Naciones Unidas, los representantes de Estados Unidos enuncian claramente la política que se debería adoptar: programas masivos de control de natalidad. La enorme fertilidad de las mujeres del Sur global se convierte, en este discurso, no solo un freno para el desarrollo sino también en una amenaza para el mundo libre y el planeta.
La relación entre tasa de natalidad, migraciones incontroladas y, poco después, destrucción del medio ambiente se consolida. El vientre de las mujeres racializadas debe ser controlado por los Estados ricos de Occidente. Señalemos no obstante que algunos Estados del Sur global van a adoptar esta política (India, China, Perú, etc.). Las mujeres del Sur se convierten en las rehenes de las políticas nacionales natalistas y de las políticas internacionales antinatalistas.
Como feminista resueltamente antirracista, anticapitalista y antiimperialista, estoy a favor de que se garantice la opción que tomen las mujeres. ¡Las mujeres saben lo que quieren! Tienen en cuenta varios elementos en su vida frente a la presión social, cultural y estatal pero, demasiado a menudo, no tienen garantías para la decisión que adopten, ya sea a causa de la falta de infraestructuras médicas y acceso a medios contraceptivos seguros para su salud o a causa de las exigencias sociales y culturales del patriarcado.
Desde siempre, las mujeres han intentado escapar a esas normas, códigos y leyes, y sabemos que, en todas partes, las mujeres conocen métodos abortivos y contraceptivos (hierbas y preparados) que se transmiten entre ellas.
A través de su libro, y del asunto de los abortos forzados en La Reunión, Vd. pone en cuestión al feminismo blanco, en su opinión ciego en relación a la condición de las mujeres reunionesas racializadas. ¿Podría aclararnos a qué llama Vd. feminismo blanco y en qué plantea problemas?
Lo que llamo feminismo blanco, es el que de un análisis de una situación localizada y contextualizada (Europa) ha hecho un elemento universal, y no estudia la forma en que las mujeres han sido fabricadas como blancas, es decir, como mujeres que se benefician de privilegios que son producto de siglos de colonización y de imperialismo.
Es el que defiende la igualdad con los hombres, lo que significa la integración en un mundo profundamente injusto y desigual pues ¿quienes son los hombres en cuestión, sino los que construyen un mundo injusto y desigual?
¿Por qué querrían participar las mujeres en un poder masculino que ha instituido la guerra y el asesinato como política? ¿Quién ha producido discursos como el orientalismo, quién ha apoyado durante mucho tiempo el apartheid en África del Sur, ha justificado las intervenciones imperialistas en todo el mundo y las políticas coloniales y de apartheid de Israel, quién mantiene un eje Norte/Sur, en el que reina el capitalismo? ¿Un feminismo que tiene un planteamiento punitivo y carcelario? ¿Quien quiere hacer aprobar cada vez más leyes que dan a la policía y a los tribunales el papel de proteger”a las mujeres, en los que la clase, la raza y la etnicidad no tienen lugar, un sistema que busca la paridad en la injusticia.? Se trata de un feminismo estatalista.
Tomemos por ejemplo la cuestión del velo, es decir la focalización de feministas francesas sobre una cierta forma de vestirse. Ésta es emblemática de una enésima tentativa de dictar lo que sería la emancipación y la liberación, de mantener el control sobre estos procesos, de hacer de Europa la única cuna del feminismo, el único que sería legítimo. Es una reescritura de la historia de las luchas de las mujeres, una voluntad de mantener la supremacía blanca. Es uno de los síntomas de una larga historia colonial en la que Francia se pretende detentadora del único universalismo que garantizaría un humanismo.
Por otra parte Frantz Fanon, hablando de la política francesa colonial en Argelia, escribía: “Mirad a las mujeres, el resto seguirá”. Lo que quiere decir que hay que analizar la política estatal y femonacionalista [las tentativas de los partidos europeos de derechas (entre otras) de integrar los ideales feministas en campañas antiinmigración e inflamófobas] hacia las mujeres teniendo en cuenta sus diferentes expresiones: condena del velo y adulación de la morita, de la mujer musulmana moderna que quiere integrarse en la cultura dominante.
Uno de los ejemplos recientes de esta política feminista estatal es la instrumentalización por la monarquía petrolera saudita de los derechos de las mujeres para un lavado de cara de su régimen represivo y reaccionario. Aplaudido por los gobiernos occidentales en nombre de la modernidad, la monarquía oculta así su guerra en Yemen que ha hecho multitud de víctimas civiles y destruye el país, su injerencia en los asuntos religiosos, sus políticas racistas…
Desde hace unos años emergen en Francia grupos afrofeministas y feministas musulmanes para enfrentarse al feminismo blanco. Pero recuerdo, pues se olvida demasiado a menudo, que en los años 1970 existieron grupos de mujeres racializadas. El Movimiento de Liberación de la Mujer era muy diverso y muy político, con grupos resueltamente anticapitalistas. Pero la cuestión colonial/racial francesa fue ignorada. Se denunciaba el imperialismo pero solo el de Estados Unidos. Nunca se analizó, en absoluto, lo que el feminismo debía al imperialismo.
Hay que escribir esta historia, de lo contrario no se comprenderá gran cosa y se tendrá la ilusión de que todo comienza hoy. Hay necesidad y urgencia por repolitizar el feminismo, y es lo que algunos de esos grupos hacen. Es muy alentador. Lo encuentro formidable.
¿Podría explicarnos la relación que establece en su libro entre las políticas realizadas en los (Territorios de) Ultramar postesclavistas y las aplicadas en los suburbios franceses?
La República sigue siendo un espacio de colonialidad del poder -tomo prestado a Enrique Dussel y sus amigos la definición de la colonialidad como análisis de la persistencia de la clasificación en razas y esto a pesar de las independencias y el final de los Imperios coloniales del siglo XIX. Es evidente que hay que analizar todos sus espacios: barriadas populares en Francia así como el “Ultramar”, y ver cómo se entrecruzan las prácticas, cómo se responden unas a otras.
En general, en Francia, incluso en los medios militantes, no hay una gran comprensión de estos fenómenos ni de la historia contemporánea de los (Territorios de ) Ultramar, en particular de la represión de las revueltas. Se conocen las imágenes de la represión en los barrios populares en Francia, se han hecho análisis -sobre la fabricación del enemigo interno, la islamofobia, los crímenes policiales- pero no se integran las grandes revueltas de 1967 en Guadalupe, de los años 1980 en La Reunión, las formas de censura, de represión y los asesinatos.
La situación actual de las antiguas colonias esclavistas -Martinica, Guadalupe, Guayana, La Reunión- es ciertamente una herencia del esclavismo: desde 1848, fecha de la abolición de la esclavitud, no ha sido contemplada ninguna reparación, y sigue habiendo una racialización del mundo del trabajo, la pobreza, la imposibilidad para las poblaciones racializadas del acceso a la propiedad de la tierra y al capital, la dependencia de Francia, los monocultivos…
Pero hay que considerar también el siglo del estatus colonial (1848-1946) que mantiene a la colonia en total dependencia, bajo el dominio de los dueños de las fábricas y de los grandes propietarios, y el rechazo estatal a desarrollar estas colonias después de 1946 cuando éstas se convierten en departamentos. Esta decisión política claramente expresada de no desarrollar esas tierras, la retórica de la sobrepoblación y de la demografía galopante contribuyen a plantear como inevitables la organización de la emigración de la juventud y el control de la natalidasd.
Las tierras son desindustrializadas, se instala una economía de consumo que enriquece a las grandes compañías francesas y a sus representantes locales. A partir de ahí, las desigualdades aumentan, y esas tierras son transformadas en tierras de acogida para los franceses que sueñan con la vida colonial y para las grandes compañías francesas.
Hay igualmente responsabilidades locales, pues hay una derecha dura, racista, constituida por los herederos de propietarios esclavistas y de dueños fabriles, que luego se diversificó, y una política gubernamental de izquierdas y de derechas que ha consistido en mantener este último imperio. Porque estas tierras permiten a Francia tener una presencia cultural, militar, científica, económica y política por todo el mundo, hacen de Francia el segundo imperio marítimo del mundo, lo que algunos ignoran o minusvaloran ¡como si no tuviera importancia!
En los tiempos de #Metoo, ¿cómo hablar de violencia sexual en las comunidades racializadas sin entrar en el juego de las mecánicas racistas que señalan con el dedo a los jóvenes racializados como violadores por esencia?
No se pueden aceptar violencias sexuales con el pretexto de que los hombres están heridos por el sistema racista, pero tampoco se puede aceptar el discurso de la buena feminidad y masculinidad que desea trasformar a quienes no se comportan como quieren las normas occidentales.
De hecho, la cuestión que se plantea es la siguiente: ¿quién protege a las mujeres de las violencias y cómo? Corresponde a las propias mujeres desarrollar estrategias de autodefensa y protección. Ahora bien, un cierto feminismo ha optado claramente por la ley, es decir, demandar al Estado y sus instituciones -policía, tribunales, servicios sociales- organizar la protección de las mujeres y la infancia. Reconozco la utilidad de las leyes, su papel imperfecto y limitado, pero necesario: pero las leyes sociales fueron adoptadas bajo el empuje de las luchas y se ve claramente hasta qué punto los gobiernos actuales maniobran para anularlas.
¿Tenemos como objetivo multiplicar las cárceles, confiar a la policía y a los tribunales -dos instituciones contaminadas por el racismo y el sexismo- el cuidado de intervenir? Por mi parte, digo que no. ¡No voy a militar por una multiplicación de las cárceles y un aumento de la represión! ¡Por demandar que metan en la cárcel a jóvenes racializados!
Sigo la posición de Angela Davis, es decir, la abolición de las cárceles. Es decir atreverse a pensar un mundo sin cárceles. Lo que no quiere decir dejar impunes las violencias sexuales. Pero ¿cómo pensar la desaparición de la violencia? Dejar al Estado, solo, el cuidado de responder es un error.
El mundo modelado por el capitalismo (financiero o de Estado) y por el imperialismo es de una violencia inaudita: destrucción sistemática de las condiciones de vida para miles de millones de personas (destrucción del planeta, privatización del agua, industrias contaminantes, militarización acelerada), fabricación de una vulnerabilidad a la muerte de miles de millones de personas, políticas gubernamentales racistas hacia personas migrantes y refugiadas, feminicidios, discriminaciones contra la gente LGTBIQ, desposesión…
Hay que reflexionar sobre la vida social, o más bien sobre la ausencia de vida que crea tal máquina de destrucción. Sacar la cuestión de la violencia sexual de la intimidad, hacerla política y social. No es fácil pero hay que hacerlo.
Ahora bien, no niego que las formas de dominación masculina no son exclusivamente el resultado del capitalismo sino también de normas y códigos sociales y culturales inventados para preservar esa dominación. Derrocar esos sistemas, es una larga lucha. Aunque los hombres sean desgraciados viviendo bajo esos códigos y normas (de honor, de masculinidad), es difícil incluso para ellos salir de ellas. Los otros hombres presionarán. Se ve con la represión homófoba, antitrans, etc., contra hombres que desafían la heteronormatividad.
Feminidad, masculinidad y cualquier otra forma de vivirse y de vivir la sexualidad son dinámicas, nada está fijado y la heteronormatividad acabará siendo solo un momento en la historia.
* Entrevista de Safa Bannani a Françoise Vergès originalmente publicada en Middle East Eye (MEE). Traducción de Faustino Eguberri para Viento Sur. Compartido bajo Licencia Creative Commons.