Al entrar al CAAM (Centro Atlántico de Arte Moderno), descubrí un piano muy especial. Era el instrumento decorado por Juan Hidalgo. Yo ya lo conocía, pero no dejó de parecerme un detalle valiente que tuviera pintada la bandera canaria de las siete estrellas verdes, un símbolo que no pocos partidos políticos y actores sociales relacionan con un sector ideológico concreto y no con la bandera del pueblo. Sin caer en la cuenta, por desconocimiento o mala fe, que la bandera autonómica procede de esa heptaestrellada, nacida como símbolo de unión un 22 de octubre de 1964.
Juan Hidalgo se fue sin ser profeta en su tierra. Hablamos de un artista multidisciplinar, compositor, pintor o escultor. Después de una fecunda carrera artística, buena parte de ella fuera de Canarias, murió el pasado 26 de febrero de 2018 en su casa en Ayacata (Gran Canaria). No se pararon las emisiones de radio y televisión, ni siquiera hubo excesivo recuerdo a aquel artista que había tocado un piano muy canario en escenarios muy universales, a juicio del ciudadanismo mundial. Al siguiente día, el 27 de febrero, grabamos las entrevistas a Pepa Aurora y Marino Alduán para El Tirafondo, y ambos recordaron al artista, a la vez que lamentaron lo poco conocido que era para el común de nuestro pueblo.
El 30 de mayo se celebra el Día de Canarias por ser un «día de cohesión». Se barajaron otras fechas, como el 11 de julio, por coincidir con el día de 1912 que fueron creados los Cabildos insulares, o el 23 de septiembre, por corresponder al día de 1927 que se decreta la división provincial. El 30 de mayo coincide con el día de 1983, que corresponde con la primera sesión del Parlamento de Canarias. Ese mismo 30 de mayo se firma el Pacto de Calatayud en 1481. Celebrar la sumisión del Guanarteme ante los Reyes Católicos, no ha de ser una fecha digna. Tampoco festejar la primera sesión de un Parlamento regido por un Estatuto que nació sin piernas, con una autonomía no refrendada y que pide a gritos una reforma.
Sin embargo, no es que sea la menos mala, pero es en la que se festeja que somos pueblo, y eso, por el momento, ya es noticia. Si alguna vez coqueteé con el rechazo a ese día, por ser injurioso, hoy tengo claro que es un día tan válido como cualquier otro. No he visto a la izquierda española que lee poemas de Lorca y Miguel Hernández, y que reclama a científicos y no a militares, poner en tela de juicio el 12 de octubre como Día de la Hispanidad, otrora el Día de la Raza. Al menos no en sus expresiones mayoritarias. Le podemos dar la vuelta a la fecha y reclamar una Canarias posible, una Canarias en movimiento, sin poner en tela de juicio la fecha y sin ir en contra de todo ese pueblo que, de una forma u otra, se siente identificado con el Día de Canarias y con ese festejo.
¿Qué Canarias queremos para que sea más integradora? Sin hacer análisis antropológicos ni tener aspiraciones en ese sentido, la canariedad, consciente o preconsciente, es popular. La gente se siente identificada con ella, así lo dicen algunos estudios. Concretamente este estudio de Socioanálisis destaca que el 71,5% se siente muy identificado con Canarias y el 23,8% bastante identificado. O lo que es lo mismo, el grado de identificación es bastante alto en un 95,3%, al menos en la muestra. En cualquier caso, el titular de la información y la conclusión es que ese caudal no se convierte en definición política.
Con todo, volviendo a la canariedad integradora, habría que definir lo canario como algo más que la imagen del guanche, el cachorro y la identidad rural, sin desterrar ese ideal creado, pero integrándolo con otros elementos. «Repensar la identidad no pasa por excluir elementos que van más allá de lo rural», señaló Larisa Pérez, Licenciada en Filosofía y Doctoranda en el programa de Formación del Profesorado en la ULL, en una charla reciente en el Café D’espacio de Las Palmas de Gran Canaria. Larisa ha estudiado los fenómenos poscolonioles en las Antillas y en Canarias. Indica que percibe la canariedad como más diversa, feminista e inmigrante, elementos que se excluyen del discurso oficial de una canariedad ungida desde un ideal.
Un ideal que, todo sea dicho de paso, con otras formas ha usado el propio colonizador. Primero con la idea del buen salvaje, destacando valores positivos del pueblo originario. Por supuesto, con respecto a los que claudicaron y pactaron con los recién llegados. Luego, en la propia Antigüedad, donde según Larisa Pérez, «Canarias se sitúa en la mitología, donde están los monstruos y los paraísos». Una Canarias como resto de la Atlántida, más allá de las Columnas de Hércules, habitada por hombres y mujeres perfectos, un paraíso de Campos Elíseos y donde se encuentra el Jardín de las Hespérides. Todos rasgos, por cierto, aplicados habitualmente a los territorios coloniales.
Comparando con el ideal canario actual, ahora Canarias es un paraíso climático, dado al turismo, con gentes sencillas, acogedoras, fiesteras y algo indolentes. Pretendemos dar envidia sin darnos cuenta que el modelo nos ha venido dado, impuesto. Una canariedad representativa ha de ser debatida en conjunto, discutida, en una sociedad diversa tiene que ser diversa, y tiene que integrar prácticas tradicionales que el ideal del mago ha ignorado, y la evolución natural que la sociedad ha avanzado en las últimas décadas. Una canariedad que reclame con tanta fuerza al artista Juan Hidalgo como a Perico Lino, miembro importante de Los Gofiones y desaparecido este mismo año. Yo este 30 de mayo me puse el cachorro, pero fui tan canario y autóctono como cuando llevo vaqueros y camiseta. Pensar una Canarias más diversa, más integradora, nos hará más seguros y creará una mayor autoestima colectiva.