El concepto de patrimonio es una construcción social que se gesta en un contexto muy determinado y bajo unas condiciones concretas. Es por tanto una realidad subjetiva y dinámica, no depende de los objetos o bienes sino de los valores que la sociedad en general les atribuye en cada momento de la historia y que determinan qué bienes son los que hay que proteger y conservar para la posteridad.
La formación de las primeras sociedades científicas canarias a finales del siglo XIX (El Museo Canario, el Gabinete Científico y la Sociedad La Cosmológica) posibilitó la conservación de una parte del patrimonio arqueológico indígena y fue un paso importante en el proceso de gestación de la arqueología de nuestras islas, como una disciplina con identidad profesional única.
Desde entonces y hasta la situación actual, con los museos arqueológicos del siglo XXI, la definición del pasado indígena en Canarias se ha edificado sobre el concepto de cultura, lo que ha generado el consiguiente inventario de rasgos culturales, lingüísticos y materiales. La imagen resultante de las culturas indígenas canarias se ha manifestado en las vitrinas de las salas de exposición, pero también, de forma paralela, en la política, la práctica administrativa, la legislación y la gestión del patrimonio.
Tal y como ha señalado Ruiz (2009), desde el punto de vista expositivo, todos los objetos y restos antropológicos, obviamente, se han extraído de los yacimientos y desvinculado de sus ubicaciones originarias (descontextualizados), y se han convertido en una declaración metonímica sobre la cultura originaria, al perder su función inicial y convertirse en evidencias arqueológicas. Las colecciones se han articulado, básicamente, a partir de criterios tipológicos: cerámicas, útiles líticos, útiles óseos, ídolos cerámicos, grabados rupestres, restos de tejidos, restos antropológicos, etc. Pero sin duda, de entre todas las manifestaciones de los indígenas canarios, existen dos que han merecido especial atención históricamente: los grabados rupestres y la momificación. En el caso concreto de las momias, algunos ejemplares fueron reconstituidos en el siglo XIX para convertirlos en piezas “verosímiles”, que pudieran ser interpretadas y comprendidas y, además, que tuvieran unas cualidades estéticas. Es decir, la recogida de material en los yacimientos ha sido selectiva. Se han idealizado las reconstrucciones.
La cultura material, descontextualizada, se ha insertado en vitrinas de cristal. Es decir, «al hilo del discurso museográfico occidental, los objetos arqueológicos estaban –y están– ‘muertos’. A veces da la impresión de que cuanto más muertos, rotos y extraños mejor, y por eso se presentan en vitrinas, auténticos ‘ataúdes de cristal’ de la materialidad del pasado. Ataúdes transparentes con los restos materiales de las sociedades desaparecidas. Eso es así porque los objetos en los museos se ofrecen al visitante con una doble descontextualización. Primero, los objetos están desvinculados de su contexto arqueológico —eso en el caso ideal de que lo tengan— lo que significa que ocultamos gran parte de lo que puede decir históricamente un objeto porque lo presentamos totalmente fuera del contexto que permitiría explicar ciertas cosas. Y segundo, los objetos en los museos están divorciados de los contextos de vida del pasado, los presentamos sin sus contextos de uso, valor y significación en la comunidad que los elaboró, utilizó y desechó» (Ruiz, 2009).
El mundo indígena canario, como sucede en otros contextos del planeta, se ha organizado expositivamente a partir de los criterios científicos en boga en cada etapa histórica. Los antiguos canarios han sido vistos como un vestigio del pasado y su legado, concebido como un todo, se ha clasificado sistemáticamente a partir de un lenguaje familiar, estructurado. Pero también se han “escondido” o “minimizado” expositivamente las áreas de ignorancia que ha tenido la investigación arqueológica canaria a lo largo de los años: ¿cuántas oleadas de poblamiento llegaron a las islas?; ¿qué significación pueden tener los boomerangs encontrados en La Palma, o los motivos rupestres de determinados yacimientos de esta y de otras islas?; ¿por qué unas hachas pulimentadas, procedentes de Puerto Rico, eran consideradas hasta hace poco más de una década, como artefactos genuinamente canarios?… O ¿qué papel tiene el carácter amazigh del patrimonio arqueológico en el discurso museográfico?
En suma, la preservación de la herencia indígena canaria es un ejemplo típico de objetivación de la cultura, como si se tratase de un organismo de características culturales estáticas y que queda en posesión de la nación. Por tanto, la definición, el inventario y el enfoque de lo que se considera como una «auténtica» cultura indígena, está inmerso en una visión del mundo occidental o globalizado. En pleno siglo XXI, por consiguiente, son muchos los retos –no sólo museográficos– a asumir en el contexto de una arqueología como la canaria, aún no “de-construida” y no “descolonizada”. Los museos del futuro deberán apostar no sólo por las experiencias participativas, la realidad virtual o el desarrollo de estrategias digitales efectivas, sino sobre todo, deberán saber gestionar de forma eficiente la obsolescencia del conocimiento.
Referencia bibliográfica:
Ruiz Zapatero, G. (2009). “La divulgación arqueológica: las ideologías ocultas”. Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, nº 19: páginas 11-36.