Nos encontramos aquí para testimoniar nuestra amistad con Paco Tovar. Para mí participar en este acto es un honor, no una rutina. Un acto emocionante, conmocionante casi. Porque lo que se me pide es que en cierto modo me traslade a cincuenta años atrás para rememorar el origen de nuestra amistad, cuando apenas teníamos diecisiete años. Antes quiero adelantar que el principal objetivo de mi intervención es ratificar mi lealtad, solidaridad y amistad con Paco, al igual que la de todas las amigas y amigos de entonces. Lo reiteraré al terminar. Y también dejo para el final el tratar de responder a una pregunta que no he dejado de hacerme y que les hago. ¿Por qué necesitamos homenajear a Paco Tovar? Me surge este interrogante porque estoy seguro de que sus amigos lo necesitamos más que él, si es que también él lo necesita, que tal vez sí… o tal vez no.
Me centraré en dos momentos, uno en la segunda mitad de los sesenta y el otro a lo largo de los setenta, pocos años después. Nos conocimos en Madrid, al inicio del curso universitario 66-67, dado que él provenía de Santa Cruz de Tenerife, del barrio del Toscal, y yo de Las Palmas, de Escaleritas. Paco vivía en un piso con otros estudiantes, cerca de Moncloa, entre los que se encontraba Paco de Vera, uno de mis mejores amigos de entonces; yo me instalé en casa de unos familiares, entre los que estaba mi primo Jorge Fabra. Todos empezaban estudios de Economía, mientras que yo lo intentaba con Arquitectura. Dados los acontecimientos (entre otros, la tragedia que a primeros de octubre atropelló para siempre a mi familia), terminé asistiendo con ellos a algunas clases en Ciencias Económicas, en la entonces flamante torre de la Ciudad Universitaria, especialmente a las de uno de los más jóvenes y renombrados profesores, Javier Muguerza, al que al cabo de los años nos encontramos en La Laguna.
Paco Tovar era un joven canario de una magnífica planta. Era más alto que yo (mientras que yo era unos meses mayor que él), delgado y cordial, de voz grave y cautivador. Antifranquista y partidario —diría— de la dialéctica de las mentes y los cuerpos. “Dialéctica intelectual”, porque gustábamos del debate pese a nuestra inexperiencia (aún recuerdo que fue él quien me prestó un ejemplar de la controvertida obrita de Sartre “El existencialismo es un humanismo”, que leí con fruición y que hizo que me convirtiera casi sin darme cuenta en un marxista existencialista). Y “dialéctica material”, porque estábamos en plena apoteosis juvenil deseosos de acción (también me acuerdo de que Paco tenía por ídolos a los boxeadores tinerfeños Sombrita, Barrera Corpas y Velázquez, a los que yo solo podía oponer al grancanario Kid Tano). Señalo esta pasión dialéctica porque es importante para entender el interés de Paco por el respeto a los límites y a las reglas: la “lucha de ideas” debe terminar en acuerdos y consensos, la “lucha política” no debe nunca llegar a la violencia. Y, en efecto, no he conocido a nadie que lo exigiese con tanta firmeza, incluso en tiempos en que se coqueteaba con ella.
El curso 66-67 fue para nosotros un rito de paso, más acelerado aún que el habitual que transitaban la mayoría de los jóvenes canarios que de pronto se veían viviendo fuera. Fue aquel un curso en el que el Régimen franquista iniciaba una ofensiva que empezó con la convocatoria de un referéndum en diciembre para legitimar la aprobación de la Ley Orgánica del Estado que estuvo vigente hasta su derogación por la Constitución del 78. Pero también fue el curso de la intensificación de algunas importantes luchas obreras y el curso de la generalización de las luchas estudiantiles, particularmente en Madrid, con Económicas precisamente como centro neurálgico. Unos meses antes habían sido expedientados y expulsados de sus cátedras en la Universidad José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo. Las asambleas de facultad y de distrito eran constantes. Las convocatorias de reuniones, concentraciones, “saltos” y manifestaciones en la ciudad universitaria, también. Y asimismo las cargas de los “grises”, incluso a caballo, delante de los cuales teníamos que correr. En fin, ese curso se creó el SDEUM, el Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de Madrid, al tiempo que el SDEUV de Valencia, siguiendo los pasos de del SDEUB de Cataluña, constituido el año anterior.
En los medios estudiantiles Paco no tardó en destacar y hacerse conocido. Y si el final de aquel curso no pudo ser para nosotros brillante en lo académico, sí lo fue en nuestra formación cívico política. Puedo contarles algunas experiencias más de aquellos días. Hicimos dos viajes iniciáticos y comprometidos, en los que también participó Tony Massieu. El primero en Semana Santa del 67, cuando cruzamos las míticas Hurdes a pie, desde Plasencia a La Alberca, evocando el documental “Tierra sin pan” de Buñuel, de 1932. Y en verano dimos la vuelta a Lanzarote, durmiendo en tiendas de campaña. En nuestro incipiente compromiso, ansiábamos conocer de cerca las duras realidades sociales que el franquismo escondía a cualquier precio. Recuerdo perfectamente el libro que por entonces leía Paco: Reforma o revolución, de Rosa Luxemburg, mientras que yo lo hacía con Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, que, como se ve desde los mismos títulos, eran libros que planteaban dilemas de la época que nos interesaban mucho.
Después de trasladarme a Valencia y antes de reencontrarnos de nuevo en La Laguna, a finales de 1973, con Muguerza por medio, fui sabiendo de los avatares represivos que desde 1968 estuvo soportando Paco, que había permanecido hasta entonces en Madrid. No menos de cuatro arbitrarias detenciones y encarcelamientos por parte de un régimen que incrementaba año a año la represión contra los demócratas (en enero del 69 se produjo el asesinato del estudiante Enrique Ruano y la declaración de un largo estado de excepción; y a finales del 70 se celebró el consejo de guerra conocido como “proceso de Burgos”, que generó una gran repulsa internacional). De la última detención y encarcelamiento Paco salió para incorporarse de forma obligada a la Infantería de Marina para un período de dieciocho meses más de “reclusión” militar, primero en Cartagena y luego en Ferrol.
Les contaré lo siguiente para que se hagan una idea de quién era Paco a los veinte y dos años. En marzo de 1972 se convocó una huelga general en los astilleros de la Bazán, colindantes con los Arsenales militares en Ferrol, Cartagena y Cádiz. En Galicia la huelga fue muy potente y la represión máxima: hubo dos trabajadores muertos y varias decenas de heridos. A los infantes de marina nos obligaron a hacer instrucción a bayoneta calada en todas las guarniciones (Paco en “El Ferrol del Caudillo”, como entonces se denominaba, y yo en Cartagena), por si la dictadura decidía sacarnos de los cuarteles a reprimir a los trabajadores, cosa que afortunadamente no llegó a ocurrir. Cuál no sería mi sorpresa cuando me enteré de que Paco se había presentado ante el sargento o teniente de su compañía para comunicarle formalmente que se negaba a coger el cetme para esos fines, lo que le costó un severo arresto, la admiración de los soldados y el asombro y respeto de los mandos.
En fin, a finales del 73 nos reencontramos en Tenerife, a donde Paco había vuelto y donde yo me instalaba por primera vez (para reanudar mis estudios, que ya eran de filosofía). Al menos desde los primeros setenta, Paco se había convertido en un crítico del “carrillismo” y al llegar a las Islas se incorporó a OPI, la corriente organizada de Oposición de Izquierda al PCE, que en Tenerife impulsaban, entre otros muchos, Julián Ayala y Paco Fajardo, así como en la Orotava Ignacio Rodriguez, Domingo Domínguez y Fernando Estévez, estos dos últimos más jóvenes que nosotros y desgraciadamente fallecidos. Con los fusilamientos de septiembre del 75 en Madrid, Barcelona y Burgos, dada la gravedad de la situación, decidí incorporarme también. Después de la tortura y asesinato del compañero Antonio González Ramos, con Franco ya agonizando en El Pardo y a punto de que Juan Carlos fuese designado Jefe del Estado por la dictadura, entre todos pusimos en marcha en los meses de noviembre y diciembre el proyecto de conversión de aquella organización en un partido canario independiente, el PUCC (Partido de Unificación Comunista de Canarias), que muy pronto se hizo conocido.
La decisión se tomó en una asamblea clandestina en lo altos de La Orotava. Teníamos un proyecto nítido basado en dos pilares centrales: pensar la transformación de Canarias desde Canarias y hacerlo con un estilo de trabajo ético-político que fuera intachable por su honestidad, de la que Paco era un magnífico ejemplo. Dada la intensidad de nuestra dedicación y compromiso, el PUCC destacó en la política democrática en muy poco tiempo. Ante las primeras convocatorias electorales del 77, 79, 82 y 83, siempre propuso alternativas unitarias amplias, y un buen ejemplo fue la Unión del Pueblo Canario (UPC). Ante la Constitución de 1978 el PUCC hizo una valoración matizada, resaltando —por poner dos ejemplos cruciales— como positivo el reconocimiento de los derechos fundamentales de ciudadanía y como negativo el ordenamiento territorial. De ahí la defensa de la abstención activa que hicimos bajo el acertado lema de “ningún voto canario para una constitución centralista”, que remarcó desde el primer momento un problema que hoy, cuarenta años después, sigue más vigente que nunca.
Como han podido apreciar, Paco Tovar desde muy joven fue un firme antifranquista, un demócrata consecuente que odiaba la violencia en todas sus manifestaciones, defensor de la verdad y la justicia, partidario del acuerdo, el consenso y la unidad, generoso y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Era en aquella época una de las grandes promesas de la política canaria. ¿Por qué no accedió entonces a las principales instituciones? Pudo ser diputado en varias ocasiones. Su capacidad y competencia, su potencial como ser humano con voluntad de servicio cívico era inmenso. Y ese potencial no fue bien aprovechado, al margen de las labores que luego desarrolló en otras instituciones y en su vida laboral. Imaginemos lo que habría sido tener entonces una especie de Ángel Gabilondo de treinta y pocos años, pero más capaz, más decidido y más político, en plenitud de facultades, inteligente, entregado y desinteresado, representándonos —por ejemplo— en el primer Parlamento de Canarias, en 1983. En fin, aquellos que lo impidieron tal vez se hayan arrepentido, y si no, aún están a tiempo de hacérselo mirar.
¿Por qué necesitamos homenajear a Paco Tovar?, me preguntaba —y les preguntaba— al inicio. Bueno, no encuentro otra explicación que la difusa culpabilidad que como amigos sentimos ante el hecho cierto de que nuestra sociedad no ha sido justa con Paco. No lo ha sido, desde luego, con la mayoría de la población canaria. Y en parte la razón política consiste en preguntarse por qué y luchar contra ello. El caso de Paco es de manual. Porque su valía era y es incuestionable. Y su trayectoria, ejemplar, de una ejemplaridad que se puede elevar a categoría. Al menos debemos reconocerlo de forma pública. Y termino como empecé. Estoy aquí, Paco, para ratificarte mi lealtad, solidaridad y amistad, como siempre, al igual que la de todas las amigas y amigos, compañeras y compañeros de aquellos años de luchas abnegadas y de compañerismo indeleble. Todos te queremos y te tenemos un gran afecto.
* Texto-base del acto de homenaje a Paco Tovar, convocado por la Agrupación de Santa Cruz de Tenerife del PSOE, el 25 de abril de 2018, a la que agradezco su invitación.