Publicada originalmente el 3 de febrero de 2017
El pasado 23 de enero todos los canarios sensibles con nuestro patrimonio cultural nos levantábamos con malas noticias. El yacimiento arqueológico de La Fortaleza de Tirajana, en Gran Canaria, sufría un grave ataque por parte de unos desaprensivos. Como explicaban desde la página de La Fortaleza, los “graciosos” habían entrado en la zona de la excavación arqueológica rompiendo “muestras que teníamos para micromorfología, destruyeron material arqueológico pisoteándolo intencionadamente, movieron y quitaron piedras a su antojo e incluso orinaron dentro de la propia estructura.” Ante este intolerable atentado contra el patrimonio de todos los isleños la indignación se extendió rápidamente por las redes sociales. Los arqueólogos expresaron que sentían “rabia, impotencia y tristeza” y se preguntaron “¿Qué necesidad había de hacer eso? ¿Qué estamos haciendo mal para que esto pase?” ya que “de nada sirve las inversiones en excavaciones realizadas por el Cabildo de Gran Canaria ni los esfuerzos de la Dirección General de Patrimonio Cultural para financiar la investigación sobre el lugar, ni siquiera la apuesta decidida del Ayuntamiento de Santa Lucía por la divulgación y difusión de los valores arqueológicos de este lugar, si luego nosotros como sociedad (o algunos de sus miembros) no terminamos por apreciarlo y valorar dicho esfuerzo colectivo, sino que acaba destrozado.”
Sin duda, la indignación de estos profesionales de la arqueología la hacemos nuestra todos los canarios y extranjeros con un mínimo de respeto por el patrimonio histórico. En efecto, la gravedad del hecho merece para mí una reflexión más seria y constante ya que este tipo de actos tan comunes en nuestra historia deben finalizar o, al menos, ponerse los medios necesarios para evitarlos en la medida de lo posible. Ni los canarios, ni ningún otro pueblo del mundo, nos podemos permitir este tipo de agresiones a joyas culturales de tanto valor científico, identitario e incluso sentimental para una sociedad. Para ello, nunca viene de más reflexionar y debatir sobre los distintos factores que influyen en este tipo de actos y sus posibles soluciones.
Esta clase de ataques a los vestigios de nuestros antepasados ya sean indígenas o más recientes, no es nada nuevo. Unas veces por desidia, otras por interés especulativo o económico y en otras por puro vandalismo o desprecio a nuestro pasado, los robos, destrozos y ataques a grabados rupestres, yacimientos, restos óseos o de cerámica, xaxos, casas terreras o elementos etnográficos, han marcado la historia de Canarias. Un patrimonio inmenso que, en el mejor de los casos hemos descontextualizado en almacenes y deteriorado en demasía y, en los peores, hemos perdido para siempre. Las consecuencias han sido nefastas no sólo para el conocimiento del pasado sino para el futuro desarrollo de la industria cultural y de nuestra identidad como pueblo.
Si bien hemos mejorado en la sensibilización social con nuestra riqueza patrimonial y, en algunas islas, se ha mejorado en los últimos años de manera importante, no podemos negar que las instituciones y la clase política -y buena parte de la sociedad canaria- ha carecido históricamente de sensibilidad y voluntad de dignificar nuestro legado patrimonial. Es ineludible también, como el arqueólogo José Farrujia suele denunciar, el carácter colonial de la concepción cultural y patrimonial dominante en Canarias donde un patrimonio colonial (Iglesias, catedrales, casas señoriales…) goza de un mayor prestigio y protección que el amazigh milenario de la época precolonial. Esta visión de inferioridad acerca de lo propio heredada de la propia colonización y sus prejuicios, consolida esta situación de extremada precariedad y abandono que padecen los yacimientos arqueológicos y los elementos etnográficos de la cultura popular canaria.
Es en este aspecto de la colonialidad que aún perdura en la mentalidad isleña la que, a mi juicio, sigue operando y posibilitando este tipo de situaciones y actos. Me vienen a la memoria las palabras del insigne psicólogo Manuel Alemán que siempre son tan ilustrativas. En su imprescindible obra “Psicología del Hombre Canario” nos habla del anti-indigenismo que, en mi opinión, refleja bien esa óptica colonial de la que nos habla Farrujia. Para Alemán, el anti-indigenismo es una corriente “hispanista de quienes afirman que Castilla nos trajo la luz y que evocar el indigenismo significa reclamar la noche”. Para el anti-indigenismo “Canarias es el niño desvalido y Castilla una madre desinteresadamente protectora que defiende al niño contra sus propios instintos perversos.” Pero lo más interesante es la relación que establece entre la concepción “centralista” y el anti-indigenismo que se basa en la “desvalorización de la historia anterior a la conquista” y que “desfigura así y distorsiona nuestro pasado indígena al que tilda de nefasto, cargado de incultura y caracterizado por la superstición.” Y esta concepción, que no termina de superar la conquista e integrar sus raíces como pueblo, son las que siguen enquistando esta cuestión en presupuestos políticos que tanto daño hacen a una riqueza patrimonial de nuestra sociedad que debería permanecer ajena a los “daños colaterales” de los nacionalismos de ambas orillas. Un tipo de nacionalismo “arqueológico” frente a otro que aún ve fantasmas amenazantes en todo lo referente a las raíces indígenas, amazighes y africanas de nuestro pueblo.
Por último, creemos que este tipo de actos revisten de cierta “normalidad” en una sociedad que, en general, aún sigue despreciando su pasado e identidad. Unas instituciones que aún se resisten a normalizar Canarias en el sistema educativo, unos medios de comunicación que siguen dando la espalda a nuestra riqueza cultural y que no guardan reparo alguno en mostrar a diario el complejo por ser canario. Una sociedad en la que buena parte de la misma sigue aplaudiendo que una pala mecánica arrase cualquier vestigio patrimonial en pos del “progreso” (entiéndase en Canarias más centros comerciales, carreteras, hoteles…). El problema no es, como señalaron algunos, que se difunda los valores de nuestro patrimonio, ni siquiera la grave falta de vigilancia. El problema de raíz es, en nuestra opinión, toda una percepción transversal arraigada en nuestra sociedad que sigue repitiendo patrones heredados de la conquista y colonización; el desprecio a nuestra herencia indígena, el desprecio a nuestra cultura popular después. En definitiva, el desprecio a nosotros mismos.