Si nada lo remedia, pronto volveremos a tener a los militares metidos en los colegios.
Es lo que tiene el nacionalcatolicismo, que con los años y las moderneces nos creímos que estaba muerto y no estaba muerto, no, que estaba de parranda. Pasó una etapa más desapercibido porque cuando dejas de ser un apestado y los vecinos te empiezan a tratar con respeto y te aceptan en su club, te crees que eres igual que ellos, que la época oscura quedó atrás por arte de magia.
Pero el autoengaño dura lo que dura y el nacionalcatolicismo vuelve a levantar la cabeza, las nueve cabezas que embisten de Machado, para restablecer el orden y prietas las filas, que España ni se reforma ni se cuestiona ni se discute. Todo uno y trino: ya dejaron bien puesta a la jerarquía católica; la uniformidad de España ya vemos cómo es dogma de fe; ahora le toca al ejército: generosidad en el presupuesto y sobre todo Formación del espíritu nacional en los colegios. Ahora se llama distinto (¡qué astutos!), pero la idea es la misma: españolizar a niñas y niños, que estudien en la escuela el pasodoble La banderita, aprendan que no hay más nación y bandera que la de España, y que entiendan que ser español es amar al ejército español, y amar al ejército español es ser muy español y mucho español.
El nacionalcatolicismo siempre fue patético y paleto, lo sigue siendo hoy aunque se vista de seda. Por eso sólo puede imponer una idea de España paleta y patética, frágil, en blanco y negro. Lo hace ahora como en época oscura, metiendo propaganda militar en los colegios, cebándose como carroñeros en los más indefensos, niños que aún no han formado su capacidad de discernir. El nacionalcatolicismo siempre fue enemigo del pensamiento crítico y autónomo, pero es muy amigo de la propaganda y la intoxicación.
Ya se emperraron en los años 40 del siglo XX, tras el golpe de Estado del bando nacional, en españolizar Canarias. Los dirigentes de Falange en el Archipiélago, llegados de España, se encontraron unas Islas abiertas al comercio y la influencia británica, sobre todo entre las clases pudientes, en las que no faltaban corrientes regionalistas. Aquello era lo nunca visto para los dirigentes falangistas recién llegados, que, alarmados, se afanaron en españolizar aquel desmadre extranjerizante. La propaganda ensalzaba constantemente la españolidad de la población, que parecía más española que Don Pelayo, pero el capitán de fragata alemán Krauss, que se encontraba por aquel entonces evaluando las defensas de Canarias ante el riesgo de una invasión aliada del Archipiélago, fue tajante en el informe a sus superiores germanos: la defensa era muy difícil, ya que la gran mayoría de la población canaria no sólo era anglófila, sino que no se opondría a una ocupación británica o norteamericana. Eso incluía a la guarnición militar. Así pues, en contra de lo que pregonaba su propia propaganda, los mandos militares españoles no se fiaban ni de los reclutas canarios por su marcada anglofilia, por lo que se trajeron a soldados españoles y marroquíes para que integraran los batallones de infantería de cada isla. Según el cónsul francés en Las Palmas, el envío de militares españoles provocó no pocos incidentes, ya que algunos no sólo no respetaban las costumbres locales, sino que trataban con desprecio a la población canaria. Lo que, a su vez, reforzaba la anglofilia mayoritaria [1].
Décadas después todavía había que apuntalar esa españolidad tan nuestra. En 1978 Suárez vino “a reafirmar la españolidad de Canarias” en un momento histórico de franco cuestionamiento de la misma. En 2005 José Bono, a la sazón ministro de defensa, afirmaba que “Canarias evoca y rezuma españolidad”, emulando casi al pie de la letra aquella propaganda falangista de los años 40, igual de hueca. Hoy ya somos nosotros mismos los que molemos la batata de nuestra españolidad de cartón piedra, a veces de manera muy sutil pero no menos insidiosa y nociva. Lean si no el preámbulo a la Propuesta de reforma del Estatuto de autonomía de Canarias: “El reconocimiento que la Constitución de 1978 realiza del Estado de las Autonomías en España viene a suponer para Canarias el respaldo constitucional de sus peculiaridades económicas, políticas y administrativas acumuladas desde su incorporación a la Corona de Castilla […]. Como consecuencia de su incorporación a la Corona de Castilla, Canarias experimentó una profunda transformación en sus estructuras económicas, políticas y sociales a la que los isleños se adaptaron con rapidez asimilando su cultura y su religión”.
Afirmar que Canarias ha ido acumulando peculiaridades en progresión ascendente es de un rigor histórico más que cuestionable, cuando los fueros de las Islas hubo que defenderlos a lo largo de los siglos de los constantes embates españoles, que terminaron por reducirlos a la mínima expresión. Mención aparte merece el eufemismo de la “incorporación” a la Corona castellana o de la “transformación” de Canarias, que culmina ya en la desvergüenza de decir que los isleños “se adaptaron con rapidez, asimilando su cultura y su religión”. El cinismo del autor es tal que con dos verbos inocuos, “asimilando” y “se adaptaron”, despacha sin escrúpulos la conquista cruenta, el expolio, la represión y subyugación secular de los antiguos canarios, la esclavización y venta de muchos de ellos junto a otros africanos igualmente esclavizados, o las fechorías terribles de la Inquisición en las Islas y su obsesión con la pureza de sangre. Como si aquello hubiera sido un acuerdo amistoso entre las partes. Manipular la historia es legítimo si sirve para apuntalar la españolidad de Canarias.
También es legítimo manipular la realidad si favorece la españolización. El grupo parlamentario de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados presenta una enmienda al artículo 1 de la Propuesta de Estatuto para explicitar que Canarias “integra la Nación española” y para suprimir toda referencia a la identidad cultural de Canarias y al pueblo canario. Justificación: “no compartimos la idea, reiterada, sobre una supuesta «identidad» de Canarias, en tanto que tal e, incluso, con la capacidad para convertirse en objeto de la tarea suprema de las instituciones democráticas. Es una exageración pretender que la «defensa» de tal singularidad es una tarea suprema de tales instituciones. Estas sólo pueden tener una única tarea: la satisfacción de los intereses de las personas, de los canarios”. Para Ciudadanos, pues, Canarias no tiene identidad propia que defender, más allá de la nacional española. También rechazan al pueblo canario. Ellos hablan de “personas”. Para ellos no existimos como pueblo, comunidad, como sujeto colectivo.
El artículo 33 de la Propuesta de Estatuto está dedicado al derecho a la memoria histórica, que vincula con “la defensa de la identidad y la cultura del pueblo canario y la resistencia y la lucha por los derechos y las libertades democráticas”. Ciudadanos quiere suprimirlo por completo. Justificación: disquisiciones jurídicas discutibles, sumadas a que “es, como decimos, un objetivo político, que no compartimos, pero que no tiene el alcance, la importancia y la transcendencia que se le quiere dar. Aún menos, cuando se presenta como una revancha frente a no se sabe bien [sic], y aún menos, como símbolo de la supuesta identidad del pueblo canario. Si dicha identidad se construye mirando hacia el pasado, se puede convertir y se pretende convertir en un lastre que no aceptamos”. O sea, que Ciudadanos no sólo niega que exista una identidad y un pueblo canarios, sino que también rechaza la lucha por las libertades porque no tiene importancia. Es más, hacer justicia a quienes defendieron las libertades es “una revancha”. Recuperar y conocer la historia de Canarias es construir “mirando hacia el pasado”, “un lastre que no aceptamos”. Ciudadanos prefiere por tanto que se deje de estudiar el pasado. El nuestro, se entiende. Ciudadanos prefiere la ignorancia antes que el conocimiento y el descubrimiento. Quizá porque saben que «el pasado engendra conciencia de identidad y proporciona estabilidad porque nos hace tocar el fondo de las raíces primeras de nuestro origen» [2], lo que contradice la españolización uniformadora, empobrecedora y pacata que promueven.
Y así ha ido pasando el tiempo pregonando nuestra españolidad sin que termine de solidificarse. Si no, ¿a qué viene tanta suspicacia con lo canario, tanta propaganda españolera? Algo pasa con Canarias si cinco siglos después de conquistarnos no han sido capaces aún de encajarnos en la idea de nación española, más allá de palabras y golpes de pecho, como la enmienda de Ciudadanos. Esa falta de encaje queda patente día sí y día también, quizá porque los propios españoles siguen viéndonos, de manera más o menos consciente, como terreno conquistado, y no como España propiamente:
Hace poco La 2 de TVE le dedicaba un programa a Miguel de Unamuno. El texto de promoción del programa reza: “[…] fue desterrado de España”. Concretamente a la isla de Fuerteventura. Según La 2 de TVE, fuera de España.
Este es el mapa que mostraba recientemente la cadena Cuatro, un mapa de densidad turística y vivienda turística. El principal destino turístico, el que más ingresos genera, el motor de la primera industria del Estado, no figura. ¿Qué valor informativo tiene Canarias para España si no pinta ni para el turismo?
Con este cartel promocionó el Universidad Católica de Murcia (UCAM Murcia) un partido ante el CB Canarias. Llama la atención la alusión a la conquista, correajes y yelmo de conquistador incluidos, en lo que es una expresión clara de otredad: se nos percibe como diferentes, ajenos a la comunidad propia. Es más: susceptibles de ser botín de conquista (nota para Ciudadanos: ¿ven cómo el pasado está en el presente?).
Quizá, sin embargo, haya sido Miguel Hernández, el poeta del pueblo, quien mejor haya plasmado el lugar que ocupa el pueblo canario entre los pueblos de España:
VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN (1937)
[…]
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpago,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
[…]
España jamás ha incluido a Canarias en su relato nacional por la otredad que inconscientemente perciben en nosotros. Somos una anomalía en todos los planos, incompatible con un relato nacional español esencialista y por tanto excluyente, no integrador ni aglutinador, sino centrífugo. Conscientemente, sin embargo, remarcan nuestra españolidad y rechazan nuestra otredad, pero no con perplejidad como si negáramos que Castilla León o Murcia fueran nación española, sino a menudo incidiendo en la noción de pertenencia: somos una posesión. Lo que, indirectamente, viene a ser un reconocimiento de nuestro carácter ajeno a lo nacional español. Así, y mientras queda patente una vez más que España como proyecto común integrador y respetuoso de los pueblos es una quimera, empieza a hacerse aparente que, en el caso de Canarias, la propaganda de la españolidad tan del gusto nacionalcatólico va tan dirigida a nosotros los canarios como a ellos los españoles. La cuestión clave es la de si Canarias va a seguir haciendo como si no tuviera historia, sino propaganda, por miedo a incomodar a España resaltando las contradicciones de su discurso nacional. Nada bueno le espera a quien escoge voluntariamente la ignorancia, es fama.
[1] JUAN JOSÉ DÍAZ BENÍTEZ: Anglofilia y autarquía en Canarias durante la II Guerra Mundial, Ed. Idea 2008
[2] MANUEL ALEMÁN ÁLAMO: Psicología del hombre canario, Instituto psicosocial Manuel Alemán Álamo 2006