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Publicado originalmente el 21 de mayo de 2016
Leo en la nueva crónica rosa de la política canaria que Carlos Alonso y Antonio Morales “no se soportan”, y que de ser una pareja sentimental estarían “en una relación complicada”. Desconozco cuál será la química personal entre los dos presidentes y no me interesa lo más mínimo, más allá de lo que pueda afectar a la relación institucional, si es que en algo la puede estar afectando. Sí encontré sin embargo una cita llamativa en la crónica mentada: al parecer sostuvo el presidente del Cabildo de Tenerife, Carlos Alonso, que “es bueno que las dos islas capitalinas compitan”; que la competencia “es buena” sobre todo “en un sistema económico como el nuestro, en el que el conjunto de territorios compiten para atraer recursos”.
Alonso goza de mucho predicamento en no pocos ámbitos. Es un dirigente joven, dinámico, atractivo; es licenciado en empresariales, máster por el Colegio de Brujas y funcionario de la Comisión Europea en excedencia. Muchos ven en él a uno de los valores de futuro de la política canaria, uno de los llamados a elevar el nivel de esa política, a contribuir en la construcción de una Canarias capaz de prosperar en el siglo XXI. Por eso asombra que un político tan prometedor, tan preparado, tenga una visión de las cosas tan anquilosada y alicorta. Habría que preguntarle a Alonso qué posibilidades cree él que tienen en un mundo globalizado dos islas atlánticas vecinas que en lugar de cooperar, compitan por los mismos recursos. Habría que preguntarle qué le parecen proyectos como el mercado único europeo o la propia Unión Europea, ejemplos de cooperación y no de competencia para posicionarse mejor «en un sistema económico como el nuestro«.
Decía Antonio González Viéitez en De un tiempo, de un país que «la sociedad canaria se especializa en exportables, y básicamente la relación estratégica es la de cada isla con el exterior, de tal manera que los puertos empiezan a ser la clave del escenario. Hoy día son los aeropuertos«. «Es en ese escenario donde están los insularismos: las islas compiten«. «[…] si aquí se consigue que una línea tenga su centro provisionalmente en Gando, eso es para tirar voladores. Y si en Tenerife una línea marítima consigue hacer allí su punto de arranque, igual«. El profesor hablaba de las burguesías insulares de los siglos XIX y XX, pero pareciera estar describiendo a Carlos Alonso. Recordemos que fue Alonso quien rompió el consenso canario para negociar en Madrid el cierre del anillo insular para su isla. También fue Alonso quien metió la pata hasta el corvejón al anunciar que la compañía aérea Vueling establecería una filial en Tenerife, extremo que desmintió categóricamente la compañía; por lo visto ésta sólo había solicitado entrar en la ZEC y ni siquiera tenía decidido por qué isla decantarse. Como ven, esta savia nueva y dinámica para la política canaria (¿o será tinerfeña?) tiene un sabor añejo que recuerda mucho a la burguesía tradicional, la del insularismo rancio, esa que estudiosos como Viéitez entre otros han descrito hasta la saciedad hace ya mucho tiempo.
Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria, no despierta tantas pasiones. No parece tan joven y dinámico; posiblemente tampoco sea tan atractivo, aunque sobre gustos ya se sabe. Aunque también tenga formación sobrada, su currículum no encandila a tanto amante como hay de todo lo fuereño y lo que resuene a europeo. Lo que sí tiene es una experiencia en política municipal colaborativa y participativa larga y sólida. Morales fue uno de los artífices de la Mancomunidad del Sureste. Tres municipios conocidos entonces como el triángulo de la pobreza se mancomunaron para prosperar y alcanzar las cotas de desarrollo de que hoy presumen. Ya ven, justo lo contrario de “la competencia es buena” sin más. Hay muchos aspectos de la actividad política de Morales que pueden y deben criticarse, pero si hay algo que lo pone por encima del resto es su visión de futuro para Canarias, y no sólo para su isla. Una visión de futuro anclada en el incremento de la soberanía energética y alimentaria, que pase necesariamente por la formación y traducida a su vez en generación de riqueza y bienestar para el conjunto de toda la sociedad canaria. Esa visión es la verdaderamente modernizadora, es la que lo opone a su homólogo tinerfeño y su lugar común de la competencia a ultranza, que no deja de ser un lugar común porque lo cante un mirlo blanco.