
Publicado originalmente el 9 de agosto de 2012
El 12 de diciembre de 1977 era asesinado a consecuencia de disparos de la Guardia Civil el joven grancanario Javier Fernández Quesada, estudiante de la Universidad de La Laguna. Quesada había participado en una jornada de lucha por la huelga del sector tabaquero tinerfeño y a las dos y media de la tarde, cuando reinaba la calma, unos guardias civiles entraron en el Campus Central de la Universidad de La Laguna disparando indiscriminadamente con sus ametralladoras. No fueron disparos al aire sino que tenían como objetivo los escasos estudiantes que merodeaban el recinto. Javier Fernández Quesada fue disparado casi a quemarropa y falleció prácticamente en el acto.
La versión oficial de la Guardia Civil insiste en que los agentes reaccionaron al ser atacados por la turba estudiantil disparando tiros al aire, de los cuales uno –no se sabe cómo – habría alcanzado al joven grancanario en las escaleras de acceso al edificio universitario. Luis Mardones, entonces Gobernador Civil de la provincia de Santa Cruz de Tenerife y más tarde dirigente de Coalición Canaria y diputado en Madrid por esa fuerza, sostuvo durante años –por lo menos hasta 2008- la tesis de que bien pudiera haber sido algún francotirador perteneciente a los “sectores en lucha” el autor del crimen. Fue el mismo Mardones, quien, con motivo de la votación en el Congreso de la Ley de Memoria Histórica, alegó “motivos de conciencia” para ausentarse de la votación.
Pero, para mejor comprender el relato de los hechos, citemos aquí la documentada crónica del periodista tinerfeño Julián Ayala:
“Fue entonces cuando irrumpió en el campus, por la puerta cercana al polideportivo un grupo de guardias –cinco o seis–, disparando sus armas contra la fachada y la puerta del edificio central de la Universidad, donde se hallaban quince o veinte estudiantes, y contra los grupos que estaban en las cercanías de la Librería Tinerfeña. Dos o tres de ellos –los testimonios difieren– subieron disparando el primer tramo de las escaleras, llegando uno incluso al principio del último tramo. Éste es el que se cree que mató a Fernández Quesada. Según testigos presenciales, era un guardia joven, delgado y de baja estatura, a quien sus compañeros llamaban “Polilla”, nombre que dan en el Cuerpo a los recién salidos de la Academia, que disparaba a los estudiantes que huían, sosteniendo la pistola con sus dos manos. Pese a que en el hall de la Universidad, algunos de sus compañeros le practicaron la respiración boca a boca y un masaje cardíaco, Javier murió instantes después de ser alcanzado. Los guardias continuaron disparando y siguieron haciéndolo, a pesar de que un estudiante y después un profesor que agitaba un pañuelo blanco pidieron el cese del fuego, gritando que había un herido. Al fin pudieron bajar el cadáver que fue introducido en un vehículo de la Guardia Civil y conducido al Hospital Universitario de Canarias, donde los médicos no pudieron hacer otra cosa que certificar la muerte. En el mismo hospital fue ingresado poco después otro estudiante, Fernando Jaesuría, de 18 años, a quien una bala había atravesado un hombro, cuando estaba en la azotea de su casa a unos cuatrocientos metros del lugar. Un niño de 13 años, que se encontraba en el patio de la escuela aneja a la Normal de Magisterio, también resultó herido leve.”
Daniel Millet y Octavio Hernández recogieron el testimonio de Carlos Fernández Quesada, hermano del fallecido y que también vivió de cerca aquella jornada luctuosa en La Laguna.
“Yo estudiaba Psicología en la Universidad de La Laguna. Aquel año casualmente mi hermano Javier había empezado a vivir conmigo en un piso de la calle Viana. Tenía 19 años y él me llevaba tres. Me levanté como cualquier otro día. Fui a la Recova y luego, junto a un compañero, al campus. Allí nos encontramos con la manifestación. El ambiente se fue caldeando con la aparición de los policías. Los agentes se retiraban y volvían. Hubo varios enfrentamientos con los antidisturbios, pero que eran normales en aquellos tiempos. Nos extrañó ver que en un momento dado aparecieron jeeps de la Guardia Civil. Los policías parecían retirarse definitivamente. Eran casi las tres de la tarde. Cuando muchos de los manifestantes empezábamos a marcharnos, llegó de repente la carga de la Guardia Civil.
Nadie se lo esperaba. Entraron por la puerta que da a las instalaciones deportivas y lo hicieron incomprensiblemente disparando a todos lados. No recuerdo cuántos serían, pero no más de diez. Lo normal era que cargara la Policía con material antidisturbios. Y si había lío. Pero había calma y era la Guardia Civil. En un primer momento pensé, como tanta gente, que eran balas de fogueo. Sin embargo, cuando vimos los impactos en la pared de la entrada principal de la Universidad supimos que eran balas de verdad. Salimos por patas. Salí al exterior del campus y me fui a casa a refugiarme. Mi hermano no llegaba, pero tampoco me preocupé en ese momento. Cuando a eso de las cuatro de la tarde volví al hall del edificio central me encontré con que había una asamblea y mucha indignación. Se comentaba que había caído un estudiante. Allí me encontré con otro hermano (éramos tres estudiando en La Laguna). Ricardo estaba entre Javier y yo en edad y también había vivido la carga y las concentraciones. Cuando vi a Ricardo empecé a sentir malas vibraciones. No sé. Nos preguntamos dónde podía estar Javier. Lo habíamos visto esa misma mañana en la manifestación. Poco después nos comentaron en el mismo hall que se hablaba de que le habían dado a un tal Javier, que se lo habían llevado los guardias civiles. Primero nos dijeron que se lo habían llevado a un hospital, después que estaba en el cementerio de La Laguna…
Nosotros nos presentamos en la comisaría de Policía de La Laguna y dijimos que éramos los hermanos de Javier Fernández Quesada. Lo primero que nos preguntaron fue que a quién nos referíamos. Les explicamos lo que había pasado y nos hicieron entrar. El ambiente era tremendo. Se palpaba la tensión, más cuando la noticia ya había corrido por toda La Laguna. Estaban sobreexcitados, como si todos mascaran chicle. Un comisario nos hizo pasar a su despacho y nos dijo que a la Guardia Civil se le había ido la mano, que ellos se habían retirado y que había un fallecido, un tal Javier, al que debíamos reconocer. Nos llevaron en un jeep antidisturbios al cementerio de La Laguna acompañados por varios agentes. Era increíble. Ya se había congregado gente en los alrededores del cementerio. Nos hicieron pasar al cuarto mortuorio y apenas empezaron a destapar el cadáver ya supimos que era él. Conservo con gran indignación lo que sucedió después: la presión policial, las burlas de los agentes, los inconvenientes… Ya en el mismo aeropuerto de Los Rodeos, cuando fuimos a buscar a otro hermano pequeño y a mis padres se produjo una carga policial. Había decenas de manifestantes, pero apenas portaban unas cuantas pancartas. Se presentaron para apoyarnos. Mis padres saliendo y los agentes cargando. Era una locura. Mi madre gritaba que no le mataran a más hijos, nosotros fuera de sí, ella sujetando a mi padre porque se iba a por quien fuera… La cosa se terminó calmando, pero los nervios permanecen. Nos volvimos todos con el cuerpo de Javier. Recuerdo aquel horroroso viaje: el día nublado, el fokker moviéndose todo el rato, nosotros sin saber qué decir…
Compañeros de mi hermano que desde un primer momento nos apoyaron, tuvieron que soportar las burlas de algunos agentes que se presentaron allí durante el velatorio. Mis padres eran presa de una doble sensación: la impotencia y la contradicción. Mi padre, que falleció hace ya años, era una persona con poco nivel cultural. Era un empleado y mi madre llevaba una de las zapaterías de la familia en Gran Canaria, Calzados Quesada. No estaban en ningún movimiento antifranquista ni nada por el estilo; eran normales, las típicas personas criadas en la moral franquista. Estaban destrozados y encima recibieron llamadas amenazantes. “Recuerden que les quedan cuatro hijos”, les dijeron. No entendían nada, sobre todo los hechos posteriores: la represión indiscriminada contra todas las movilizaciones. Atacaban hasta a los que llevaban un simple crespón negro. Guardo casquillos de bala de aquel día y testifiqué voluntariamente ante la comisión de investigación. Luego me dijeron que en verdad a Javier le dispararon a quemarropa. Incluso, que el agente era muy joven y que fue enviado a Lanzarote. Da igual. Los rencores los he superado, aunque no haya habido ayudas, ni proceso judicial, ni verdad. Y es que lo que más me dolió fue cómo se manipuló esta historia.”
La versión oficial no resiste la más mínima comparación ante estos dos testimonios. En la conciencia de quienes la sostienen quede tal vergüenza. Gracias a una puntualísima modificación de la Ley de Memoria Histórica, el crimen de Javier Fernández Quesada quedó recogido en aquella Ley y su familia indemnizada, aunque, obviamente, nadie podrá devolverles a su hijo y hermano, ni parece que el culpable y quienes lo ocultan les vayan a pedir perdón. Además de dos placas en el vestíbulo del Edificio Central de la Universidad de La Laguna, el antiguo Parque de los Dragos lleva hoy el nombre de aquel joven estudiante grancanario, movido por ideales como tantos en aquella época y que no mereció perder la vida de tan cruel manera.
P.S: Aquí les dejamos este vídeo del homenaje anual de Intersindical Canaria a Javier. (30.04.2011)