De manera recurrente, se dan en Canarias, o fuera de ella pero protagonizadas por canarios, expresiones sintomáticas de la colonialidad del saber que no nos pueden pasar desapercibidas. Un frecuente terreno de lucha, donde las relaciones de poder son especialmente visibles, es el de la lengua. Si el lingüista Hjelmslev decía que “la lengua es un configurador de la experiencia”, habremos de concluir que todavía demasiados hablantes canarios siguen viviendo una experiencia subalterna a raíz de su condición de hablantes de lo que consideran una variedad inferior del español. ¿Cómo si no intentar comprender -en una clave no estrictamente psicologicista o individual- a esa concursante canaria de Operación Triunfo, la tinerfeña Ana Guerra, que desearía “hablar castellano” y se autolesiona diciendo que su acento le parece “tan feo”? De paso, el presentador catalán, Manu Guix, aprovecha para adherirse al tópico libidinoso que asigna a los pueblos del sur el rol de la sensualidad exótica y prohibida, repitiendo varias veces que el acento canario “me pone”. Así es la mala televisión: siempre puede ser utilizada para desvelar las claves más vergonzantes del mundo en que vivimos.
La reacción en las redes no se hizo esperar, mayoritariamente a favor de leer el problema en clave estrictamente personal de Ana Guerra: no porque fuera una cuestión de estricta libertad individual, como defendió algún columnista, sino porque debía tener algún complejo que sólo le afectaría a ella. También intervino la Academia Canaria de la Lengua, con la falta de pegada acostumbrada. Sin embargo, no vivimos en una época en que un gesto así pase desapercibido. Por eso, ¿cómo se puede leer sin asombro el impagable párrafo de esta entrevista a Sara Sálamo, actriz tinerfeña, sobre su conversión lingüística?
“P: Y por cierto, ¿dónde está tu acento canario? No lo percibo, pasarías por madrileña.
R: Se quedó allí, en Tenerife, ¡qué lástima! Me lo tuve que quitar para poder trabajar. Porque no es normal que en una producción en la que tus padres hablen castellano tú aparezcas con un acento canario súper cerrado… Es raro. Y bueno, son gajes del oficio, te lo piden y es una herramienta más. Lo trabajé con clases y equivocándome mucho, metiendo zetas donde no las hay y haciendo mucho el ridículo. Para los canarios, es muy difícil, creemos que no tenemos un acento muy cerrado pero… ¡madre mía, hasta las ‘n’ las pronunciamos como ‘ng’. Decimos ‘Ivang’ o ‘quiereshagua’- imita el acento canario. Me siento la típica goda que imita el canario. Ya no me sale de verdad. Es muy triste, qué lástima.”
Autojustificación, autoodio, deseo de aceptación por parte del otro y, de fondo, la mentira evidente pues ningún trabajo actoral te pide que cambies tu acento en la vida diaria. Siempre es mejor decir que te obligan antes que aceptar que son tus miedos e inseguridades las que te “obligan” a eliminar cualquier evidencia de un origen tenido por inferior. Más allá de estos llamativos ejemplos, es innegable que los complejos lingüísticos y el lingüicismo autoinflingido no son hoy en día cuestiones mayoritarias en nuestra sociedad. Sin embargo, es igualmente innegable su existencia, algo inimaginable en otras comunidades con variedades lingüísticas más aceptadas. No es difícil deducir que nos referimos a esas comunidades que han sido bendecidas históricamente con el monopolio del poder político, militar, cultural y hasta religioso. Ahora, además, gran coincidencia, son agraciadas con una imaginaria y autoconcedida “neutralidad” de sus respectivos acentos. Es ese acento “neutral”, inexistente, que la concursante identifica sin margen de error como “castellano”, pronunciando la “s” en posición implosiva, el que aspira a alcanzar todavía alguna gente en las islas. Es el acento que usan las élites mesetarias, el supuesto sonido del éxito y el poder, tan interiorizado que hasta nos extraña cuando oímos cualquier otro acento en los medios, incluido el nuestro. Se trata de borrar cualquier rasgo de periferia, de minoría, de “atraso” para abrazar el ideal de un acento supuestamente standard, dominante, el no acento, el que hace que nadie te pregunte de dónde eres porque suenas como ellos. Y, entonces sí, abrazar el triunfo tan ansiado donde ya ni te reconozcas a ti misma. Misión cumplida. Ya eres blanca, como Michael Jackson.