Nací en La Palma, la Isla Bonita, eso dicen. Nací rodeado por el amor de mi familia que siempre me apoyó en todo. No me gustaba el fútbol sino que me gustaba jugar con los Pin y Pon de mi hermana. Me daba miedo pelear, pero me sentía seguro cuando entonaba una canción con mi madre o acompañaba a mi padre con las claves. No me gustaba jugar en la calle como hacían esos chicos toda la tarde, frente a ese vergel romántico para la luna que es la Quinta Verde. Me daba pánico encontrarme a la Dama de Blanco y jamás entendí eso de prender fuego en San Martín a montañas de palos, plásticos y otros desechos.
Siempre tuve amigos, pero no siempre me sentí apoyados por ellos. No sabía el porqué cuando me gritaban mariquita, hembrita y otras tantas cosas más. Ni siquiera entendía bien cuando en casa me decían que a los homosexuales les gustaban las personas de su mismo sexo. Era un niño y no entendía de gustos, ni de sexos, tan sólo me gustaba jugar.
Crecí un poco y me empezó a gustar cantar, tocar instrumentos musicales, trabajar con madera como si fuera un carpintero, montar Mecanos o jugar con las Barbies de mi hermana mayor. Me encantaba arrancarles la cabeza, pero también peinarlas y jugar a hacer el amor con un Action Man que tenía. Hubo una chica que me gustó en el colegio, durante mucho tiempo. Le pedí si quería ser mi novia pero no quiso.
Años después me enamoré de otra, me empezaron a salir pelos y granos por todos lados, y descubrí la masturbación. No sé el día ni el año, pero en esas fantasías sexuales en una adolescencia intensa, empezaron a aparecer imágenes masculinas. Me asusté muchísimo porque todo eso que me habían dicho toda la vida, era verdad. Era una hembrita.
Y así fueron pasando los años, sintiéndome culpable y con miedo. Culpable por ser así y con miedo al rechazo. Un día me fui de acampada con gente que conocía, pero no tanto. Eran mayores, y me hablaron de sus gustos sexuales libremente. Esa noche, se me fue la culpa, me latió el corazón dos veces y, con miedo, me sinceré.
Pasaron los años de Universidad, fuera de nuestra tierra, y volví a casa con suficiente experiencia. Volví a El Paso, a casa de mi madre y a su huerta. Siendo el mismo pero renovado, sabiendo que soy yo, Fran, lo que importa.
Formarme en la cuestión Afectivo Sexual me ha permitido saber que mis genes ahí están, pero que no deben condicionarme en nada, ni en la risa ni en el llanto. Hay veces que soy Fran y a veces una vieja trasnochada; porque he probado el sexo del bueno y del malo (de ese que hace que notes un temblor en el culo y te den ganas de clavarle un futurista naife al macho). Porque nunca he tenido reparo a enamorarme de quien sea y también he estado muchos años seguro de no querer enamorarme de nadie.
Y sí, soy un desviado sexual, porque lo mío no es seguir la norma, porque no quiero que me encasillen en nada y que me llamen homosexual, bisexual o pan-lo-que-sea.
Me gusta que me digan Fran y reirme cuando me gastan bromas.