Su rostro está en camisetas, chapas y pegatinas allá donde se mire. Sus discursos se escuchan una y otra vez en la sede de movimientos ciudadanos y en las aulas de las universidades. Dirigentes de todos los rincones del continente, estudiantes y campesinos citan sus frases. Fue el presidente de un pequeño y pobre país africano tan solo durante cuatro años, pero su legado revolucionario ha traspasado las fronteras de Burkina Faso y está hoy presente y vivo en el mundo. Este 15 de octubre se cumplen 30 años de su muerte por orden de su amigo y compañero de armas, una traición en toda regla. Aún se busca su cadáver. Si Latinoamérica tuvo a su Che Guevara, África vibra con su Thomas Sankara.
Sentado sobre una precaria silla de un maquis (bar) que se asoma a la avenida Babanguida de la capital burkinesa, Fidèle Toé saborea una bebida fría. Amigo personal de Thomas Sankara, del que fue su director de gabinete y luego ministro de Trabajo, sonríe cuando le preguntan por él. “¿Su legado? Es inmenso y está muy presente, no sabría por dónde empezar”, asegura. Basta con cruzar la calle y caminar un poco para llegar a la sede del Partido Sankarista, que se proclama heredero de sus ideas. Tanto como los jóvenes que forzaron la caída de Blaise Compaoré con un alzamiento popular en noviembre de 2014 y que le tenían presente en cada discurso, en cada ceremonia. Como los actuales gobernantes del país, que pretenden hacer justicia sobre su muerte tras tres décadas de silencio y bloqueo. Como cantantes, artistas e intelectuales de media África. Todos lo reivindican.
Referente de todos
En Dakar, el rapero Didier Awadi compone y graba sus canciones en su estudio llamado ‘Sankara’. El reggaeman marfileño Tiken Jah Fakoly se considera de la generación del capitán burkinés y le rinde homenaje en cada concierto, en cada entrevista. “Le llevaremos siempre en el corazón”, dijo recientemente. Hace solo un año, el expresidente ghanés Jerry Rawlings, su amigo personal, lo expresó con nitidez en Uagadugú durante el 29º aniversario de su muerte: “Sus ideas están de actualidad”. Y el economista senegalés Ndongo Sylla le considera un “precursor de la buena gobernanza y un modelo de la gestión virtuosa de las finanzas públicas”. Pero, ¿cuáles son esas ideas?, ¿qué fue lo que hizo para que su legado siga vivo pese a que fue intencionadamente ocultado y arrastrado por el barro?
En 1983, el joven capitán Sankara, con solo 33 años, se convertía en presidente de Alto Volta tras un golpe de Estado. Además de destacado miembro de la Agrupación de Oficiales Comunistas, era un antiimperialista, panafricanista y feminista convencido. Creía en las capacidades del continente y de sus gentes, pero sabía que había que empezar por uno mismo. Sus políticas definían un pensamiento claramente revolucionario: renombró a su país como Burkina Faso (el país de los hombres íntegros), confiscó las tierras a los latifundistas para dárselas a los campesinos, organizó grandes campañas de alfabetización y vacunación, prohibió la mutilación genital femenina y los matrimonios forzosos…
Si alguien conoce bien en España su figura ese es el escritor Antonio Lozano, autor de la galardonada novela El caso Sankara. “Muchos fueron los logros de la revolución sankarista”, explica, “la lucha contra la corrupción fue uno de los más espectaculares y el primero en dar ejemplo fue él mismo, manteniendo su modesto sueldo de capitán, adoptando como coche oficial el más barato del país en ese momento, dejando claro que los tiempos del nepotismo quedaban atrás al prohibir a sus familiares directos el acceso a la función pública. La lucha en favor de la igualdad de género fue otra de las grandes batallas de Sankara y las medidas que tomó en ese ámbito revolucionaron la situación de la mujer en la sociedad burkinesa. Los avances en el campo de la economía –con una reforma agraria que logró el autoabastecimiento en cereales–, de la educación o de la sanidad fueron objetivos clave de la profunda renovación del país que Sankara se había propuesto”.
No fue solo el Renault 5 como coche oficial, también ordenó a sus ministros viajar en clase turista (“Vais a llegar al mismo tiempo que los demás”, les dijo) y les instó a vestir y consumir productos locales, empezando por él mismo. En julio de 1987 intervino en una cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA) en Adís Abeba para pedir a los líderes africanos que se negaran a pagar la deuda externa, un yugo que impedía avanzar a los jóvenes estados. Y añadió: “Si Burkina Faso es el único país que lo hace, yo no estaré en la próxima conferencia”.
Tres meses después lo habían asesinado de manera brutal junto a 12 de sus colaboradores y a instancias de su camarada y amigo Blaise Compaoré. Para entonces, su discurso generaba inquietud en el exterior y sus acciones habían pinchado en hueso en el interior. Él sabía que su final podía estar cerca. “Aunque los revolucionarios, como los individuos, puedan ser asesinados, nunca se podrá matar sus ideas”, había dicho días antes.
La revolución de las ideas
A juicio de Lozano, “quizá fue en la transformación de las mentalidades donde la obra de Sankara ha pervivido con más fuerza. El burkinés pasó de ser el eslabón más bajo de la cadena de la miseria saheliana para convertirse en el protagonista de una aventura política insólita que despertaba la admiración de millones de africanos. Sankara era el presidente que todos querían para sí, el referente que demostraba que África sí puede avanzar en la transformación política y social por sus propios medios”. Precisamente por eso lo asesinaron, opina el escritor afincado en Gran Canaria.
Para entonces, “la revolución vivía ciertas derivas, como juicios populares sin posibilidad de defensa, ejecuciones o despidos masivos”, asegura Toé, “era imposible controlar a todos los colaboradores, la gente estaba entusiasmada y se cometieron excesos”. Y los enemigos del régimen, la clase media amenazada, aquellos que defendían intereses extranjeros o los jefes tradicionales que vieron recortados sus privilegios, aplaudieron la desaparición de Sankara. Sin embargo, para la combativa izquierda africana fue un impacto brutal. Al igual que Sylvanus Olympio, Patrice Lumumba, o Amílcar Cabral, otro líder africano que se había atrevido a alzar la voz frente a Occidente caía asesinado. Tres décadas después, su cadáver sigue sin aparecer.
A juicio de Bruno Jaffré, considerado su mejor biógrafo, “Sankara fue el último dirigente revolucionario de la África contemporánea. No es fruto del azar que la única primavera africana que realmente terminó con la caída de un dictador estos últimos años tuviera lugar en Burkina Faso en 2014. El lema de esta insurrección popular fue ‘La Patria o la muerte’, el eslogan de Sankara. Su mensaje se trasmitió a las siguientes generaciones, permaneció vivo en la memoria de los burkineses y fue esta memoria la que salió a la luz durante la caída del régimen de Compaoré, la que dio fuerza a los manifestantes. Pero también es una leyenda para una parte de la juventud de otros países africanos. Su nombre es conocido por todos, incluso si no se conoce en profundidad la amplitud de las reformas que puso en marcha”, según dijo en una reciente entrevista concedida al periódico Liberation.
Su cuerpo y los de una docena de colaboradores con los que estaba reunido fueron desmembrados y enterrados, supuestamente, en una fosa común localizada en el cementerio de Dagnoën, en Uagadugú, a donde cada 15 de octubre acuden miles de personas a rendirle homenaje. Sin embargo, el silencio y el bloqueo impuestos por el nuevo régimen impidieron que avanzara la investigación sobre su muerte hasta que la sublevación popular de noviembre de 2014 derroca a Compaoré y el camino queda expedito para localizar sus restos.
En busca de la verdad
El proceso de identificación del cadáver se inicia en 2015 con la exhumación de los cuerpos, la toma de muestras y la realización de pruebas de ADN, primero en Francia y luego en un laboratorio de Santiago de Compostela. Sin embargo, los resultados no son concluyentes y no se puede establecer ningún perfil genético. Para mayor embrollo, un estudio topográfico realizado en marzo pasado en los terrenos del Conseil de l’Entente, el lugar donde asesinaron a Sankara y a sus camaradas, revelaba la existencia de tumbas no identificadas. Automáticamente, el juez de instrucción François Yaméogo abre una investigación. La paradoja es que este descubrimiento se produce a raíz de los trabajos previos para la construcción de un memorial en honor de Sankara.
Considera Jaffré en la citada entrevista que su pensamiento está vigente porque “cuando releemos su discurso sobre la deuda externa encontramos las problemáticas que se imponen ahora a numerosos países europeos, como Grecia. ¿No es la deuda un instrumento de sumisión? El discurso de Sankara recoge los argumentos de quienes militan contra la legitimidad de esas deudas. Rechazó someterse al FMI y la ayuda condicionada a las reformas dictadas desde el exterior. Era antiimperialista sin ser dogmático. La mundialización, la omnipresencia de los dictados del FMI y del Banco Mundial siguen siendo desafíos del mundo actual. Por otra parte, Sankara, influido por el ecologista René Dumont, es el primer dirigente político que denunció la responsabilidad humana en la degradación del medioambiente. Pero también defendió la emancipación de las mujeres, rechazó la alienación cultural, lo que no significaba la negación de la cultura dominante pero sí la valorización de una doble cultura, y se preocupó por la dependencia económica de su país, impulsando la industria de transformación del algodón, principal recurso de Burkina Faso”.
Para Antonio Lozano, “el discurso de que África no puede salir adelante sin la tutela occidental sigue vivo, y así seguirá mientras los recursos naturales del continente sean indispensables para el funcionamiento de la maquinaria industrial del Norte. Aceptar referentes como el de Sankara contradice a las claras ese discurso que tanto ha calado en el imaginario de la ciudadanía occidental, como ya antes lo habían hecho los estereotipos fabricados para justificar la esclavitud primero, la colonización después. Sankara debía desaparecer para dejar de ser la esperanza de los pueblos africanos, la voz que reclamaba la unidad del continente, que clamaba contra la injusticia de la deuda externa y se oponía a su pago”.
A su juicio, “el nombre de Compaoré ha terminado hundido en el lodo de los dictadores corruptos africanos, mientras que el de Sankara, hoy más que nunca, se sigue alzando como uno de los referentes indispensables de la política del continente, aunque por desgracia no exista en estos momentos nadie en Burkina Faso con el carisma necesario para tomar el relevo de la profunda transformación emprendida por el presidente de los pobres en los años 80. En torno a él y a su obra se elevó un muro de silencio que aún permanece en pie y que tiene el objetivo de que su nombre no signifique nada fuera de las fronteras del continente negro, donde sigue siendo el líder que todos querrían para sus pueblos. Con vistas al 30 aniversario de su asesinato, desde diferentes ciudades del mundo se sigue trabajando para abrir en ese muro fisuras que dejen pasar la voz del hombre que dio a su país el nombre de aquello en que lo quiso convertir: la tierra de los hombres íntegros”.
* El autor es José Naranjo, Premio Canarias de Comunicación 2016. Está publicado originalmente en Mundo Negro. Mundo Negro es un medio sobre África que lleva Misioneros Combonianos.