Para la mayor parte de los isleños nuestra vinculación con el norte de África continental se limita al origen amazigh de los primeros canarios. No obstante, el estudio pormenorizado de nuestra historia nos revela una vinculación más estrecha de lo que generalmente se cree tanto en las Islas como en el vecino continente. Tras la conquista europea de las islas, esta relación fue especialmente intensa con la vecina costa de la Berbería Atlántica, una amplia región que abarca las vecinas costas del Sur de Marruecos (región del Sus) y la del Sáhara. A pesar de que algunos autores han pretendido caracterizar de violenta esta relación histórica en base a las cabalgadas canario-castellanas y los ataques piráticos del siglo XV y XVI, existe una historia de siglos de contactos pacíficos y comerciales entre las dos orillas que no podemos borrar de un plumazo porque hoy demos la espalda a África.
Durante medio milenio, hasta el desmantelamiento del sector pesquero canario, la presencia de pescadores canarios en el Banco Canario-Sahariano fue una constante. Los intrépidos hombres de mar isleños, sobre todo de las islas orientales, pasaban largas temporadas en lo que se conocía como ‘La Costa’, es decir, la costa vecina del continente africano. De ahí el célebre himno folclórico ‘Somos costeros’ compuesto por Pancho Guerra en homenaje a los pescadores que faenaban por esos lares. En estas largas estancias, las pesquerías canarias tomaban tierra en la desértica costa vecina intercambiando productos con las poblaciones locales moriscas de lengua árabe o amazigh. Además, no fueron pocos los moriscos de esta región que, durante los primeros siglos de la colonización de Canarias, fueron traídos a las islas como pobladores, especialmente a Lanzarote y Fuerteventura.
Estas relaciones se intensificarían durante el siglo XX con la empresa colonial española en el Sáhara Occidental y Sidi Ifni donde los trabajadores canarios jugaron un papel fundamental. Eran los tiempos en que Canarias formaba parte de las Provincias Españolas en África mientras los “peninsulares” en Río de Oro llamaban a los canarios ‘moros con corbata’.
En pleno siglo XVIII el británico George Glas habitó temporalmente las costas del Sus por motivos comerciales. Su formación y conocimiento de las crónicas canarias hizo que señalara algunos paralelismos entre voces guanches y susís (dialecto bereber del sur marroquí). No obstante, durante todos estos siglos ningún isleño letrado se molestó en “viajar por el África inmediata (…) para observar el lenguaje y usos de los pueblos de las montañas de Marruecos y del Suz” como amargamente se lamentaba J. Agustín Álvarez Rixo en el s. XIX. Este antiguo historiador tinerfeño, consciente del origen bereber de los primeros insulares creía importante estas indagaciones ya que estos pueblos vecinos “a pesar de hallarse muy mezclados con los árabes, mucho pudiera ilustrar nuestra historia y curiosidad”. Así, Alvarez Rixo se quejaba del nulo interés científico del “indolente isleño” decimonónico que “vive satisfecho con oír y leer de carrera las que hacen los sabios extranjeros, sin jamás pensar en la gloria que se adquiere por ello”.
Con tan solo catorce años me leí por casualidad su obra ‘Lenguaje de los antiguos isleños’ por lo que estas palabras suyas retumbaron siempre en mi cabeza y me dieron el último empujón de salida. Por consiguiente, en 2016 decidí llevar mi investigación de tesis doctoral a la vecina costa de Berbería donde viviría durante medio año en la vieja ciudad de Santa Cruz de Aguer, hoy conocida como Agadir.